¿Qué venía yo a hacer al
Pont des Arts? Me parece que ese jueves de noviembre tenía pensado cruzar a la
villa derecha y tomar una infusión en el cafecito de la rue Ordener donde
madame Sylvie me mira la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a
que madame Sylvie te mirara las líneas de la mano, a lo mejor tuve miedo de que
leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo
terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amor fue
quizá que yo estaba de pie delante de vos mirándote subyugado, con una rosa roja en la mano, y vos sostenías una
carta de amor y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de
renuncias y despedidas, y vouchers de viaje. De manera que nunca te llevé Circe,
a que madame Sylvie te mirara las manos; y sí, porque me dijiste que a vos no
te gustaba, y aun ahora, mirando desde el puente, viendo pasar un bateaux ,
hermosísimo como una gran nave fulgurante, con una mujer hermosa en la proa
filmando el bello espectáculo del viaje,
lamento que no hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces así yo
habría sabido que mi vida tenía un sentido, y ahora en cambio estoy solo
esperándote.
Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo como un clochard,
haciendo lo que otros no hacen y viendo lo que otros no ven. Sé que salías de un
café de la rue Marcadet mal de ánimo y cansada y que te seguí de mala gana,
encontrándote creída y malcriada, hasta que te cansaste de estar cansada y nos
metimos en un café cerca del Champs de Mars y de golpe, entre dos hot dogs
franceses, me contaste un gran pedazo de tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario