"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

miércoles, 2 de febrero de 2011

LA CIUDAD PERFECTA. POR CARLOS LANDI


En la ciudad costera de Felicidad, los habitantes parecen tener una alegría fuera de lo común.

No son ingenuos como algunos niños, ni imperturbables como si estuvieran drogados.

Tienen simplemente una alegría genuina. No usan armas, tampoco tienen policía ni esclavos…

Sin embargo, en el sótano del municipio hay un niño encerrado en una dependencia lúgubre y oscura abandonado a su suerte y mal alimentado.

Poco a poco se ve más delgado y debilitado.

Después de horas de gritar en vano se limita a llorar imperceptiblemente.

Este niño sufriente permanece en la oscuridad hasta que diariamente uno de los residentes de Felicidad le lleva algunas sobras de un restaurante céntrico y un poco de agua.

El pueblo de Felicidad sabe que el niño está encerrado, pero también conoce que es necesario que sea así.

La prosperidad del pueblo, la belleza de sus playas, la ternura que se expresa en las amistades, “la fama de sus gobernantes”, la salud de los otros niños y, el éxito de las temporades estivales dependen de la desgracia de ese niño.

Es justamente, el hecho de que ese niño exista y que ellos sepan, lo que posibilita, la hermosura de la ciudad, la fuerza de la música y sus intérpretes, lo adelantado de su ciencia, la longevidad de sus habitantes.

Si liberaran al niño, lo bañaran, lo alimentaran, lo educaran, lo cuidaran, desaparecería la prosperidad de Felicidad.

Por eso, día a día intercambian las bondades de sus vidas por el sufrimiento de éste único niño, como si se tratara de un chivo expiatorio, un alma torturada a la que se entrega a cambio de la dicha de una parte de la comunidad.

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