"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

viernes, 21 de diciembre de 2012

EL OTRO PARQUE. POR CARLOS RAFAEL LANDI


EL OTRO PARQUE.

Con la misma impaciencia de siempre, caminó apurada por las somnolientas calles del pueblo rumbo a la plaza. Después de sentarse en el banco de costumbre, observó a su alrededor, tenia miedo de que él faltara a la cita.

Él no la hizo esperar mucho, era un taxista de barrio entrado en años que la había fascinado con sus consejos y su escucha cuando ella iba al gimnasio a practicar “Pilates”, sus dos manos bordearon la cintura de la mujer y la obligaron a mirar hacia atrás. Vamos es tarde, le dijo apenas pudo apartarse de la boca urgida por el deseo y con una fuerte presión de su cuerpo lo impulsó a caminar.

No quiero ir a la casa, el plan nos traerá problemas dijo él con voz temblorosa y apesadumbrado signo de desconcierto, pero de ella solo afloró una risotada burlona y provocativa, mientras trataba de estimularlo a concretar el plan que tanto habían elucubrado en sus encuentros furtivos.

El parecía un chico que necesitaba protección pero ella le decía que no tuviera miedo, porque todo iba a salir bien y necesitaban terminar con ese matrimonio de conveniencia y mentiras y la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles, resultaba sin duda el mejor sitio para disfrutar unos momentos de placer, libres de toda intromisión.

El hombre del sillón no oiría los pasos, afirmó ella en un intento de justificar la seguridad del plan y poco a poco el pánico de él se fue diluyendo por la fuerza del atractivo de la aventura compartida casi todas las noches. Estrechados en un abrazo que alentaba un pérfido deseo, se alejaron de la plaza y se internaron por un largo y angosto sendero bordeado de frondosos árboles que desembocaban en una cabaña, el chicotazo de una rama lastimó la cara de él, más allá la casa de aspecto importante, apenas iluminada por la tenue luz de una luna creciente.

Durante unos minutos observaron con los binoculares a través de la ventana, el interior del estudio donde habían estado con mucha frecuencia no sólo en las últimas semanas, sino también durante varios años atrás, al hombre leyendo en su sillón favorito de espaldas a la puerta.

Ella lo acarició y le dio ánimo, pero él rechazó las caricias, el vértigo de la hora final se acercaba. Por fin marchó apresurado hacia la finca , un puñal yacía tibio en su pecho el común anhelo de libertad lo impulsaba con reconfortante alivio, penetró como un ladrón furtivo en la tenue penumbra y el conocimiento adquirido a lo largo de muchos años les permitió moverse con rara habilidad entre los objetos y muebles. El perro no ladró, el mayordomo tenía su día de licencia, comenzó a subir los tres peldaños del porche con creciente impaciencia y entró en la sala azul, surcó la galería, subió la escalera alfombrada nadie en la primera habitación, lo mismo en la segunda, abrió la puerta del salón y apareció en el recinto donde conseguirían una intimidad perfecta, arrebatados por el amor y la dicha. Allí vio al hombre leyendo en el sillón se acercó con mucho sigilo, empuño con fuerza el puñal, el hombre giró su cabeza y lo miró a los ojos, luego sintió una detonación, un fuerte estremecimiento lo sacudió y comenzó a temblar como una hoja, una gran mancha púrpura le cubrió el pecho. El plan se había consumado.

viernes, 14 de diciembre de 2012

OTOÑO.Por Rainer Maria Rilke



Las hojas caen, caen desde lejos,
marchitadas en parques de los cielos,
caen como con gestos que negaran.
Y cae en las noches la pesada tierra
hacia la soledad, desde los astros.
Todos caemos. Esa mano cae.
Y mira a los demás: está ya en todos.
Y, sin embargo, hay Uno, que esta larga caída
retiene entre sus manos con suavidad inmensa.

Corte de energía. Por Carlos Rafael Landi

Es impresionante lo que provoca  el silencio, y lo eterna que puede ser una hora cuando lo único que se escucha en la noche es el pulso, la respiración y los latidos. Ni la TV, ni el ronroneo del motor de la heladera. ¿Da miedo o sosiego, ese mudo ir y venir de luces de automóviles convirtiendo los espacios de la casa en luciérnagas errantes? 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Invierno en París. Por Carlos Rafael Landi

Yo era un turista especial. El invierno de mi llegada a París, el sol brilló por su ausencia. Los pájaros se caían de frío en pleno vuelo, el aliento de los que hablaban en las calles se endurecía hasta formar gotas de vidrio.
Y reinaba un hermoso silencio.

Y vi que era tu vida por carlos rafael landi

Niña del mar
hermosa como las olas
tus pelos al viento
se enredan en las aguas.

Una ola gigante
cubre tu hermosa silueta,
y yo desde la playa
admiro tus piruetas.

Niña del mar
tus saltos y juegos
tus pelos al viento
acarician tu figura
y cautivan mis ojos...

martes, 4 de diciembre de 2012

EL PRINCIPITO Y EL ZORRO.


ENTONCES apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vío nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -díjo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar"?
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -díjo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear lazos... "
-¿Crear lazos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sól. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no fienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, Ios hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el príncipito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio ún poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco
El principito volvió al día siguiente.
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejempló, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la feliçidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunça sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando eI día de la partida:
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- Y vas a llorar!, -dijo él principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zoro- he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo
Antoine de Saint-Exupéry

lunes, 3 de diciembre de 2012

EL HÉROE Y EL COBARDE. MO YAN


Se supone que debería escribir sobre lo acontecido a partir de 1979, pero mis pensamientos franquean ese límite y vuelan hasta esa tarde otoñal de 1969 en que resplandecía el sol, brillaban los crisantemos amarillos y los gansos salvajes iban hacia el sur. En ese punto, mis recuerdos se fusionan conmigo, y mi memoria deviene mi yo de entonces: un niño solo que había sido expulsado de la escuela pero que, atraído por el bullicio del patio, temeroso y encogido, se deslizaba por la entrada sin portero, recorría un largo pasillo oscuro y desembocaba en el centro mismo de la escuela, un patio rodeado de edificios por los cuatro costados. A la izquierda había un poste de roble con un travesaño sujeto con alambre del que pendía una campana de hierro oxidada. A la derecha, una sencilla mesa de ping-pong hecha de cemento y ladrillos; alrededor, un grupo miraba jugar a dos contrincantes. De allí venía el bullicio.
Eran las vacaciones de otoño en la escuela del pueblo, y casi todos los espectadores eran profesores; sólo había unas cuantas alumnas, muy guapas. Eran de la selección de ping-pong formada en la escuela y tenían que participar en el torneo de la capital del distrito que iba a celebrarse con ocasión del Día Nacional, de modo que ellas no se habían ido de vacaciones, se habían quedado para los entrenamientos. Todas eran hijas de cargos de la granja estatal; comían bien, estaban bien desarrolladas, tenían la piel tersa y blanca, y al ser de familias ricas, vestían ropa bonita. Nada más verlas se daba uno cuenta de que no eran de la misma clase social que nosotros, hijos de pobres. Nosotros las admirábamos, ellas en cambio no se dignaban echarnos ni una mirada. Uno de los jugadores era un profesor de matemáticas que yo había tenido. Se llamaba Liu Tianguang. Era rechoncho, pero en cambio tenía una boca enorme donde, según decían, podía meterse su propio puño, aunque nunca realizó esta proeza delante de nosotros -a menudo afloran a mi mente imágenes de él bostezando en la tarima, con esa bocaza abierta de par en par; era un espectáculo imponente-. Así que tenía un mote, "Hipopótamo"; pero como ninguno de nosotros había visto ese animal en la realidad y dado que los sapos también tienen la boca muy grande, y para colmo "hipopótamo" (hema) y "sapo" (hama) en chino se pronuncian de manera parecida, Liu el Hipopótamo pasó -es de sentido común- a llamarse Liu el Sapo. La idea no había sido mía, pero él estuvo haciendo sus pesquisas y llegó a la conclusión de que yo era el culpable. Liu el Sapo era hijo de un héroe de guerra, y además presidente del comité revolucionario de la escuela; ponerle un mote era un delito grave; así, el que me expulsaran de la escuela y me pusieran en volandas de patitas en la calle era lógico e inevitable.
Yo era muy poca cosa, un desgraciado desde la infancia, especialista en pasarme de listo para acabar metiendo la pata en todo. A menudo, cuando trataba claramente de hacer la pelota a algún profesor, éste creía que en realidad estaba intentando comprometerlo o meterlo en apuros. Cuántas veces exclamó mi madre: "¡Hijo mío, eres como el búho anunciando una buena nueva: por mucho que se esfuerce, a nadie alegra!", y era verdad. A nadie se le ocurría nunca relacionarme con una buena acción; en cambio, todo lo malo era culpa mía.
Mucha gente creía que yo era un rebelde, que ideológicamente dejaba mucho que desear, que odiaba la escuela y a los profesores, lo cual era completamente falso. De hecho, abrigaba sentimientos profundos hacia la escuela, y aún más especiales hacia el profesor Liu el Bocaza, porque yo era un niño con la boca muy grande. En una de mis novelas, Bocaza, el personaje del niño está basado en mí mismo. El profesor Liu y yo, en realidad, éramos compañeros de desgracia, y deberíamos haber simpatizado el uno con el otro, o al menos habernos compadecido mutuamente... Si a alguien no le habría puesto yo nunca un mote era a él; estaba clarísimo, saltaba a la vista, pero él no lo vio. Me agarró por los pelos y me arrastró hasta su despacho.
-¡Eres..! ¡Eres.! ¡Eres peor que el cuervo que se burla del cerdo por ser negro! -fue lo primero que me dijo tras mandarme al suelo de una patada-. ¿Por qué no echas una meada y te miras en el reflejo? ¡Así verás tu boquita de cereza!
Quise explicarme, pero él no me dejó. Así fue como un buen niño que abrigaba los mejores sentimientos hacia el profesor Liu el Bocaza -el niño Mo el Bocaza- fue expulsado de la escuela.
Tan poca cosa era yo que, aun sabiendo perfectamente que el profesor Liu había anunciado mi expulsión a todo el mundo por megafonía, a mí la escuela seguía gustándome, y seguía yendo allí todos los días con mi vieja mochila a ver si tenía ocasión de colarme. Al principio, el profesor Liu se ocupaba personalmente de echarme y, cuando me negaba a obedecerle, me agarraba por la oreja o por el pelo y me arrastraba hasta fuera; pero yo volvía a deslizarme dentro antes de que él hubiera regresado a su despacho. Luego mandaba a varios alumnos grandes y robustos para que me ahuyentaran y, si no me iba, me agarraban por los brazos y las piernas, me llevaban hasta fuera y me tiraban a la calle; pero yo ya estaba otra vez en el patio antes de que ellos hubieran vuelto al aula. Siempre me arrimaba a una esquina, encogiéndome con todas mis fuerzas, tanto para no llamar la atención de nadie como para ganarme la simpatía de todos. Allí, en la escuela, los escuchaba charlar y reír, los contemplaba saltar y brincar. Lo que más me gustaba mirar eran los partidos de ping-pong; me resultaban tan apasionantes que a menudo se me llenaban los ojos de lágrimas y me mordía los puños. A la larga ya les dio pereza echarme.
Esa tarde otoñal de hace cuarenta años, estaba yo agazapado en la esquina mirando al profesor Liu el Sapo, que blandía la raqueta de ping-pong que se había hecho él mismo -mayor de lo habitual, con la forma de las palas de cavar que se usan en el ejército-, enfrentándose a la que había sido mi compañera de pupitre, Lu Wenli. Ella también tenía la boca grande, las cosas como son, pero en su caso era proporcionada, no tan desmesurada como la mía o la del profesor Liu.
Incluso en esa época en que una boca grande no era considerada bonita, Lu Wenli pasaba por ser una pequeña belleza. Más aún teniendo en cuenta que su padre era el conductor de la granja estatal y que el vehículo que llevaba era un Gaz 51 de fabricación soviética, imponente y veloz como el rayo. En aquellos años, la de conductor era una profesión muy distinguida. Una vez, el tutor nos mandó hacer una redacción sobre el tema "Mi ideal", y la mitad de los niños escribieron que querían ser conductores. He Zhiwu, el chico más alto y fuerte de la clase, con la cara llena de acné, bigote incipiente y aspecto de joven de veinticinco años, escribió en su redacción:
"No tengo más ideal que éste, un único ideal. Mi ideal es ser el padre de Lu Wenli."
Al profesor Zhang le gustaba leer en voz alta la redacción que le había parecido mejor y la que le había parecido peor. Antes de leerlas, no decía el nombre del autor; después, nos pedía que lo adivináramos. En aquellos tiempos, en el campo, si hablabas mandarín hacías el ridículo, y nuestra escuela no era una excepción. El profesor Zhang era el único que se atrevía a darnos clase en mandarín. Era diplomado de la escuela de magisterio y tendría entonces poco más de veinte años. Tenía el rostro muy delgado, muy largo y muy blanco; llevaba raya al lado y vestía una chaqueta militar azul desteñido. Se sujetaba el cuello con un par de clips sujetapapeles y llevaba manguitos azul marino. Seguro que vistió otros tipos de prenda y de otros colores, no puede ser que durante todo el año, tanto en invierno como en verano, llevara esa ropa; pero en mi memoria su figura está asociada a ese atuendo. Siempre empiezo rememorando los manguitos de los brazos y los clips sujetapapeles del cuello, luego la chaqueta, y sólo entonces paso a visualizar su rostro, sus facciones, su voz, su expresión. Si no siguiera este orden, jamás podría recordar qué aspecto tenía el profesor Zhang. El profesor Zhang de entonces era un pimpollo, como se decía en los años ochenta; un yogurín, como se decía en los noventa; lo que ahora se llamaría. ¿un tío bueno, quizá?
Debe de haber palabras más en boga, más modernas para referirse a un joven apuesto, ya lo comprobaré cuando pueda consultarlo con la hija de los vecinos. A primera vista, He Zhiwu parecía mucho mayor que él. Decir que podría haber sido su padre sería exagerar un poco, pero habría pasado fácilmente por el hermano menor de su padre. Recuerdo que el profesor Zhang leyó la redacción de He Zhiwu con una entonación burlonamente histriónica:
"No tengo más ideal que éste, un único ideal. Mi ideal es ser el padre de Lu Wenli."
Tras un instante de estupefacción, el aula se llenó de carcajadas. La redacción de He Zhiwu sólo tenía esas dos frases. El profesor Zhang sujetaba con dos dedos, por una esquina, el cuaderno de redacciones, agitándolo como si de entre sus páginas fueran a salir anotaciones ocultas.
-¡Genial! ¡Verdaderamente genial! -dijo el profesor Zhang-. ¡A ver quién de vosotros adivina de qué genio es esta obra!
Intrigados, nos pusimos a mirar a diestra y siniestra, sin resultado; luego nos volvimos hacia atrás en busca de ese autor genial. Enseguida todas las miradas convergieron en He Zhiwu. Era el más alto, el más fuerte, y le gustaba meterse con sus compañeros de pupitre, por lo que el profesor Zhang lo había colocado al fondo del aula, solo. Pareció sonrojarse un poco bajo las miradas de toda la clase; pero bien mirado tampoco se sonrojó tanto. En su semblante pareció aflorar una leve turbación, pero bien mirado tampoco se lo veía tan turbado. Incluso parecía bastante satisfecho de sí mismo, puesto que en su rostro se dibujó una sonrisa bobalicona, con visos de travesura y cierto aire taimado. Tenía el labio superior relativamente corto, de modo que, cuando sonreía, se le veían los dientes de arriba, amarillos, con las encías moradas y los incisivos separados. Tenía una habilidad extraordinaria para escupir pequeñas pompas por ese hueco, que tenían su gracia al flotar delante de su cara. Y se puso a echar pompitas. El profesor Zhang le lanzó el cuaderno, que atravesó el aula como un platillo volante y fue a aterrizar delante de Du Baohua, una muy buena alumna, que lo tomó con dos dedos y cara de asco, y lo lanzó hacia atrás.
-He Zhiwu -dijo el profesor Zhang-, explícanos por qué quieres ser el padre de Lu Wenli.
He Zhiwu siguió haciendo pompas.
-¡Levántate! -vociferó el profesor Zhang.
He Zhiwu se levantó con expresión insolente y despreocupada.
-¡Habla! ¿Por qué quieres ser el padre de Lu Wenli?
De nuevo resonaron las carcajadas. En medio de la algarabía, Lu Wenli, que se sentaba a mi lado, se echó a llorar sobre el pupitre.
Todavía hoy no entiendo por qué lloraba.
He Zhiwu, con creciente arrogancia, siguió sin contestar a la pregunta del profesor. El llanto de Lu Wenli complicó lo que había empezado siendo una nimiedad. La actitud de He Zhiwu era un desafío a la dignidad del profesor Zhang. Imaginé que, de haber sabido el cariz que acabaría tomando el asunto, el profesor Zhang no habría leído en voz alta y delante de todos nosotros la redacción de He, pero "flecha disparada no tiene vuelta atrás", de modo que no le quedó más remedio que aguantar el tipo.
-¡Largo de aquí!
Nuestro genial compañero He Zhiwu, que era todavía más alto que nuestro profesor, abrazó la mochila, se tumbó en el suelo, se hizo un ovillo y echó a rodar por el pasillo de aproximadamente un metro de ancho que había entre las mesas. Nuestras carcajadas se extinguieron apenas proferidas. El ambiente en el aula había cobrado una gravedad que ya no admitía risas, debido a la iracunda palidez del profesor y a los sollozos intermitentes de Lu Wenli. El cuerpo ovillado de He Zhiwu no rodaba con fluidez, porque no podía evitar desviarse, y se iba dando aquí y allí con las patas de los pupitres y las banquetas. Cada vez que chocaba, tenía que corregir el rumbo. Además, el suelo de ladrillo gris había quedado todo rugoso y desigual por los pegotes de barro que dejábamos con nuestros zapatos al entrar. Si uno se ponía en el lugar de He Zhiwu, no debía de ser nada fácil rodar por ese suelo. Pero peor debía de ser para el profesor Zhang. La dificultad de He Zhiwu era física; la del profesor Zhang era moral. Maltratarse a uno mismo para castigar a otro es propio de canallas e indigno de héroes. Pero los que son capaces de llevarlo a cabo no son canallas corrientes. Los grandes canallas tienen algo de héroes y los grandes héroes tienen algo de canallas. ¿Qué era He Zhiwu, un gran canalla o un gran héroe? Dejemos el tema, yo mismo no sabría responder. Eso sí, él es el personaje principal de este escrito. Qué tipo de persona es, que el lector juzgue por sí mismo.
Así salió He Zhiwu, rodando. Se puso en pie, rebozado en barro, y se alejó sin una mirada.
-¡Quieto ahí! -gritó el profesor Zhang.
Pero He Zhiwu siguió andando sin volverse. Fuera, el sol era deslumbrante. Dos urracas graznaban en el álamo que crecía delante del aula. Tuve la sensación de que He Zhiwu irradiaba haces de luz dorada; no sé qué pensarían los demás, pero en ese momento, a mis ojos, He Zhiwu se había convertido en un héroe. Avanzaba a grandes zancadas, sin vacilación alguna. Unos trocitos de papel salieron volando de sus manos y danzaron en el aire hasta caer al suelo. No sé qué sentirían los demás en ese momento, pero a mí el corazón me palpitaba de exaltación. ¡Había roto el libro de texto! ¡Había roto el cuaderno de ejercicios! Había roto por completo con la escuela; la había dejado atrás y había pisoteado al profesor. Era como un pájaro dejando la jaula. Era libre. Las reglas y tabúes de la escuela ya no le concernían; en cambio, nosotros tendríamos que seguir soportando la disciplina impuesta por el profesor.
Lo complejo del asunto era que, al salir rodando del aula, romper los libros y todo vínculo con la escuela, lo admiré de todo corazón y empecé a abrigar la ilusión de que algún día yo también fuera capaz de una hazaña similar. Sin embargo, cuando poco después el profesor Liu el Bocaza me expulsó, la profunda tristeza que sentí, por lo unido que estaba yo a la escuela, me corroía las entrañas. ¿Quién era el héroe y quién el cobarde? A través de esta anécdota ha quedado claro y sin lugar a dudas.
Cuando He Zhiwu ya se había marchado pavoneándose, Lu Wenli aún seguía llorando.
-Venga, venga, ya está bien -dijo el profesor Zhang con evidente impaciencia-. Lo que quería decir He Zhiwu es que su ideal era ser conductor como tu padre, no ser tu padre de verdad. Además, aunque hubiera querido ser tu padre, ¿iba a serlo por haberlo escrito?
Al oír estas palabras, Lu Wenli alzó la cabeza, sacó un pañuelo, se enjugó las lágrimas y dejó de llorar.

