"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

martes, 27 de diciembre de 2011

DULCE COLOMBINA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

Hermosa mujer
manipuladora nata
de Arlequín contra Pantaleón.

De traje ajado y lleno de petachos
tu cara a la deriva no tiene máscaras,
y un denso maquillaje baña sus ojos.

Mujer simple y sensata,
fiel a la señora “innamorata”,
ganas el afecto de su verdadero amor.

ARLEQUÍN. por Carlos Rafael Landi

Vistes siempre igual,
con un traje lleno de parches colorines
y tu máscara negra de nariz respingona.

Criado bufón astuto y muy avaro,
niño caprichoso
buscas comida
y compañía de mujeres.

Amante insidioso,
vestido de traje con parches
en forma de rombo
de colores brillantes.

Dueño de equinoccios y carnavales,
personaje principal y satánico,
Reflejo diablesco del dios Odín.

sábado, 24 de diciembre de 2011

POLICHINELA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

El día es efímero,
y soy una marioneta grotesca
sin cuerpo ni alma.

Afuera hay guirnaldas y fiesta,
la luz del sol
difumina mi cuerpo transparente.

Ahora llega el crepúsculo,
y con él la neblina
deja un aroma de
soledad en las calles desiertas.

Estoy sin fuerzas,
la luz se apagó
y ya nada me queda por hacer.


Siento que no soy nada,
es verdad,
solo espero.

No tengo estatus de persona
soy nada más que una simple marioneta
reflejo de un ser que nunca fue.

Un rayo luminoso
parecido a la mentira.
Una criatura errante
en busca de sonrisas infantiles.

La noche llega a su fin,
y otra vez alegría de niños invade el ambiente.
Alguien tira los cordones,
y la magia comienza otra vez.

Nuevamente hay que salir y sonreír,
pero no me importa
el día también es efímero.

Ya vendrá la noche
Y también la neblina
Así lograré descansar

El hijo bastardo de un rey y el primer árbol de Navidad de Buenos Aires




Por Darío Silva D'Andrea.

El árbol de Navidad llegó a Buenos Aires en el siglo XIX. El 24 de diciembre de 1828una luz muy brillante atravesó las ventanas de una casona -ubicada en las cercanías de la avenida Belgrano y calle Bolívar-. Grupos de vecinos corrieron alertados al lugar, esperando ver un incendio, pero lo que se encontraron los sorprendió.

Una familia -dos niñas llamadas Josefa y Sofía, su madre uruguaya y un inglés- estaba reunida alrededor de un gran árbol iluminado y adornado: un árbol de Navidad. El hombre de la casa había exportado una tradición anglosajona, e instalaba así el primer símbolo navideño en suelo argentino. Pero ocultaba una historia mucho más curiosa.

Veintiún años atrás, una columna de soldados británicos, a cargo del teniente coronel Duff avanzaba por la calle Piedad (hoy Bartolomé Mitre) con la orden de apropiarse de cualquier edificación para establecer allí un fuerte.

Llegando a la actual Carlos Pellegrini, se encontraron con la iglesia de San Miguel Arcángel, en la cual intentaron entrar, sin lograrlo. Los porteños comenzaron a disparar desde sus casas -con todo lo que tenían a mano- y, sin apenas darse cuenta, Duff perdió a ochenta de sus cien hombres. A las cuatro horas, los ingleses se rindieron.

El joven soldado Michael Hines -de 18 años- cayó herido de gravedad en el atrio de la iglesia. Don Jorge Terrada, un vecino que vivía en lo que hoy es Suipacha 55 decidió llevarlo a su casa y curarlo.

Se dice que la propia señora de Terrada lo llevaba a tomar aire y sol en su propio coche, y luego de varias semanas, Hines comenzó a trabajar en el negocio de los Terrada. Bien recuperado, su familia adoptiva se enteró de la verdadera identidad del joven.

Había nacido en Dublin (Irlanda) en 1789, y fue criado por Mary Hines, ignorando quiénes eran sus padres. Ella lo tuvo hasta los 18 años, llamándolo Michael y dándole su propio apellido.

Al llegar a esa edad, ella decidió revelarle su identidad, diciéndole el nombre de los padres, dándole un documento que certificaba su origen y un anillo. Así se enteró Michael que su padre era nada menos que el Príncipe de Gales (luego rey Jorge IV de Inglaterra) y que su abuelo era Jorge III, el “Rey Loco”.

El nombre de su madre nunca se supo, aunque en 1789 Jorge de Gales se había casado secretamente con la hermosa y joven viuda Mary Fitz-Herbert, matrimonio considerado nulo, ya que violaba las leyes de la Corona. Como buen irlandesa, era católica, cualidad prohibida para alguien de la realeza inglesa.

En 1795, el príncipe se casó con una prima, pero fue un verdadero desastre que costó años de escándalos y peleas. La esposa lo acusó en 1806 de tener un hijo ilegítimo con una irlandesa, que bien podría ser el Michael de esta historia.

Al enterarse Michael de quién era su padre, viajó a Londres, ciudad que por entonces hervía de júbilo debido a la conquista de Buenos Aires. A orillas del río Támesis, rompió en mil pedazos el documento que probaba su genealogía y, junto al anillo, lo arrojó al agua. Decidió para siempre olvidarse de su procedencia, y enrolarse en las fuerzas armadas que invadían Sudamérica.

Lo que no sabía es que no llegaría a Buenos Aires como soldado victorioso, sino como un combatiente herido adoptado por una humilde y amorosa familia criolla. Libre en Argentina, inició un negocio de compra y venta de maderas, y conoció a la mujer de su vida, María González, con la que se casó.

Su casa en Buenos Aires estaba en el barrio de Santo Domingo, el más elegante en ese entonces, y frente a la Manzana de las Luces (Alsina y Perú). Fue en esa casa que en la noche del 24 de diciembre de 1828 se vio una gran iluminación, increíble para la época. Tanto que los vecinos corrieron, pensando que era un incendio.

La verdad es que en la sala de la casa había un enorme abedul con decenas de velas encendidas, adornos, estrellas plateadas y regalos. Había nacido el primer árbol de Navidad en Buenos Aires. Su creador, el hijo bastardo de un rey.

Diario Perfil 24/12/11

viernes, 23 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

CUENTO DE NAVIDAD. Ray Bradbury

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.

-- ¿Qué haremos?

-- Nada, ¿qué podemos hacer?

-- ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!

La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.

-- Ya se me ocurrirá algo --dijo el padre.

-- ¿Qué...? --preguntó el niño.

El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:

-- Quiero mirar por el ojo de buey.

-- Todavía no --dijo el padre--. Más tarde.

-- Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.

-- Espera un poco --dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.

-- Hijo mío --dijo--, dentro de medía hora será Navidad.

La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.

-- Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometisteis.

-- Sí, sí. todo eso y mucho más --dijo el padre.

-- Pero... --empezó a decir la madre.

-- Sí --dijo el padre--. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.

Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.

-- Ya es casi la hora.

-- ¿Puedo tener un reloj? --preguntó el niño.

Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.

-- ¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

-- Ven, vamos a verlo --dijo el padre, y tomó al niño de la mano.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.

-- No entiendo.

-- Ya lo entenderás --dijo el padre--. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.

-- Entra, hijo.

-- Está oscuro.

-- No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

-- Feliz Navidad, hijo --dijo el padre.

Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

sábado, 17 de diciembre de 2011

NAVIDAD. POR CARLOS RAFAEL LANDI

Copos de nieve se posaron sobre su larga cabellera rubia, las luces de todas las ventanas de las casas vecinas se encendieron en destellos brillantes de colores intensos. El aroma delicioso del pan dulce todavía humeante era la metáfora perfecta que expresaba el inmenso amor que sentía por su pequeña familia. Juntos compartieron la única cena de navidad posible. Una inmensa felicidad se apoderó de ellos, un rayo de luz se coló por la hendija de una puerta, y los iluminó a todos. No podían pedir nada más, la situación no lo permitía. Era navidad, estaban juntos, y eso era lo más importante.

El trabajo de escribir en la oscuridad. Por Dolores Caviglia

Traducir una obra literaria no es pasar las palabras de una lengua a otra. Son muchos los aspectos que deben estudiarse e internalizarse para lograr la escritura del libro ajeno. A continuación, un análisis sobre una figura que no siempre pasa advertida.

La tarea del traductor literario lejos está de ser la de traspasar una obra de un idioma a otro. Ser bilingüe o multilingüe no basta para lograr un sincero trabajo que comunique aquello que el autor intenta transmitir a quienes se dispongan a leer una de sus historias.

Los pasos a seguir son varios y arduos. Se debe conocer el contexto en que la trama tiene lugar así como el de producción; hay que internalizarse en la cultura de la época para reconocer estructuras gramaticales típicas y encontrar su correlato más pertinente con el objetivo de permanecer la más fiel posible a la intención; y, por sobre todo, hay que saber lidiar con el fracaso anunciado, porque la traducción literal no parece algo posible.

Confiar en que una misma palabra tiene su correlato exacto en otro idioma es algo inocente. Si bien así es cómo usualmente se aprende una lengua extranjera, parece ser más una convención necesaria que una certeza. El lingüista suizo Ferdinand de Saussure entendía la lengua como un sistema que se relaciona y define por oposición, y no por características propias. El valor de cada palabra proviene de sus relaciones y es justamente esta idea la que dificulta la traducción. Es que cada término significa dentro de este sistema, pasarlo a otro es cambiarlo.

El idioma de los esquimales puede ser un buen ejemplo para comprender este concepto. Debido a las regiones árticas que habitan estos pueblos indígenas, la nieve tiene un protagonismo en la vida diaria que se descifra en la cantidad de términos que dispone su lengua (cerca de 30) para decir lo que para nosotros es tan solo "blanco".

En Italia existe una expresión popular que delinea esta situación: "traduttoretraditore". Los traductores son considerados traidores en tanto no pueden permanecer fieles a los autores originales. Pero tal sentencia no puede ser cierta. "No sé por qué siempre se piensa mal de los traductores", se quejó una vez Jorge Luis Borges, escritor por partida doble. Además de sus historias, el autor de El aleph contaba la de otros, porque entendía la traducción como la reescritura de un original ajeno.

Márgara Averbach es Doctora en Letras y Traductora Literaria. Enseña literatura de los Estados Unidos en la UBA y traducción literaria en el Lenguas Vivas J. R. Fernández. Cuando describe su actividad,asegura que "reescribe" en castellano los libros que otros escribieron en inglés. "Para mí la traducción literaria es una escritura, sí, pero controlada, no del todo libre", indicó en diálogo con Infobae.com.

Al momento de traducir una obra, la intención de Márgara es elegir una palabra que sea castellano, es decir "que no calque" al idioma original. El objetivo es que se respeten ciertas elecciones copiables del autor. "La traducción literaria no tiene que ser fiel solamente al contenido sino lo más posible a la forma también. Siempre cuento una anécdota de una traductora muy conocida, Inés Pardal, que en un congreso a la pregunta '¿Usted es literal cuando traduce?' respondió 'Cuando puedo, sí'", agregó Averbach.

Pero este parámetro de lo copiable deja elementos afuera. "Se pierden las construcciones y los juegos de palabras que no se pueden traducir, que 'pasan el límite de la traducibilidad' por razones de comparación entre los dos sistemas. Creo que puede resumirse en eso. Por ejemplo, si un autor escribe un párrafo en el que cada palabra de la primera oración empieza con a y de la segunda con b, etc., eso se pierde todo. Solamente puede conservarse adaptándose totalmente y cambiando el sentido", indicó.

Y una modificación de este estilo genera una historia nueva y este es justamente uno de los límites con los que se debe lidiar en la traducción.

Al fin de cuentas, el traductor es también escritor. Si bien está condicionado por un sentido al cual debe perseguir para no violar la intención del autor extranjero, la incompatibilidad de los términos lo obliga a tomar decisiones parecidas a las del aquel. Borges tenía razón al entender el oficio como una reescritura, que combina las dos ideas por las que está delimitado el oficio: la de repetir y la de crear. Yace aquí la oscuridad del trabajo del traductor, en tanto no posee la libertad del escritor a la hora de contar la historia pero tampoco puede anclarse a él sin desconfiar en que una actitud tal podría conllevar al error. En esta zona ambigua se maneja, donde la "traición" resulta obligatoria.

martes, 13 de diciembre de 2011

EL HOMBRE DE CELESTE.POR CARLOS RAFAEL LANDI

"DECÍA QUE EXISTÍAN OTROS MUNDOS Y QUE ESTABAN DENTRO DE NOSOTROS"

El hombre de celeste no cree en ningún dogma y tiene muy pocas reglas para vivir, se nutre con los hechos, en la experiencia y en el conocimiento. Su camino es la intuición y pocas veces se equivoca. Este señor forma parte de un reino de experiencias que va más allá de la realidad física y su vida se rige por esos extraños preceptos.
Aunque las calles y los mundos recorridos por él no sean los usuales a la realidad diaria de las personas comunes, son reales. Su realidad tiene muchos niveles y sólo uno de ellos es accesible a nuestros sentidos ordinarios, pero para acceder a ese mundo tenemos que agudizar nuestros ojos interiores.
Cuando lo vi por primera vez se parecía a un hippie travieso vestido con una camisa multicolor, me miraba con ojos furtivos, a través de largos y espesos cabellos blancos que caían sobre su frente amplia y arrugada como si hubiera atravesado por dolorosas pruebas para alcanzar la posición de sabiduría en la que se encontraba. Me pregunté que tenía en común con este hombre y para encontrar algo hice una imitación vacía de sus actos tratando de recuperar en mi mente algún recuerdo, algún sueño que me llevara a entender porqué estaba ahí.
El me dijo que aunque yo no me diera cuenta teníamos mucho en común, y esa similitud radicaba en que no éramos más que árboles arrancados que buscan con las raíces desnudas a la madre. En cierto modo era verdad, yo sentía que mi camino era recordar y recuperar la unidad que compartimos una vez, aunque mantuviera las diferencias, porque nuestra vida no funciona como la de nuestros ancestros y nuestras necesidades inmediatas tampoco son las mismas, aunque es posible ver un universo en un grano de arena y un cielo en la belleza de una flor silvestre.
Le dije que tenía miedo de estar en ese lugar desconocido, que necesitaba certezas de ese mundo que él me proponía y me contestó que sí confiaba en él podría desplazarme en distintas dimensiones , pero para eso debía soltar el mundo de lo cotidiano y así podría atrapar el infinito en la palma de mi mano y viajar por la eternidad en una fracción de segundo.
A veces me conviene ser un poco infantil y dejarme llevar por la imaginación. Debo volver a la infancia, transformarme en otro para sentirme yo mismo.
Siempre espero con ansias al hombre de celeste...

domingo, 11 de diciembre de 2011

Vacaciones de verano. Por Inés Carozza

Las vacaciones pueden ir acompañadas de contratiempos, la suegra se enferma y se olvidó el carnet de la obra social, el pibe se peleó en la playa con otro por que le usó el baldecito y vos casi te agarrás a piñas con el padre para defender a tu vástago, a tu mujer “le vino” y todo le molesta y no podés leer el diario tranquilo porque hay tanto viento, que se te vuelan las páginas y las tenés que correr entre un mar de sombrillas, carpitas y reposeras. Todo puede suceder, por eso lo mejor es ponerle buena cara al mal tiempo y afrontar lo que venga.
Y como todo es posible, no fue sorpresa cuando al llegar a las 10 de la mañana a la estación de servicio, descubrí que no había combustible y como también es costumbre que en este confín del sur latinoamericano, uno no encuentre lo que busca, en lugar de nafta, hallé una larga fila de automóviles esperando uno tras otro, bajo el quemante sol de las sierras cordobesas. Como también uno es respetuoso de los que llegan antes, me puse en el último lugar de la fila, resignado a soportar la demora con 40 grados a la sombra.
Estaba en estas maniobras, cuando por fin aparece nuestro protagonista en escena. Pantalón corto, comprimido en la cintura (si a eso podía llamársele cintura), que dejaba asomar una buena parte de su ropa interior azul Francia y que contenía, a duras penas, un voluminoso abdomen flotante; torso desnudo y sudoroso, toalla mojada al cuello para mitigar el calor, gorro al estilo “Guilligan” y culminando el conjunto un par de borceguíes, que a juzgar por su tamaño y por la temperatura ambiente, contenían sus pies en un caldo de cultivo, ideal para cualquier especie de musgo, alga, liquen y concretamente hongos. La cosa es que nuestro personaje, que de ahora en más pasará a ser “el gordo”, recorría la larga hilera a los gritos, anticipándose a las preguntas de los conductores con un, “eurodisel”, hermano. ¿Nafta? No, te la debo, no hay. ¿Vos tenès gasolero? Entonces pasá, pasá tranquilo que hoy estás de suerte. Si tenès nafta estás jodido.
En cuanto el malhumorado conductor ponía el cambio para dar la vuelta, acordándose de su madre por lo negro de su destino, y probar mejor suerte en otra estación, el gordo, atento a todo, lo detenía… y no te apurés porque no hay ni en Belgrano, ni en Santa Rosa, ni en Embalse. Cuando el infortunado decidía ubicarse en el orden correspondiente, no vaya a ser cosa que le quitara el lugar a otro, que atizado por el viento del norte reaccionara como leche hervida, el gordo ordenaba, mirá hermano, si te quedás ubicate bien, porque acá te rebanan el trasero y perdés la mitad del coche… Y moviendo los brazos indicando giros…, bien…, bien…, por acá, ¡pará ahí che! dejale lugar a otro, ¿vos las querés todas? ¿no te tocó la sombra? Ya te va a tocar cuando la fila se mueva… ¡Agua y ajo, qué tanto! A aguantarse y a joderse, que no estamos en el primer mundo, este es el último mundo, muchachos. Y el gordo transpiraba y corría, gesticulaba y vociferaba. Che pibe, a vos… a vos te digo, pibe, si te cortás los rulos te vendemos un litro. El aludido se tocaba la cabeza, pero el gordo tranquilizándolo le decía… mirá, aunque te pelés, estamos secos. Y así seguía a los gritos, de auto en auto hasta llegar al último.
Ahora bien, ustedes pueden suponer y con razón que nuestro amigo era un empleado de la estación de servicio, pero no, se equivocan lejos. El gordo era un damnificado más de la falta de inversión del gobierno y de la especulación de los empresarios del petróleo.
Para los argentinos, que nos falte algo cuando lo necesitamos es lo más normal del mundo, por eso soportamos cualquier cosa, nada puede sorprendernos. Ya lo dijo “el gordo”, estamos en el último mundo y acostumbrados a vivir en crisis permanente, porque de tanto pasar de una a otra, ésta se nos quedó instalada para siempre y parece que le gustó, ya somos a prueba de todo, todo terreno podría decirse, así que ya sabemos que en la época de vacaciones nunca hay nafta, que cuando los jubilados tienen que cobrar sus magras pensiones, no hay plata; que la cola en los cajeros automáticos alcanza a más de tres cuadras, que no hay circulante y que cuando uno se decide a aumentar la deuda de la tarjetita plástica, porque si estamos acá es para pasarla bien que para eso vinimos, los pos net no andan, están sobrecargadas la líneas telefónicas o se cayó el sistema o simplemente en muchos comercios no aceptan ni crédito, ni débito, ni nada que termine en “ é-ito”. Por eso lo anormal se nos convirtió en natural, lo ilegal en legal y si te robaron le agradecés al ladrón porque te trato bien y no te mató. Tenemos muy en claro que cuando hace calor nos cortan la luz y el agua para regular el consumo y que cuando pedimos a gritos un calefactor porque la temperatura es más baja de cero, nos cortan el gas. Vivimos en un país a contramano, entonces en por qué va a sorprendernos que un habitante de estas tierras se sienta el dueño de una estación de servicio por más de 12 horas.
Así que ya lo tenemos al gordo en su escenario transitorio. Los playeros, colgadas las mangueras de los expendedores se resignaron a unos mates, resguardados bajo la fresca sombra del aire acondicionado del “servicompras” y le dejaron piedra libre al gordo, que ordenaba la fila con el afán del que no quiere perder ningún cliente, los turnos estaban bien establecidos para evitar reyertas, algo también muy normal en la idiosincrasia que caracteriza a nuestra cultura, por lo tanto, el muchacho del Peugeot es el primero, el gordo con su utilitario el segundo, el señor de la Meriva y su esposa los terceros y así siguiendo.
La nafta no llegaba, el camión podía estar retrasado o llegar a cualquier hora, todo era incierto, los empleados no tenían ninguna información precisa y de no creer en la era de las comunicaciones, en la que hasta los perros usan celular, para sacar fotos, escuchar música, chatear por Facebook y en última instancia hablar como normalmente se hace por teléfono, los del camión de YPF o no tenían señal en la ruta, o el chofer cambió el número y se olvidó de avisar, vaya a saber uno, la cosa es que nadie sabía nada. Mientras tanto el gordo seguía, empeñosamente, la tarea de comunicador social, de abnegado servidor de la comunidad, avisando a uno y a otro que podían pasar más de 24 horas sin que llegara el agua bendita que pusiera en funcionamiento los motores, para dar fe, pudo verse como un Falcon de la década del 70 era empujado por sus dueños para poder acomodarse en la fila, después de haber absorbido su tanque de nafta hasta la última gota de combustible.
Pasaban las horas y de la nafta ni me acuerdo. Empezaron a hacer ruido los estómagos, se acercaba el mediodía, así que el gordo ni lerdo ni perezoso y haciéndose eco de las voces de los niños que berreaban, ¡maaaaa… tengo hambre!, ¿cuándo nos vamos? Papi tengo sed ¿me comprás otra coca?, fue otra vez recorriendo las ventanillas, para organizar una “vaquita”, porque muchachos los pibes tienen que comer y esto va para largo.
El pueblo argentino adepto a la carne, inclinó a sus representantes –en esta histórica estación de servicio- por el consabido asadito criollo. Inmediatamente los dueños de los autos se reunieron en gloriosa sesión en la que se estableció: que Meriva y Falcon se encargaban de la carne, “no se olviden los chorizo y la morcilla che, advirtió el gordo, que mientras dirigía el abastecimiento de la comida se tocaba la panza y cantaba una nueva versión del famoso bolero…
“Pasarán más de mil años,
Muchos más,
A lo mejor la nafta llega,
Quién sabrá.
Mientras tanto la esperamos,
Resignados, todos juntos,
Con birra y choripán…”

El pibe del Peugeot y los de la Honda buscarían las bebidas, la señora del C3 y la esposa de Meriva comprarían el pan y la ensalada y los muchachos de la YPF ponían el carbón y encendían el fuego. La chica del servicompras trajo todas las papas fritas, palitos, chizitos y maníes de los expendedores del negocio y el gordo ¿qué hacía el gordo? cortaba en una tabla – que nunca falta en la canasta de una turista – el salamín, el queso y la longaniza calabresa que bajó el de la Fiorino, que tenía un reparto de fiambre. Así que una vez dispuesta la mesa con los enseres que se disponía, grandes y chicos se abalanzaron como una jauría famélica, que descargaba su bronca triturando asado y demás, con la misma furia con la que hubieran atacado al responsable del desabastecimiento del petróleo.
Pasaban las horas y la nafta no venía, la hilera de coches se prolongaba varios metros más, algunos que llegaron antes de que se terminara la carne, mordisquearon alguna costillita regada con vino y soda que alcanzó el almacenero de la esquina, conmovido “por el infortunio de esta pobre gente”.
Para la hora del mate éramos tantos que los últimos, haciéndose cargo de las facturas, juntaron para veinte docenas que apenas se vieron, porque entre los chicos que peleaban por las de dulce de leche y el gordo que, como organizador del evento lo merecía y como su cuerpo exigía, se mandó una docena y media al hilo.
Cuando ya se disponían, con las últimas horas de luz, a considerar la preparación de la cena, asomó por la curva la trompa del camión, entonces el gordo dio la voz de alto, ¡Cada uno a su vehículo que después de cargar la nafta nos ocupamos de la raviolada! ¿Estamos todos de acuerdo? Y ante el asentimiento de los otros, el gordo parapetado en el costado de su vehículo, levantó los brazos como si estuviera en el famoso balcón y entonó: ¡Compañeros, somos la mayoría! y estamos en democracia ¡qué joder! Si se quedan, armamos un piquete y tomamos la estación, como protesta por el abuso y falta de consideración hacia nosotros, los consumidores, y ¡ciudadanos! Convertimos el lugar en un parador de comida rápida para camioneros y cuando los dueños de la YPF nos denuncien por apropiarnos del lugar, viene la tele y hacemos negocio. Si no nos dan dos palitos a cada uno, de acá no nos movemos, y no se preocupen por nada. ¿Qué pasa con la policía, decís? Nada, no interviene, nos defienden los progre, por ser víctimas de la especulación y del capitalismo y además, muchachos, nos apañan los “derechos humanos”.

24 pinturitas de colores. Por Carlos Rafael Landi

“Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedo sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos”.

María Elena Walsh

Corría el 52 cuando, “el amor y el dolor que eran de veras gemían en el cordón de la vereda entre lágrimas enjuagadas con harapos, había muerto Eva”. Y así naciste, bajo la influencia de Mercurio y nunca conociste su significado: inteligencia concreta y práctica, afectividad cálida, expansiva y racional. Pero ahí termina tu conocimiento, no llegás a la altura de tu ídolo, de ese ícono que fue una chica ye-ye de los años sesenta. Su expresión era en aquellos lejanos tiempos cuando cantaba la canción: "Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…", la de una jovencita rubia y hermosa que se presentaba al baile de sociedad por primera vez, con cierta timidez y causaba la admiración de todos cuantos la contemplaban.

Solo te queda el recuerdo vago de aquella vez, cuando tenías 12 años y un frío día de junio de 1965 Sylvie llegó a Buenos Aires y actúo en el teatro Opera, pero vos no pudiste ir, “sos muy chico” te dijeron tus padres, que no sabían que estabas enamorado de Sylvie, "escuchála por la radio" te dijeron.

Después de muchos años te enteraste que el 5 de Diciembre va a cantar en el Chatelet de París, y en cuestión de minutos preparaste las valijas sin pensar, y ahora te encontrás como por arte de magia frente al Cinema Rex.
Son las doce del mediodía de un domingo gélido en París y hay tiempo de sobra.
El concierto de Sylvie en el Chatelet empieza a las cuatro y ya averiguaste como ir en el metro, lo sabés de memoria. Caminás dos cuadras hasta la estación Grand Boulevards, te bajás en Strasbourg y luego tomàs el metro que va a Chatelet y ahí estás, no son más de quince minutos. Aunque quieras llegar antes, hay tiempo de sobra.
Sacás el CD de la mochila, tomás el discman y buscas “La plus Belle”, sos capaz de cantarla de memoria y sí, lo hacés. Las letras emergen difusas en francés, a veces incoherentes, desde ese submundo idealizado que descansa plácido en el rincón desesperado de tus recuerdos. Son voces de fantasmas, gritos insatisfechos, éxtasis espirituales que a través de fotos y videos se materializaron en imágenes en tu compu.
"Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…" había nacido precisamente cuando Mercurio alumbraba tus doce años y aunque no lo creas ese fue el tiempo en que Sylvie subió los primeros escalones de la cúspide en la que ahora se balancea triunfante para siempre: París, Nueva York, Montreal, Tokio, Barcelona, Sofía, y aunque a veces mirás con desdén a ese chico enamorado de su ídolo, que se encerraba en el baño para escuchar tranquilo "Una ventana al éxito" de Antonio Barros en la radio portátil roja que te había comprado tu papá, la niña rubia, la colegiala del twist, que cantaba tan lindo y te fascinaba nunca se fue de tu vida.
¿Te acordás cuando un sábado a la tarde compraste tu primer simple de vinilo en el Centro Cultural del Disco en la calle Florida y estrenaste el Wincofón a válvulas que tu papá había comprado a crédito? ¿Y cuándo pusiste un parlante debajo del agua para escucharla cuando sumergías la cabeza en la pileta del fondo de tu casa agobiado por el calor de esos veranos terribles en Buenos Aires?
Sentías, la vibración de la canción que se extendía por las entrañas de tu frágil cuerpo y la música frenética moviendo tus piernas, pero Sylvie no estaba, estabas solo con su voz y tu Winco cantando “La plus Belle”.
Ni que decir que fueron Los Beatles, “A hard day's night”, los que sirvieron para dar un salto sobre la niña “ye-ye”, y te volviste músico desenfrenado por un tiempo.
¿Y los versos que pariste en el traspatio de la casa de Dobles 424?, “Soñaba” era el tema preferido como caballito de batalla del grupo Leyenda que vos integrabas y hasta te convertiste en el ídolo de algunas chicas que iban a verte tocar.
Me acuerdo del día que cantaste hasta el paroxismo “Pretty Woman”, la vibración del bajo tipo violín en el equipo de música Ecton de 150 wats te hizo sentir transportado al cielo, y ahí Sylvie te arrebató todo, menos la esperanza de encontrar una parecida en la realidad y casi le rogaste a Venus como hizo Pigmalión con Galatea, y el último día de Julio del 72 sin querer la encontraste, tan rubia, tan parecida y tan hermosa...
Sylvie vuelve al Chatelet rezan los carteles. La gente se agolpa en el salón principal del teatro son las 15,30 y ya estás ahí con tu amor de verdad que te acompañó desde Buenos Aires y que lo hace casi desde toda tu vida. La amás con una pasión que viene de otro mundo y ella lo sabe desde siempre…
Son las 15,45 y ya querés ubicarte en la butaca del palco Corbeille, pero la chica acomodadora rubia y hermosa te dice: "attendez une minute “¿Cómo?” “¿Wait?” “Oui Monsieur”.
En tres minutos ya estás sentado y los nervios te aferran la garganta, las lágrimas contenidas afloran en torrentes, han pasado casi 50 años y te acordás del “éxtasis interruptus” que te hicieron sentir tus viejos cuando eras un pibe y se aproximaba el invierno del 65.
Estás fascinado ahora y ya no te acordás ni de tu nombre, eso no te impide gritar como un desaforado, la pronunciación no te sale igual, los otros son parisinos, pero no importa, poco a poco aprendés y tus sonidos casi guturales entran en armonía con el resto. Se te doblan las piernas y se meten en tu estómago unas cosquillas que no te dan risa sino vértigo, pero igual estás fascinado con el poema en la mano, para entregárselo a ella:
Sylvie
Imagino tu hermosura,
En el devenir de los días pasados.
Mi sueño es tu sueño,
El sueño de una tarde de verano.
Nacimos en un lugar y un tiempo distinto,
Y hablamos un idioma diferente.
No importa, el amor existe en mí.

Y estás ahí, a metros de Sylvie pensando en lo que ella pensará al encontrarse
con tu mirada, soñando que cuando le entregues los versos con un movimiento de sus brazos te dirá que subas al escenario para compartir su fama con vos, y te va a abrazar y a besar, y por fin vas a conjurar tus ganas de estar con ella aunque sea solo un segundo.
Las luces del Chatelet se apagan, se encienden los reflectores y aparece Sylvie radiante como siempre, y al son de la música advertís que al igual que vos hay miles de hombres y mujeres que escuchan con delirio a su idolatrada cantante. Esos fanáticos franceses te rodean, te envuelven y ya sos uno más, y permanecerás entre ellos cuando los reflectores se apaguen y termine el Show.
No está el beso y el abrazo, pero tu rostro se llena de orgullo cuando empiezan a sonar los primeros compases de la canción, y ella se mueve, elegantemente, al suave ritmo de esa música como de baile clásico, refinada, dulce, y comienza a desgranar las frases de la canción, ahora con seguridad, con el orgullo de haber vivido esos cincuenta años desde que la cantó por vez primera: "Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…". Y así se sucede una y otra canción, ya no te acordás ni cómo te llamás, cantás, gritás, gritás y vociferás hasta el paroxismo ¡Bravo Sylviiiiiiiiiiiiiii!
Te perdés entre esa multitud, te difuminás, te esfumás fascinado, extasiado, en tu inmenso delirio de juventud...
Es posible que tu problema de adolescente, no haya sido más que un problema de soledad, y especialmente el de no haber encontrado un punto de contacto entre tu soledad y la de los otros. Si supieras qué esta emoción que ahora te contiene se ha quedado pequeña, sumida en la esperanza de que aparezca el dato de otro show de Sylvie, o el momento feliz que justifique otro intento de escapada. Si supieras qué tu soledad te hace ver alucinaciones; cómo cuando pensás en el amor y lo imaginás como un bello desnudo de mujer rubia, de boca tentadora y ojos fascinantes, llena de lujuria al retirar su rubia cabellera cuando pronuncia tu nombre, cuando te muestra sus dulces pechos arrebatados con dos pezones de dolor sobre el vientre melancólico de tu vida, y te sonríe, y te mira con la profundidad de las estrellas con sus dos ojos empañados de amor, y luego vuelve y besa el rincón más solitario de tu cuerpo, y con todas las fuerzas de tu voluntad recorres su piel y sus cabellos de oro sin que nadie te empuje de entre la multitud de fanáticos, como si fueras libre de estar entre sus brazos, de acariciar su espalda, de volver la mirada hacia sus ojos y de hundirte sin resistencia entre sus piernas succionándole la vida, mientras te escapas por sus ingles en dirección a la nada y ella sonríe y ya no te mira, pero dice tu nombre con una dulzura irrepetible en otra boca, y sos libre de comenzar otra vez tu éxtasis con la promesa entera de su cuerpo desnudo acurrucado en tu cuerpo, y su dulce voz susurrando canciones en tu oído. Y así comprendés que lo que nunca fuiste en tu juventud se rindió una noche gélida de invierno en el Chatelet de París, y te convertís por un rato en el joven que quisiste ser en la época del mayo del 68, en la que el dictador cruel de “La noche de los bastones largos” alteró las costumbres y no lo permitió. Entonces evitás la voz de tu conciencia que ya no te perdona nada, tratando de deshacer cada minuto de tu vida, como si de esa forma pudieras impedir ser un loco dando palos al aire para que no se agote el tiempo de tu infancia, y cumplir de una vez y para siempre todo lo que quisiste ser y no se dio. Entonces los recuerdos surgen como una sombra mala, un poco más grande que el cuerpo y el poder del dictador argentino de grandes bigotes. Y ahora, a volar, claro que sí, para estar en París y hacer justicia, para poder decirle a todo el mundo que no estás loco, estás entero, estás sanito, eran mentiras cuando le decías a la maestra que te llevaran al médico porque no atendías en clase, y lo único que hacías era dibujar estrellas y angelitos al final del cuaderno, y ver en el pupitre esas grandes batallas de gente y gente que se reía y avanzaba, llena de armas que disparaban risas contra todos los que decían que los militares habían venido para hacer un país mejor. Seguro te estará mirando desde alguna estrella tu abuelo Rafael que vino a esta Argentina con el sueño de poder vivir en paz, “laburando”, y en cambio se encontró con peores mentiras que en su patria, viendo como crecían los enanos y se enriquecían los tontos y ladrones. ¡Pero no! ¡Esto se termina! ¡Sí se termina! ¡Por fin se ha hecho justicia! El niño triste y melancólico de “Los sesenta” se ríe agazapado entre las sombras escondido en la calesita del parque Rivadavia, feliz, montando un caballito de madera manchado igualito al que usaba el General cuando desfilaba cada 9 de Julio. Al dictador lo mataste tirándole veinticuatro pinturitas de colores, esas que llevabas a la escuela para dibujar las estrellas y los angelitos al final del cuaderno de tapa dura.

Volando sobre París. Por Inés Carozza

Lo soñaba, me soñaba. Volábamos por encima de la ciudad, volábamos por encima de París, yo entre sus brazos. Cruzamos el Sena por el puente soñado, era su sueño pero a fuerza de escucharlo se convirtió también en el mío.
París siempre fue su meta, no sabía por qué lo atraía tanto, era una obsesión que me arrastró por el aire en su compañía y aunque íbamos juntos, yo sabía que al final del sueño otra mujer lo esperaba, sin embargo no me importó y su sueño se me metió adentro.
Podía ver claramente que sucedería el día que llegáramos al puente, una y mil veces lo había escuchado de su boca. Un árbol, un banco frente al río, alguno que otro transeúnte y ella sentada esperándolo, mirando la nada sobre un cielo radiante de luz.
Era hermosa, siempre la soñó así y nunca tuve celos, ella existía solo en su mente, en cambio yo era real, yo estaba siempre para escucharlo, porque no podía hablar con nadie, no lo entenderían, lo creerían un loco y él solo es un soñador.
La soñaba y me soñaba, la llevaba en brazos por París, era tan liviana que el vuelo se hacía liviano también. Era como andar por la blandura, como hundirse y volverse a elevar sin ningún esfuerzo y ella era hermosa, pero estaba seguro que cuando el sueño terminara otra me esperaba, la que era real, la de carne y hueso, la que escuchaba mis desvelos y mis sueños. Cuando atravesáramos el puente, tendría que elegir entre ella y la otra, pero estaba tan bien con la mujer soñada, que no sé si seré capaz de abandonarla, me hundiría con ella en el sueño para siempre.
Todavía era de noche y había tiempo para despertar. Se confesaron amor, se besaron hasta cansarse y siguieron soñando uno con el otro. Cuando salió el sol ya se veía el puente, las embarcaciones de color salpicaban el Sena y allá, bajo aquel árbol, la otra estaba esperando su despertar.

En el sueño yo era ella y ella era la otra y él tendría que elegir. Me preparé para despertar y para la despedida, había sido un hermoso sueño, no siempre se vuela sobre París sin avión y en los brazos del amante, con el aire del amanecer refrescando la cara.
Pronto tendría que dejarla, abandonarla en la otra orilla para volver a cruzar el puente del sueño. Sentía como se escurría de mis brazos, que su liviandad era cada vez más etérea, podía ver claramente como se deshacía en la claridad que despertaba la mañana.
La dama lo esperaba bajo el árbol, un pequeño sombrero daba gracia a su rostro. Él se aproximaba, ya no volaba venía caminando por la vereda, estaba triste por la mujer soñada y su paso se hizo más lento, entonces volvió a cerrar los ojos y quiso soñar otra vez y la encontró, venía ligera en el espacio y le tendió los brazos…
Mientras esperaba mi mirada se perdía sobre la serenidad del agua, el celeste que cubría el día era brillante y no quería levantar la vista por miedo a verlo con ella entre sus brazos, no podría soportarlo…
Pero un impulso que le llegaba desde adentro la obligó a elevar sus ojos, entonces se vio cruzando el Sena llevándolo a él en sus brazos, sonrío, extendió su mano para saludarlos y los vio perderse por uno de los caminos que llevan al sol.