"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

miércoles, 5 de septiembre de 2012

EL OTRO FAUSTO. Por Carlos Rafael Landi

En la posmodernidad había un destacado filósofo y estudiante de teología conocido como el Licenciado Fausto. Las enseñanzas que filósofos y teólogos reconocidos ofrecían sobre la naturaleza de Dios y sobre el significado de la vida no eran suficientes para satisfacer su intelecto inquisitivo. Su orgullo era tan grande como su conocimiento, y deseaba descubrir las repuestas a los grandes misterios de la vida mediante su propio esfuerzo, en lugar de recibirlo de quienes secretamente despreciaba. Así podía atribuirse todo el mérito. De modo que, al cabo del tiempo, el Licenciado Fausto abandonó su teología y se hizo estudiante de magia hermética, pues tenía la esperanza de hallar el secreto de la vida en los experimentos alquímicos y en el conocimiento prohibido de la magia y de la brujería transmitido desde los antiguos egipcios. Sin embargo, incluso estas investigaciones prohibidas no pudieron enseñarle todo lo que deseaba saber, por lo que quedó sumido en una profunda melancolía; entonces invocó en su desesperación a los espíritus infernales. En respuesta a su llamada apareció misteriosamente un perro negro en el estudio del erudito que después se metamorfoseó en una extraña figura que se presentó como Mefistófeles, el espíritu del mal y de la negación. Este personaje estaba siempre al acecho de las almas humanas que pudiera ganar para las tinieblas, engañando así a Dios; y Fausto deseaba el conocimiento de Mefistófeles respecto a los secretos de la vida y la naturaleza de lo divino. De modo que establecieron un pacto entre ambos, sellado con sangre, en el que Mefistófeles convenía en servir a Fausto en este mundo, en tanto que Fausto accedía a servir a Mefistófeles en el otro. Mefistófeles sabía muy bien cuál sería el precio que Fausto pagaría, pero el filósofo todavía no había comprendido que lo que estaba empeñando para toda la eternidad era su alma mortal. Durante algún tiempo, Fausto se sintió emocionado por la magia y los misterios que Mefistófeles le mostraba, y creía que por fin estaba acercándose al conocimiento de los secretos de Dios, pero el oscuro espíritu de la negación erosionó gradualmente la voluntad del erudito y lo embaucó para que desarrollara una sensualidad y un orgullo cada vez mayores, hasta llegar a perder todo sentido de búsqueda espiritual. Su alma que el diablo, tras comprarla, enrolló como si fuera una alfombra resultó así disociada del cuerpo como si se tratara de una prenda de abrigo. Fausto comprendió que estaba rodeado de conocimientos revelados por monstruos a los que no reconocía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario