"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

sábado, 17 de diciembre de 2011

El trabajo de escribir en la oscuridad. Por Dolores Caviglia

Traducir una obra literaria no es pasar las palabras de una lengua a otra. Son muchos los aspectos que deben estudiarse e internalizarse para lograr la escritura del libro ajeno. A continuación, un análisis sobre una figura que no siempre pasa advertida.

La tarea del traductor literario lejos está de ser la de traspasar una obra de un idioma a otro. Ser bilingüe o multilingüe no basta para lograr un sincero trabajo que comunique aquello que el autor intenta transmitir a quienes se dispongan a leer una de sus historias.

Los pasos a seguir son varios y arduos. Se debe conocer el contexto en que la trama tiene lugar así como el de producción; hay que internalizarse en la cultura de la época para reconocer estructuras gramaticales típicas y encontrar su correlato más pertinente con el objetivo de permanecer la más fiel posible a la intención; y, por sobre todo, hay que saber lidiar con el fracaso anunciado, porque la traducción literal no parece algo posible.

Confiar en que una misma palabra tiene su correlato exacto en otro idioma es algo inocente. Si bien así es cómo usualmente se aprende una lengua extranjera, parece ser más una convención necesaria que una certeza. El lingüista suizo Ferdinand de Saussure entendía la lengua como un sistema que se relaciona y define por oposición, y no por características propias. El valor de cada palabra proviene de sus relaciones y es justamente esta idea la que dificulta la traducción. Es que cada término significa dentro de este sistema, pasarlo a otro es cambiarlo.

El idioma de los esquimales puede ser un buen ejemplo para comprender este concepto. Debido a las regiones árticas que habitan estos pueblos indígenas, la nieve tiene un protagonismo en la vida diaria que se descifra en la cantidad de términos que dispone su lengua (cerca de 30) para decir lo que para nosotros es tan solo "blanco".

En Italia existe una expresión popular que delinea esta situación: "traduttoretraditore". Los traductores son considerados traidores en tanto no pueden permanecer fieles a los autores originales. Pero tal sentencia no puede ser cierta. "No sé por qué siempre se piensa mal de los traductores", se quejó una vez Jorge Luis Borges, escritor por partida doble. Además de sus historias, el autor de El aleph contaba la de otros, porque entendía la traducción como la reescritura de un original ajeno.

Márgara Averbach es Doctora en Letras y Traductora Literaria. Enseña literatura de los Estados Unidos en la UBA y traducción literaria en el Lenguas Vivas J. R. Fernández. Cuando describe su actividad,asegura que "reescribe" en castellano los libros que otros escribieron en inglés. "Para mí la traducción literaria es una escritura, sí, pero controlada, no del todo libre", indicó en diálogo con Infobae.com.

Al momento de traducir una obra, la intención de Márgara es elegir una palabra que sea castellano, es decir "que no calque" al idioma original. El objetivo es que se respeten ciertas elecciones copiables del autor. "La traducción literaria no tiene que ser fiel solamente al contenido sino lo más posible a la forma también. Siempre cuento una anécdota de una traductora muy conocida, Inés Pardal, que en un congreso a la pregunta '¿Usted es literal cuando traduce?' respondió 'Cuando puedo, sí'", agregó Averbach.

Pero este parámetro de lo copiable deja elementos afuera. "Se pierden las construcciones y los juegos de palabras que no se pueden traducir, que 'pasan el límite de la traducibilidad' por razones de comparación entre los dos sistemas. Creo que puede resumirse en eso. Por ejemplo, si un autor escribe un párrafo en el que cada palabra de la primera oración empieza con a y de la segunda con b, etc., eso se pierde todo. Solamente puede conservarse adaptándose totalmente y cambiando el sentido", indicó.

Y una modificación de este estilo genera una historia nueva y este es justamente uno de los límites con los que se debe lidiar en la traducción.

Al fin de cuentas, el traductor es también escritor. Si bien está condicionado por un sentido al cual debe perseguir para no violar la intención del autor extranjero, la incompatibilidad de los términos lo obliga a tomar decisiones parecidas a las del aquel. Borges tenía razón al entender el oficio como una reescritura, que combina las dos ideas por las que está delimitado el oficio: la de repetir y la de crear. Yace aquí la oscuridad del trabajo del traductor, en tanto no posee la libertad del escritor a la hora de contar la historia pero tampoco puede anclarse a él sin desconfiar en que una actitud tal podría conllevar al error. En esta zona ambigua se maneja, donde la "traición" resulta obligatoria.

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