domingo, 2 de diciembre de 2012

EL PLANETA SOLITARIO. POR CARLOS RAFAEL LANDI.


Esta es una  historia triste, si es que los cuerpos celestes sufren melancolía. Un equipo de astrónomos del Observatorio Europeo Austral  ha descubierto un objeto errante, a 100 años luz de la tierra. Parece ser un planeta huérfano, sin una estrella madre que lo adoptara y lo hiciera girar alrededor de ella. Para aumentar el dramatismo de esta historia, lo bautizaron con un nombre horrible, que parece una contraseña  bancaria: CFBDSIR2149. Todavía no se ha podido determinar si fue expulsado del sistema que lo albergaba o si nació en soledad.
 Cada planeta gira alrededor de su sol, cada satélite alrededor de su planeta, decían los astrónomos, pero también en el Universo también hay soledades de grandes proporciones. "CFBD", es la prueba  de que comparte con nosotros los humanos la soledad y el complejo de separatidad.

jueves, 29 de noviembre de 2012

APOLO Y DAFNE


Un día, cuando Apolo, el dios de la luz y de la verdad, era aún joven, encontró a Cupido, el dios del amor,
jugando con una de sus flechas.

¿Qué estás haciendo con mi flecha?- preguntó Apolo con ira-. Maté una gran serpiente con ella. ¡No trates de robarme la gloria, Cupido! ¡Ve a jugar con tu arquito y con tus flechas!
Tus flechas podrán matar serpientes, Apolo –dijo el dios del amor-, ¡pero las mías pueden hacer más daño! ¡Incluso tú puedes caer herido por ellas!

Tan pronto hubo lanzado su siniestra amenaza, Cupido voló a través de los cielos hasta llegar a lo alto de
una elevada montaña. Una vez allí, sacó de su carcaja dos flechas. Una cuyo efecto en aquel que fuera tocado por ella sería el de huir de quien le profesara amor. Con la segunda, quien fuera herido por ella se enamoraría instantáneamente de la primera persona que viera.

Cupido tenía destinada su primera flecha a Dafne, una bella niña que cazaba en lo profundo del bosque.
Cupido templó la cuerda de su arco y apuntó con la flecha a Dafne. Una vez en el aire, la flecha se hizo invisible, así que cuando atravesó el corazón de la niña, ésta sólo sintió un dolor agudo, pero no supo la causa.

Con las manos cubriéndose la herida, corrió en busca de su padre, el dios del río.
¡Padre! – exclamó-: ¡Debes hacerme una promesa!
¿De qué se trata? –preguntó el dios.
¡Prométeme que nunca tendré que casarme! –gritó Dafne.
¡Pero yo quiero tener nietos!
¡No, padre! ¡No quiero casarme nunca! ¡Déjame ser siempre libre! –gritó Dafne, y comenzó a golpear el agua con los puños.
¡Muy bien! –profirió el dios del río-. ¡No te aflijas así, hija mía, te prometo que no tendrás que casarte nunca!
¡Y prométeme que me ayudarás a huir de mis perseguidores! –agregó Dafne.
¡Lo haré, te lo prometo!

Después de que Dafne obtuvo esta promesa de su padre, Cupido preparó la segunda flecha, esta vez
destinada a Apolo, quien estaba vagando por los bosques. Y en el momento en que el joven dios se encontró cerca de Dafne, templó la cuerda del arco y disparó hacia el corazón de Apolo.
Al instante, el dios se enamoró de Dafne. Y, aunque la doncella llevaba el cabello salvaje y en desorden, y
vestía sólo toscas pieles de animales, Apolo pensó que era la mujer más bella que jamás había visto.
¡Hola! –le gritó; pero Dafne le lanzó una mirada de espanto y, dando un salto, se internó en el bosque como lo hubiera hecho un ciervo.

Apolo corrió detrás de ellas gritando: - ¡Detente, detente! Pero la niña se alejó con la velocidad del viento.
¡Por favor no corras, detente! ¡Yo no soy tu enemigo! ¿Sabes quién soy? No soy un campesino ni un pastor. ¡Soy un dios, cacé una enorme serpiente con mi flecha!

Dafne seguía corriendo. Apolo ya estaba cansado de pedirle que se detuviera, así que aumentó la velocidad,
hasta que pronto estuvo cerca de ella. Ya sin fuerzas, Dafne podía sentir la respiración de Apolo sobre sus cabellos.
¡Ayúdame, padre! –gritó dirigiéndose al dios del río-. ¡Ayúdame!
No acababa de pronunciar estas palabras cuando sus brazos y piernas comenzaron a tornarse pesados
hasta volverse leñosos. El pelo se le convirtió en hojas y los pies en raíces que empezaron a internarse en la tierra.

Había sido transformada en el árbol del laurel, y nada había quedado de ella, salvo su exquisito encanto. Apolo se abrazó a las ramas del árbol como si fueran los brazos de Dafne y, besando su carne de madera, apretó las manos contra el tronco y lloró.

- Siento que tu corazón late bajo esta corteza –dijo Apolo, mientras las lágrimas rodaban por su rostro-. Y como no podrás ser mi esposa, serás mi árbol sagrado. Usaré tu madera para construir mi arpa y fabricar mis flechas, y con tus ramas haré una guirnalda para mi frente, y siempre serás joven y verde, tú, Dafne, mi primer amor.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

"GOODBYE". POR CARLOS RAFAEL LANDI


Un Seat Ibiza se abre paso por la cuesta de San Vicente escoltado por un pasillo de frondosos árboles  y  el siempre presente sol de Madrid. En el interior un hombre conduce algo nervioso.
Molesto con la música que suena,  la apaga. Frente a él se alza el puente de Segovia imponente sobre el río Manzanares  El hombre detiene el auto, baja  y camina con paso firme sobre la pasarela peatonal. Cuando llega al muro de piedra que rodea  el puente respira profundamente y con determinación trepa el  metro de paredón. Ya no hay vuelta atrás. Mira el río y se deja caer al vacío. El hombre desaparece de la superficie. Una hora después la policía  rescata su cadáver del agua. Una vez apoyado su cuerpo sobre el suelo del Paseo de la Virgen, uno de los agentes saca la cartera de su bolsillo un documento. Su nombre Tony . En el interior sobre el asiento del acompañante hay un sobre y en él un manuscrito  que dice : “Goodbye”

ESA MUJER


“ La edad no la marchita,
Ni el hábito enmohece su variedad sin fin.
Otras mujeres hartan apetitos que nutren,
Pero  ella da más hambre donde más satisface.
Pues las cosas más viles sientan tan bien en ella,
Que hasta los sacerdotes la bendicen si está desenfrenada.”
                          William Shakespeare, Antonio y Cleopatra



El libro era muy bueno y el proyecto para editarlo era una interesante opción, pero no podía separar la mirada de sus piernas. Se llamaba Virtudes y tenía una belleza que no se puede describir, pero podría señalar el grosor perfecto de sus labios, la mirada salvaje de sus ojos, contenidos en el femenino vigor de su rostro. Una mujer en la que se podía confiar. Elegante y sensual. No abusaba de los dones que la habían dotado. Era la tercera vez que la veía por el asunto de la publicación del libro. No podía descifrar qué misterios de su personalidad alteraban mi sistema nervioso en cada ocasión que la tenía adelante.

 Para terminar con la fascinación que me causaba su presencia decidí rechazar el proyecto cuya lectura me resultaba muy inquietante, para no volver a encontrarme otra vez con su presencia. Le escribí un mail por cierto muy cortés y afectuoso en el cual le dije que aún a pesar de lo excelente de su obra teníamos cubierta toda la programación de publicaciones hasta el año siguiente, y no podíamos aceptar nuevos proyectos. Después de escribir el correo me sentí aliviado, pero experimenté una sensación de angustia al pensar que había desechado la posibilidad cierta de una relación con una mujer por demás atractiva.Algunos años antes hubiera aceptado correr los riesgos emocionales que esa mujer y su libro significaban.

Al otro día recibí la contestación de ella agradeciendo mi atención y asegurándome que pronto nos encontraríamos para ultimar detalles y tener todo previsto para el año siguiente.

Mi primera impresión fue de desconcierto. Empecé a dudar de lo que había escrito en el mensaje pero fui rápidamente a enviados y comprobé efectivamente que lo que le había escrito era casi un rechazo, como cuando vamos a solicitar un empleo y luego de tomarnos los datos nos dicen que después nos llamarán. La verdad es que me quedé intrigado e inquieto, pero decidí dejar todo como estaba.


Después sin que ella diera señales de vida durante el resto del invierno y la primavera, se presentó en mi oficina en los primeros días de enero justo cuando me iba a tomar vacaciones. En la estadía en las sierras de Córdoba seguí pensando en ella y me di cuenta que mi carácter se iba deteriorando paulatinamente como una fruta que madura que se descompone bajo el sol ardiente de un mediodía de verano.


Me costaba dormir y me despertaba varias veces durante la noche, y a eso de las cinco ya no volvía a dormir, el resultado era un estado de agotamiento y perturbación durante todo el día. En los momentos que estaba en vela recordaba sus piernas cruzándose y entrecruzándose del otro lado del escritorio, mientras me mostraba cada capítulo de su libro que rechacé sin motivos valederos, como dejando pasar el tren que solo pasa una vez en la vida. En Marzo cambié de oficina y de horarios como una forma de olvidarme de ella, pero pronto me di cuenta que el olvido solo se produce en aquellos que no tienen que olvidar.


Mientras tanto su imagen iba metamorfoseándose misteriosamente en el interior de mi mente, hasta que un día sus piernas dejaron de ser sus piernas, su cuerpo esbelto dejó de ser su cuerpo y se convirtió en un libro.


Todo comenzó una tarde cuando imaginé que su pierna izquierda aparecía como una ilustración en el apéndice del libro que yo había rechazado. Durante un tiempo hojeaba las páginas en busca de otro indicio que mostrara más partes de ese cuerpo tan ansiado.


Pero, una mañana me di cuenta al buscar en las últimas páginas, otro indicio que me indicaba la presencia de la mujer, su rostro hermoso dotado de una larga cabellera rubia al viento fulguraba a todo color.


En Junio volé a París tratando de borrarla de mi existencia.


 Una mañana de finales de la primavera parisina en las que se puede salir a disfrutar sin abrigo, me perdí por las calles del barrio latino y sin darme cuenta salí a la plaza de la Concorde. Me interné por Champs Elysees y buscando el cd Soleil Blue de Sylvie Vartan entré en Virgin Megastore, la mayor tienda de novedades editoriales de la ciudad.


 Recuerdo que levanté la vista hacia la mesa de novedades de libros en francés buscando el rótulo del libro de Millás "Lo que se de los hombrecillos", cuando vi ante mi materializada su figura en la tapa del libro "La pasión según Rita ". De golpe me olvidé de todo lo que estaba buscando y lo compré inmediatamente sin pensar, víctima de un impulso irrefrenable que yo siempre había criticado en los consumistas compulsivos.



He leído y releído todas sus páginas pero no he podido encontrar el misterio que encierra para mí esa mujer. 
Si supiera qué mi soledad me hace ver alucinaciones; cómo cuando pienso en el amor y lo imagino como un bello desnudo de mujer rubia, de boca tentadora y ojos fascinantes, llena de lujuria al retirar su rubia cabellera cuando pronuncia su nombre, y me sonríe, y me mira con la profundidad de las estrellas con sus dos ojos empañados de amor, y luego vuelve y besa el rincón más solitario de mi cuerpo, y con todas las fuerzas de la voluntad recorro su piel y sus cabellos de oro sin que nadie me empuje de entre la multitud de otros lectores que la admiran, como si fuera libre de estar entre sus brazos, de acariciar su espalda, de volver la mirada hacia sus ojos y de hundirme sin resistencia entre sus piernas, mientras me escapo por sus ingles en dirección a la nada y ella sonríe y ya no me mira, pero dice mi nombre con una dulzura irrepetible en otra boca, y soy libre de comenzar otra vez el éxtasis con la promesa entera de su cuerpo desnudo acurrucado en mi cuerpo, y su dulce voz susurrándome canciones al oído. 



Han pasado casi tres años. esa mujer ha sido mi última experiencia intensa. Estoy padeciendo la soledad y el dolor de aquel recuerdo de ese viernes por la mañana cuando apareció con su proyecto de libro abajo del brazo. Ahora no sé qué cenar, qué poner en la tele, ni qué hacer con mi vida. Vivo encerrado en el interior de mi cabeza pensando en ella con una obsesión que no puedo comprender todavía. A veces pienso y reniego de ese día en que apareció en mi oficina. No sé si es  locura, obsesión o su belleza, ese ancestral atractivo, tan enigmático como los diez Mandamientos que nos hacen  dudar acerca de su procedencia exacta y al mismo tiempo considerarlos sagrados. Pretendo continuar con mi locura pensando continuamente en Virtudes.





jueves, 18 de octubre de 2012

EL MUNDO ES UN LUGAR CONFUSO.

Escapé del colegio por primera vez cuando tenía doce años. Rosa se armó de valor y vino conmigo. Faltaban pocos días para que terminaran las clases. Era noviembre. Ella me había pedido conocer los mejores paisajes de la ciudad y yo le propuse ir al puente ferroviario negro, a los montes más cercanos y a la presa nueva del arroyo. Cuando dije todo esto, ella me preguntó si yo sabía leer la mente. Rosa venía de la provincia de Tucumán porque al padre lo habían trasladado como gerente del Banco Nación. Como habían alquilado un departamento en la misma cuadra donde yo vivía, nos hicimos amigos.

Pedaleamos cada uno con su bicicleta por el camino de la Provita rumbo al puente negro, un paisaje arenoso, ajeno al verde plano de la llanura a la que estamos acostumbrados. Al llegar, bajamos hasta el lecho del arroyo, luego descansamos y mojamos nuestros pies en el agua, un agua transparente sobre un fondo amarillo con orilleros inquietos que huían espantados del origen de las olas.
Más tarde, subimos a las pequeñas montañas linderas al arroyo, unas montañas que no superaban el metro y medio de altura, y desde allí vimos las extensas plantaciones, los galpones y las vacas. Cuando retomamos el camino fue para conocer el establo de la Estancia del Sel. Oímos chillidos que sonaron a regocijo animal. Un cuidador nos dejó entrar para que miráramos de cerca a los caballos de carrera. Rosa acarició la cabeza de una yegua mansa que no dejaba de mirarla a los ojos.

Luego fuimos hasta un bosque de eucaliptos, enormes y en hilera, separados por una distancia de tres metros, y bordeados por un alambrado que alguna vez fijó el límite de una propiedad. Trepé un árbol para volver a buscar un sitio alto, pero esta vez Rosa se quedó abajo. Tuve que esforzarme bastante para describir lo que veía sentado en aquella rama, pero nada de lo que dije le agradó, de modo que descendí para continuar con la caminata.

El cálido viento parecía darle magia a aquellos momentos. Ella bostezó, yo sonreí y le guiñé un ojo. Nos recostamos en el tronco de un árbol mirando para arriba. Buscamos formas en los árboles y le pusimos nombres. Una mariposa, el hombre de Neandertal, un rinoceronte, un unicornio, un eclipse parcial. Nos propusimos recordar todos aquellos nombres creados por nosotros para una visita futura. Después hablamos del torneo de fútbol intercolegial, de la escuela primaria, del pronto comienzo de la secundaria. Ella estaba contenta, sonreía con los labios y con los ojos al mismo tiempo. Luego hubo un paréntesis en la conversación y nos quedamos dormidos.

Cuando desperté, la cabeza de Rosa estaba recostada sobre mi hombro. Ya se estaba haciendo de noche. Dije entonces que había que regresar. Rosa se levantó como un resorte y tomó la delantera con su bicicleta azul. Las malezas estaban muy altas. Propuse apurarnos para aprovechar lo que quedaba del día, pero a poco de salir empezamos a ser perseguidos por dos pibes más grandes.
Llevaban rifles y tenían unos cuises muertos colgando de los manubrios de las bicicletas. Uno de ellos nos gritó con una voz que buscaba imponer un orden. Me dio escalofríos. Era la voz del mismísimo Friki, famoso por la enorme cantidad de entradas en la policía. Promovía riñas. Desfiguraba a los adversarios. El otro no se quedaba atrás y nos amenazaba con una completa banda sonora de insultos. El pulso me latía hasta en la nuca. Rosa se había quedado muda, temblaba de miedo.

Atravesamos una tranquera, y tomamos un camino angosto. Bordeamos una casa de campo y seguimos por ese mismo camino hasta dar con otro más ancho. Los enormes saltos me hicieron perder el espejo retrovisor. Yo pensaba que, en cualquier momento, un balín nos iba a perforar la espalda. Pocas veces vi que el andar de una bicicleta levantara tanto polvo. Era espeso, como fabricado por una máquina. Por suerte cuando miramos hacia atrás, Friki y su compañero ya no estaban, habían desistido de seguirnos.

Tardamos mucho en encontrar el camino de regreso. La desesperación no te deja pensar. Rosa lloró durante unos minutos, de golpe, sin freno a pesar de mi intento de consuelo. Manejamos hacia el oeste en dirección a las luces brillantes de la ciudad. La noche se nos había venido encima. Volvimos a cruzar las vías, e ingresamos al radio urbano por el bulevar con el sonido ronco de los silos de las cooperativas de granos. Antes de llegar a casa, nuestros padres y los vecinos estaban afuera. El rostro de la directora era el reflejo mismo de la desesperación. Dos móviles policiales custodiaban el lugar con las luces encendidas.

No se imaginan los ojos que tenía mi padre. Eran unos ojos bruscos, de odio. Cuánto más los miraba, tanto más ofuscados los encontraba. Hubiese contratado a un grupo de vocalistas negras para que le susurraran canciones melódicas al oído. Recordé su frase más célebre: “Los Sotello somos bien machos. No le tememos a nada”. El mundo es un lugar confuso. Tuve que inventar algo para dejarlo conforme. Necesitaba justificar mi larga ausencia. Buscaba que una vez adentro de mi casa no me agarrara a cintazos. Me vino a la mente una voz, una orden que me iba a ayudar a sobrevivir. Tomé del brazo a Rosa, la protegí del frío con mi campera de nailon y le di un beso en la boca. Ella me lo devolvió cerrando los ojos. Todavía temblaba de miedo.

Walter Gasparetti.  Periodista de La Capital de Rosario. Escribe #microcuentos y #microrelatos.

viernes, 28 de septiembre de 2012

ESA MUJER. Por Carlos Rafael Landi

El libro era muy bueno y el proyecto para editarlo era una interesante opción, pero no podía separar la mirada de sus piernas. Era la tercera vez que la veía por el asunto de la publicación del libro. No podía descifrar que misterios de su personalidad alteraban mi sistema nervioso en cada ocasión que la tenía adelante. Para terminar con la fascinación que me causaba su presencia decidí rechazar el proyecto cuya lectura me resultaba muy inquietante, para no volver a encontrarme con ella otra vez.

 Le escribí un mail por cierto muy cortés y afectuoso en el cual le dije que aún a pesar de lo excelente de su obra teníamos cubierta toda la programación de publicaciones hasta el año siguiente y no podíamos aceptar nuevas publicaciones. Después de escribir el mail me sentí aliviado pero experimenté una sensación de angustia al pensar que había desechado la posibilidad afectuosa de una relación con una mujer por demás atractiva . Algunos años antes hubiera aceptado correr los riesgos emocionales que esa mujer y su libro significaban.

Al otro día recibí la contestación de ella agradeciendo mi atención y asegurándome que pronto nos encontraríamos para ultimar detalles y tener todo previsto para el año siguiente.
Mi primera impresión fue de desconcierto. Empecé a dudar de lo que había escrito en el mensaje pero fui rápidamente a enviados y comprobé efectivamente que el mensaje era casi de rechazo como cuando vamos a solicitar un empleo y luego de tomarnos los datos nos dicen que cualquier cosa después nos llaman. La verdad es que me quedé intrigado e inquieto, pero decidí dejar todo como estaba.

