"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

miércoles, 25 de diciembre de 2013

CIRCE Y ULISES EN EL PONT DES ARTS.

Ulises tocaba su boca, con un dedo tocaba el borde de su boca, e iba trazando sus bordes como si salieran de su mano, como si por primera vez su boca se entreabriera, y le bastaba cerrar los ojos para deshacerlo todo y volver a empezar, para hacer nacer cada vez la boca soñada, con soberana libertad elegida para dibujarla con su mano por su cara, y que por un azar que no buscaba comprender coincidía exactamente con su boca, que sonreía por debajo de la que su mano dibujaba.

El placer se asociaba al desborde, a éste con la locura, para llegar finalmente a los dominios de Caronte. La decencia y la cautela proclamaban la mesura, el disimulo y la sonrisa pudorosa. Frente al gemido gozoso, la vergüenza. Frente al abrazo vehemente una tibia caricia. Circe disfrutaba enamorándolo ciegamente.


EL TREN DE LA VIDA.

La vida es como un viaje en un tren, con sus estaciones, sus cambios de vías, sus accidentes. Al nacer nos subimos al tren y nos encontramos con nuestros padres, quienes siempre viajaran a nuestro lado. De la misma forma se subirán otras personas, serán significativas: nuestros hermanos, amigos, hijos y hasta el amor de nuestra vida. Muchos bajaran y dejaran un vacío permanente.. Otros pasaran tan desapercibidos que ni nos daremos cuenta que desocuparon sus asientos. Este viaje estará lleno de alegrías, tristezas, fantasías, esperas y despedidas. El éxito consiste en tener una buena relación con todos los pasajeros, en dar lo mejor de nosotros. El gran misterio para todos es que no sabemos en que estación nos bajaremos, por eso, debemos vivir de la mejor manera, amar, perdonar, ofrecer lo mejor de nosotros... Así, cuando llegue el momento de desembarcar y quede nuestro asiento vacío, dejemos hermosos recuerdos a los que continúan viajando en el tren de la vida. 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

CIRCE III. POR. CARLOS RAFAEL LANDI

¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que ese jueves de noviembre tenía pensado cruzar a la villa derecha y tomar una infusión en el cafecito de la rue Ordener donde madame Sylvie me mira la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Sylvie te mirara las líneas de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amor fue quizá que yo estaba de pie delante de vos mirándote subyugado, con una  rosa roja en la mano, y vos sostenías una carta de amor y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas, y vouchers de viaje. De manera que nunca te llevé Circe, a que madame Sylvie te mirara las manos; y sí, porque me dijiste que a vos no te gustaba, y aun ahora, mirando desde el puente, viendo pasar un bateaux , hermosísimo como una gran nave fulgurante, con una mujer hermosa en la proa filmando el bello espectáculo del  viaje, lamento que no hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces así yo habría sabido que mi vida tenía un sentido, y ahora en cambio estoy solo esperándote.

Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo como un clochard, haciendo lo que otros no hacen y viendo lo que otros no ven. Sé que salías de un café de la rue Marcadet mal de ánimo y cansada y que te seguí de mala gana, encontrándote creída y malcriada, hasta que te cansaste de estar cansada y nos metimos en un café cerca del Champs de Mars y de golpe, entre dos hot dogs franceses, me contaste un gran pedazo de tu vida.

domingo, 1 de diciembre de 2013

CIRCE II. POR CARLOS RAFAEL LANDII

Nuestro amor se derrumbó como un castillo de arena en la playa, Circe, a pesar de aquel candado  viejo que sacrificamos en el Pont Des Arts, un atardecer helado de Noviembre. Lo dejamos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para cerrarlo en las ruedas de tu bicicleta  antes de entrar en el metro. Circe, vos siempre torpe y distraída y pensando en gatos negros o en un dibujito que hacían las manchas de humedad en el cielorraso de tu habitación, cuantas veces me llamabas por celular para que fuera a abrirlo porque no encontrabas la llave.  Aquella tarde de nuestro juramento de amor cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando llegamos al puente, y en tu mano aparecieron pedazos de tela azul arrugada cayendo entre destellos de varillas dobladas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un candado encontrado en una plaza debía morir dignamente en la pasarela de un puente , no podía entrar en el ciclo triste del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo cerré lo mejor posible, lo llevamos hasta la mitad del puente, y desde allá  tiré la llave con todas mis fuerzas al fondo del lecho del Sena, mientras vos me jurabas amor eterno con un grito donde vagamente creí reconocer a una enamorada. Y en el fondo del río se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y fría y así dejamos el puente, abrazados y semejantes a árboles mojados o a los actores de cine de la película “Los puentes de Madison”.  Así  quedó sellado para siempre nuestro amor, Circe.


CIRCE. POR CARLOS RAFAEL LANDI

” Circe, en cada mujer parecida a vos se agolpa  en mí un silencio ensordecedor, una pausa esperanzadora  y sublime que termina por derrumbarse tristemente, como un castillo de arena ante el avance de la marea”.



¿Encontraría a Circe otra vez? Tantas veces me había bastado llegar, viniendo por la Concorde, al puente Alexander III, y apenas la bruma que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el embarcadero , a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en las estatuas de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a ella que sonreía con gracia sutil, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras  vidas, y  que la gente que se da citas precisas, es muy insegura, y es la misma que necesita planear toda su vida de antemano para no sufrir sobresaltos desagradables.

Pero ella no estaría ahora en el puente. Su dulce cara de blanca piel y rizos dorados, tal vez se asomaría a viejos portales en el barrio latino, quizá estuviera charlando con un vendedor de papas fritas o comiendo un  sandwich caliente en el boulevard de Saint Germain. De todas maneras subí hasta el puente, y Circe no estaba. Ahora no estaba en mi camino, y aunque preferíamos encontrarnos en el puente o en el Brioche Doreé de Champs Elisées, ahora andábamos sin buscarnos pero sabiendo que estábamos por encontrarnos.”