Después sin que ella diera señales de vida durante el resto del invierno y la primavera, se presentó en mi despacho en los primeros días de enero justo cuando me iba a tomar vacaciones. En la estadía en las sierras de Córdoba seguí pensando en ella y me di cuenta que mi carácter se iba deteriorando paulatinamente como una fruta que madura y se descompone bajo el sol ardiente.

Me costaba dormir y me despertaba varias veces durante la noche y a eso de las cinco ya no me volvía a dormir, el resultado era un estado de agotamiento y somnoliencia durante todo el día. En losmomentos que estaba en vela recordaba sus piernas cruzándose y entrecruzándose del otro lado del escritorio., mientras me mostraba cada capítulo de su libro que rechacé sin motivos valederos como dejando pasar el tren que solo pasa una vez en la vida. En Marzo cambié de oficina y de horarios como una forma de olvidarme de ella, pero pronto me di cuenta que el olvido solo se produce en aquellos que nada tienen que olvidar.

Mientras tanto su imagen iba metamorfoseándose misteriosamente en el interior de mi mente hasta que sus piernas dejaron de ser sus piernas, su cuerpo esbelto dejó de ser su cuerpo y se convirtió en un libro.
Todo comenzó una tarde cuando imaginé que su pierna izquierda aparecía como una ilustración en el apéndice del libro que yo había rechazado. Durante un tiempo hojeaba las páginas en busca de otro indicio que mostrara más partes de ese cuerpo tan ansiado.

Pero, una mañana me di cuenta al buscar en las últimas páginas otro indicio que me indicaba la presencia de la mujer, su rostro hermoso dotado de una larga cabellera rubia al viento fulguraba a todo color.
En Junio viajé a París tratando de olvidarla. Una mañana de finales de la primavera parisina en las que se puede salir a disfrutar sin abrigo, me perdí callejeando y sin darme cuenta salí a la plaza de la Concorde. Me interné por Champs Elysees y buscando el cd Soleil Blue de Sylvie Vartan entré en Virgin Megastore.

 Recuerdo que levanté la vista hacia la mesa de novedades de libros en francés buscando el rótulo del libro de Millás "Lo que se de los hombrecillos" cuando vi ante mi materializada su figura en la tapa del libro "La pasión según Rita ". De golpe me olvidé de todo lo que estaba buscando y lo compré inmediatamente y sin pensar víctima de un impulso irrefrenable el cual yo siempre había criticado en los consumistas compulsivos
.
 Ahora vivo encerrado en el interior de mi cabeza pensando en ella con una obsesión que no puedo comprender todavía. A veces pienso y reniego de ese día en que apareció en mi oficina trayendo bajo el brazo su libro para publicar y se que en cada una de las teclas de la computadora en la que escribo este texto hay un guión que me es familiar y en el que está escrito mi destino y no siento apuro por leerlo. Pretendo continuar con mi locura pensando continuamente en ella.

martes, 11 de septiembre de 2012

Aula.

En este mundo traidor, nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira. Eso ocurre con la palabra aula. La usaron los romanos, cada uno según su oficio, para denominar cosas distintas: para los nobles, el aula era el palacio, y por extensión la corte. Bajando un escalón, los no potentados llamaban aula al patio de la casa (recordemos que era el lugar más bello, toda la casa giraba en su derredor). Bajando un escalón más llegamos al aula del pastor, que es el aprisco, el corral, el lugar donde encierra al ganado. Virgilio, poeta él, da un paso más y llama aula a la celda de la abeja. Y Petronio llega al último nivel, usando la palabra aula para denominar la jaula: tigris vectatur in aula = el tigre es transportado en una jaula (hay que explicar que jaula no viene de aula, sino de caveola, pasado por el francés jaole). Pero no acaban aquí las metamorfosis del aula: significó también olla (de ahí proviene esta palabra por evolución fonética); Plauto nos la inmortalizó en su aulularia. Y por último tenemos el significado de flauta (y por extensión, el de tocadora de flauta o flautista). Y ahora hemos de entrar en el juego aquel de "en qué se parecen...". Pues sí que se parecen. Y el parecido nos lo da su origen griego: aulh (aulé). Los griegos denominaban así a cualquier espacio delimitado, es decir cerrado, al aire libre. De ahí que la primera concreción sea la de patio de una casa, y la segunda, la de muro que encierra dentro un re-cinto. De ahí pasó a denominar también toda la casa (que en principio estaba supeditada al patio, no a la inversa); y de ahí, como en latín, pasó a designar al conjunto de cortesanos. (Respecto a la denominación de corte,hay que recordar que antiguamente se llamó también así la cerca que solía construirse adosada a la casa para encerrar los animales, por lo que fue sinónimo de corral, cuadra, pocilga... En catalán (cort) aún lo es.) Emparentada con aulh, tenemos auloV (aulós), que significa flauta, y en general cualquier instrumento de viento. Si pasamos de aquí a aulizomai (aulítzomai), que significa vivir al aire libre, instalarse al aire libre, acabaremos de ver cuál es la relación entre la flauta y el aula y la olla. En todos los casos se trata de espacios de aire libre (desde el patio hasta llegar a la flauta cada vez es menos libre el aire) encerrados o cercados. La sustancia tanto del aula, como de la jaula, como de la olla, como de la pocilga, como de la corte, como del palacio, es que se trata siempre de cerrar espacios. Esa es la quintaesencia del aula: el encierro. Y precisamente lo que se encierra en cualquiera de las modalidades de aula (las arriba enumeradas) es el aire libre, es la libertad. Un aula es por definición un espacio en que se encierra una porción de la libertad, en que el que entra queda sometido a la ley de las paredes que le encierran, desde la corte hasta la jaula. Nada tiene, pues, de sorprendente que el mayor peso que se nota en las aulas es el de la obligatoriedad y que sea en esa dirección en la que apunten los métodos, los sistemas, los planes de estudios, las estrategias... Parece que es la fuerza de la palabra que actúa sobre los legisladores, sobre los alumnos (¡y con qué fuerza, sobre ellos!) sobre los profesores, sobre los padres... Mariano Arnal

miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL OTRO FAUSTO. Por Carlos Rafael Landi

En la posmodernidad había un destacado filósofo y estudiante de teología conocido como el Licenciado Fausto. Las enseñanzas que filósofos y teólogos reconocidos ofrecían sobre la naturaleza de Dios y sobre el significado de la vida no eran suficientes para satisfacer su intelecto inquisitivo. Su orgullo era tan grande como su conocimiento, y deseaba descubrir las repuestas a los grandes misterios de la vida mediante su propio esfuerzo, en lugar de recibirlo de quienes secretamente despreciaba. Así podía atribuirse todo el mérito. De modo que, al cabo del tiempo, el Licenciado Fausto abandonó su teología y se hizo estudiante de magia hermética, pues tenía la esperanza de hallar el secreto de la vida en los experimentos alquímicos y en el conocimiento prohibido de la magia y de la brujería transmitido desde los antiguos egipcios. Sin embargo, incluso estas investigaciones prohibidas no pudieron enseñarle todo lo que deseaba saber, por lo que quedó sumido en una profunda melancolía; entonces invocó en su desesperación a los espíritus infernales. En respuesta a su llamada apareció misteriosamente un perro negro en el estudio del erudito que después se metamorfoseó en una extraña figura que se presentó como Mefistófeles, el espíritu del mal y de la negación. Este personaje estaba siempre al acecho de las almas humanas que pudiera ganar para las tinieblas, engañando así a Dios; y Fausto deseaba el conocimiento de Mefistófeles respecto a los secretos de la vida y la naturaleza de lo divino. De modo que establecieron un pacto entre ambos, sellado con sangre, en el que Mefistófeles convenía en servir a Fausto en este mundo, en tanto que Fausto accedía a servir a Mefistófeles en el otro. Mefistófeles sabía muy bien cuál sería el precio que Fausto pagaría, pero el filósofo todavía no había comprendido que lo que estaba empeñando para toda la eternidad era su alma mortal. Durante algún tiempo, Fausto se sintió emocionado por la magia y los misterios que Mefistófeles le mostraba, y creía que por fin estaba acercándose al conocimiento de los secretos de Dios, pero el oscuro espíritu de la negación erosionó gradualmente la voluntad del erudito y lo embaucó para que desarrollara una sensualidad y un orgullo cada vez mayores, hasta llegar a perder todo sentido de búsqueda espiritual. Su alma que el diablo, tras comprarla, enrolló como si fuera una alfombra resultó así disociada del cuerpo como si se tratara de una prenda de abrigo. Fausto comprendió que estaba rodeado de conocimientos revelados por monstruos a los que no reconocía.

viernes, 24 de agosto de 2012

¡FELIZ CUMPLE MAMÁ!

Mi Madre Inés acaba de cumplir 47 años. Su primera fiesta de cumpleaños se la pagaron sus padres en pesos moneda nacional. Billetes que habían sido creados en 1942 e impresos en la Casa de la Moneda y en Inglaterra porque en Buenos Aires, por aquellos tiempos también, había habido problemas de acuñamiento y no se daba abasto con la emisión. Cuando Inés cumplió cinco años le organizaron un festejo en casa de sus abuelos en la casa de Senillosa 687 en el barrio de Caballito. Primer hija mujer, la más mimada, disfrutó de un momento que hasta hoy recuerda. La familia afrontó los gastos en pesos ley 18.188, moneda creada justo ese año, después de haberle sacado dos ceros a los billetes que vieron saldar la cuenta de su primer cumpleaños. El Abuelo de Inés era italiano, de Rossano, (Provincia di Cosenza, Regione Calabria). bien al sur. Luego de la Primera Gran Guerra había venido de esa tierra de emigrados que llegaron a “hacerse la América”. El hombre abrió su primera fábrica de calzados para concederle honor al oficio más común entre sus paisanos, y así se labró un porvenir. Para festejar los 10 años de su nieta, el abuelo Alfredo con el dinero que había juntado compró los pasajes para ir a Italia con su esposa Rosa e Inesita. ¡Volver después de más de 40 años! Dos días antes de subirse al avión, precisamente el 4 de junio de 1975, el entonces ministro de Economía Celestino Rodrigo dispuso por decreto una devaluación de más de un 150% del peso en relación al dólar comercial, una suba promedio de un 100% de todos los servicios públicos y transporte, un incremento de hasta un 180% de los combustibles y un módico aumento de un 45% de los salarios. La familia se quedó sin viajar porque los pasajes aéreos se debían cancelar en dólares con la consiguiente indexación. Los 18 años de Inés le son inolvidables. En 1982 terminó la escuela secundaria y recibió como regalo por no llevarse ninguna materia el billete de más alta denominación acuñado: 1.000.000 de pesos. La inflación galopante hizo que para su mayoría de edad debutase el nuevo peso argentino que le quitó cuatro ceros al peso ley. Eso sí: nadie imprimió billetes. Se usaban los viejos y había que hacer la cuenta del cambio. Una originalidad vernácula: leer 10.000 y pronunciar 1. Pronunció el número 1 y se dio cuenta de que no podía comprar nada más que un chocolate de pésima calidad. A los 20 fue mamá, muy joven pero con mucho amor bautizaron a Franco Javier,su hijito haciendo una fiestita para los más íntimos que abonaron en australes. Había que sacarle tres ceros más al peso argentino. Antes que el abuelo de Franquito viera caminar a su nieto, el austral se había depreciado 5000% respecto del dólar y la palabra inflación no tenía sentido si no iba antecedida del prefijo “hiper”. Ahora no le alcanzaba ni para comprar las velitas para la torta. Cuando mi padre Carlos cumplió sus 39 años juntó unos pesos al liquidar el taller de electrónica en el que trabajaba, y que cerró por la recesión y la inseguridad. El dinero de la venta lo cobró en pesos convertibles. Cuatro ceros menos respecto del anterior signo monetario. Un desocupado más en la etapa de la vida en donde uno cree que la esperanza es ilimitada. Un peso valía un dólar, pero claro, él no podía comprar los verdes como gesto de placer para viajar a Miami, porque para eso había que tener trabajo. Se tuvo que gastar todo lo que tenía en mantener a sus críos. Se quedó en Pampa y la vía. Nunca más conseguiría emplearse en relación de dependencia. La idea de retomar el oficio de panadero de su padre le fue impuesta por la historia y no por su vocación. Con enorme esfuerzo y dedicación, Carlos aprendió a amasar pan y facturas y a vivir con lo justo para priorizar pagarle una buena educación a sus 3 hijos, y ni soñar en pagar un sistema de salud privado. Típico hijo de padres “laburadores”, no hace falta decir que los pocos ahorros que logró juntar con increíble y heroico esfuerzo se los acorralaron cuando cumplió sus 45 años, y que el cumpleaños siguiente aprendió que él que había depositado dólares, apenas si recibía papeles a largo plazo indexados por un coeficiente inventado por un argentino que había hecho sudar mucho su cerebro, para jorobar a todos los que se había esforzado creyendo en un país pujante. Hoy compra la harina en pesos, aromatizantes para sus masas en dólar oficial y repuestos para sus máquinas de contrabando en dólar blue. No “valida” ni para 100 dólares que le permitan cruzar a Colonia, Uruguay. A mi madre Inés la encontré esta mañana leyendo en voz alta del diario que “los argentinos deberíamos empezar a pensar en pesos”. Se rió y me invitó a comer en el Mac Donals de Pinamar para celebrar sus 47 años. “Hacemos de cuenta que viajamos al exterior y conocemos la patria chica de los que, seguro ahorraron en pesos populares mientras nos afanaban 15 ceros del peso argentino haciendo la revolución nacional”. La historia suele repetirse como farsa ¡Feliz cumple Inés!

lunes, 13 de agosto de 2012

EL LEVE PEDRO. ENRIQUE ANDERSON IMBERT

Durante dos meses se asomó a la muerte. El médico refunfuñaba que la enfermedad de Pedro era nueva, que no había modo de tratarse y que él no sabía qué hacer... Por suerte el enfermo, solito, se fue curando. No había perdido su buen humor, su oronda calma provinciana. Demasiado flaco y eso era todo. Pero al levantarse después de varias semanas de convalecencia se sintió sin peso.
-Oye -dijo a su mujer- me siento bien pero ¡no sé!, el cuerpo me parece... ausente. Estoy como si mis envolturas fueran a desprenderse dejándome el alma desnuda
-Languideces -le respondió su mujer.
-Tal vez.
Siguió recobrándose. Ya paseaba por el caserón, atendía el hambre de las gallinas y de los cerdos, dio una mano de pintura verde a la pajarera bulliciosa y aun se animó a hachar la leña y llevarla en carretilla hasta el galpón.
Según pasaban los días las carnes de Pedro perdían densidad. Algo muy raro le iba minando, socavando, vaciando el cuerpo. Se sentía con una ingravidez portentosa. Era la ingravidez de la chispa, de la burbuja y del globo. Le costaba muy poco saltar limpiamente la verja, trepar las escaleras de cinco en cinco, coger de un brinco la manzana alta.
-Te has mejorado tanto -observaba su mujer- que pareces un chiquillo acróbata.
Una mañana Pedro se asustó. Hasta entonces su agilidad le había preocupado, pero todo ocurría como Dios manda. Era extraordinario que, sin proponérselo, convirtiera la marcha de los humanos en una triunfal carrera en volandas sobre la quinta. Era extraordinario pero no milagroso. Lo milagroso apareció esa mañana.
Muy temprano fue al potrero. Caminaba con pasos contenidos porque ya sabía que en cuanto taconeara iría dando botes por el corral. Arremangó la camisa, acomodó un tronco, tomó el hacha y asestó el primer golpe. Entonces, rechazado por el impulso de su propio hachazo, Pedro levantó vuelo.
Prendido todavía del hacha, quedó un instante en suspensión levitando allá, a la altura de los techos; y luego bajó lentamente, bajó como un tenue vilano de cardo.
Acudió su mujer cuando Pedro ya había descendido y, con una palidez de muerte, temblaba agarrado a un rollizo tronco.
-¡Hebe! ¡Casi me caigo al cielo!
-Tonterías. No puedes caerte al cielo. Nadie se cae al cielo. ¿Qué te ha pasado?
Pedro explicó la cosa a su mujer y ésta, sin asombro, le convino:
-Te sucede por hacerte el acróbata. Ya te lo he prevenido. El día menos pensado te desnucarás en una de tus piruetas.
-¡No, no! -insistió Pedro-. Ahora es diferente. Me resbalé. El cielo es un precipicio, Hebe.
Pedro soltó el tronco que lo anclaba pero se asió fuertemente a su mujer. Así abrazados volvieron a la casa.
-¡Hombre! -le dijo Hebe, que sentía el cuerpo de su marido pegado al suyo como el de un animal extrañamente joven y salvaje, con ansias de huir-. ¡Hombre, déjate de hacer fuerza, que me arrastras! Das unas zancadas como si quisieras echarte a volar.
-¿Has visto, has visto? Algo horrible me está amenazando, Hebe. Un esguince, y ya comienza la ascensión.
Esa tarde, Pedro, que estaba apoltronado en el patio leyendo las historietas del periódico, se rió convulsivamente, y con la propulsión de ese motor alegre fue elevándose como un ludión, como un buzo que se quita las suelas. La risa se trocó en terror y Hebe acudió otra vez a las voces de su marido. Alcanzó a agarrarle los pantalones y lo atrajo a la tierra. Ya no había duda. Hebe le llenó los bolsillos con grandes tuercas, caños de plomo y piedras; y estos pesos por el momento dieron a su cuerpo la solidez necesaria para tranquear por la galería y empinarse por la escalera de su cuarto. Lo difícil fue desvestirlo. Cuando Hebe le quitó los hierros y el plomo, Pedro, fluctuante sobre las sábanas, se entrelazó con los barrotes de la cama y le advirtió:
-¡Cuidado, Hebe! Vamos a hacerlo despacio porque no quiero dormir en el techo.
-Mañana mismo llamaremos al médico.
-Si consigo estarme quieto no me ocurrirá nada. Solamente cuando me agito me hago aeronauta.
Con mil precauciones pudo acostarse y se sintió seguro.
-¿Tienes ganas de subir?
-No. Estoy bien.
Se dieron las buenas noches y Hebe apagó la luz.
Al otro día cuando Hebe despegó los ojos vio a Pedro durmiendo como un bendito, con la cara pegada al techo.
Parecía un globo escapado de las manos de un niño.
-¡Pedro, Pedro! -gritó aterrorizada.
Al fin Pedro despertó, dolorido por el estrujón de varias horas contra el cielo raso. ¡Qué espanto! Trató de saltar al revés, de caer para arriba, de subir para abajo. Pero el techo lo succionaba como succionaba el suelo a Hebe.
-Tendrás que atarme de una pierna y amarrarme al ropero hasta que llames al doctor y vea qué pasa.
Hebe buscó una cuerda y una escalera, ató un pie a su marido y se puso a tirar con todo el ánimo. El cuerpo adosado al techo se removió como un lento dirigible.
Aterrizaba.
En eso se coló por la puerta un correntón de aire que ladeó la leve corporeidad de Pedro y, como a una pluma, la sopló por la ventana abierta. Ocurrió en un segundo. Hebe lanzó un grito y la cuerda se le desvaneció, subía por el aire inocente de la mañana, subía en suave contoneo como un globo de color fugitivo en un día de fiesta, perdido para siempre, en viaje al infinito. Se hizo un punto y luego nada.

sábado, 11 de agosto de 2012

PARIS.

Mi mente vuela por cada rincón del corazón buscando una razón para olvidar. Las noches son oscuras y los días luminosos. El corazón se me acelera cuando recuerdo nuestros paseos por París y cómo por casualidad llegamos a encontrar el rincón más maravilloso del mundo en forma de bateaux.

También recuerdo que un día soñé con ser actor y despedirte desde el muelle junto al Sena. A vos no te provocaban ilusión las despedidas.

Yo estaba acostumbrado a ellas como para no saber apreciarlas.

Vos me enseñaste a no pensar en el futuro y ahora me tenés pendiente de él.

Pero no inporta, el futuro es tan incierto como un pasado, del que sólo se dicen viejas y hermosas palabras o increíbles mentiras. Todo se confunde en lo profundo del corazón.

Ahora trato de olvidarte y los ojos se me nublan, No sufras porque en esta ciudad nadie me mira a los ojos..

jueves, 9 de agosto de 2012

El Primer Beso. Clarice Lispector


Más que conversar, aquellos dos susurraban: hacía poco que el romance había empezado y andaban tontos, era el amor.
Amor con lo que trae aparejado: celos.

–Está bien, te creo que soy tu primera novia, me pone contenta. Pero dime la verdad: ¿nunca antes habías besado a una mujer?
–Sí, ya había besado a una mujer.
–¿Quién era? –preguntó ella dolorida.
Toscamente él intentó contárselo, pero no sabía cómo.


El autobús de excursión subía lentamente por la sierra. ÉI, uno de los muchachos en medio de la muchachada bulliciosa, dejaba que la brisa fresca le diese en la cara y se le hundiera en el pelo con dedos largos, finos y sin peso como los de una madre. Qué bueno era quedarse a veces quieto, sin pensar casi, sólo sintiendo. Concentrarse en sentir era difícil en medio de la barahúnda de los compañeros.
Y hasta la sed había empezado: jugar con el grupo, hablar a voz en cuello, más fuerte que el ruido del motor, reír, gritar, pensar, sentir...
¡Caray! Cómo se secaba la garganta.
Y ni sombra del agua. La cuestión era juntar saliva, y eso fue lo que hizo. Después de juntarla en la boca ardiente la tragaba despacio, y luego una vez más, y otra. Era tibia, sin embargo, la saliva, y no quitaba la sed. Una sed enorme, más grande que él mismo, que ahora le invadía todo el cuerpo.
La brisa fina, antes tan buena, al sol del mediodía se había tornado ahora árida y caliente, y al entrarle por la nariz le secaba todavía más la poca saliva que había juntado pacientemente.
¿Y si tapase la nariz y respirase un poco menos de aquel viento del desierto? Probó un momento, pero se ahogaba en seguida. La cuestión era esperar, esperar. Tal vez minutos apenas, tal vez horas, mientras que la sed que tenía era de años.
No sabía cómo ni por qué, pero ahora se sentía más cerca del agua, la presentía más próxima y los ojos se le iban más allá de la ventana recorriendo la carretera, penetrando entre los arbustos, explorando, olfateando.
El instinto animal que lo habitaba no se había equivocado: tras una inesperada curva de la carretera, entre arbustos, estaba... la fuente de donde brotaba un hilillo del agua soñada.

El autobús se detuvo, todos tenían sed, pero él consiguió llegar primero a la fuente de piedra, antes que nadie.
Cerrando los ojos entreabrió los labios y ferozmente los acercó al orificio de donde chorreaba el agua. El primer sorbo fresco bajó, deslizándose por el pecho hasta el estómago.
Era la vida que volvía, y con ella se encharcó todo el interior arenoso hasta saciarse. Ahora podía abrir los ojos.
Los abrió, y muy cerca de su cara vio dos ojos de estatua que lo miraban fijamente, y vio que era la estatua de una mujer, y que era de la boca de la mujer de donde salía el agua.
Se acordó de que al primer sorbo había sentido realmente un contacto gélido en los labios, más frío que el agua.
Y entonces supo que había acercado la boca a la boca de la mujer de la estatua de piedra. La vida había chorreado de aquella boca, de una boca hacia otra.
Intuitivamente, confuso en su inocencia, se sintió intrigado: pero si no es de la mujer de quien sale el líquido vivificante, el líquido germinador de la vida... Miró la estatua desnuda.
La había besado.
Lo invadió un temblor que desde fuera no se veía y que, empezando muy adentro, se apoderó de todo el cuerpo y convirtió el rostro en brasa viva.
Dio un paso hacia atrás o hacia delante, ya no sabía qué estaba haciendo.
Perturbado, atónito, se dio cuenta de que una parte de su cuerpo, antes siempre serena, estaba ahora en una tensión agresiva, y eso no le había ocurrido nunca.
Dulcemente agresivo, se hallaba de pie, solo en medio de los demás con el corazón latiendo pausada, profundamente, sintiendo cómo se transformaba el mundo. La vida era totalmente nueva, era otra, descubierta en un sobresalto. Estaba perplejo, en un equilibrio frágil.

Hasta que, surgiendo de lo más hondo del ser, de una fuente oculta en él chorreó la verdad. Que en seguida lo llenó de miedo y también de un orgullo que no había sentido nunca.
Se había...
Se había hecho hombre.