"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

domingo, 11 de diciembre de 2011

Vacaciones de verano. Por Inés Carozza

Las vacaciones pueden ir acompañadas de contratiempos, la suegra se enferma y se olvidó el carnet de la obra social, el pibe se peleó en la playa con otro por que le usó el baldecito y vos casi te agarrás a piñas con el padre para defender a tu vástago, a tu mujer “le vino” y todo le molesta y no podés leer el diario tranquilo porque hay tanto viento, que se te vuelan las páginas y las tenés que correr entre un mar de sombrillas, carpitas y reposeras. Todo puede suceder, por eso lo mejor es ponerle buena cara al mal tiempo y afrontar lo que venga.
Y como todo es posible, no fue sorpresa cuando al llegar a las 10 de la mañana a la estación de servicio, descubrí que no había combustible y como también es costumbre que en este confín del sur latinoamericano, uno no encuentre lo que busca, en lugar de nafta, hallé una larga fila de automóviles esperando uno tras otro, bajo el quemante sol de las sierras cordobesas. Como también uno es respetuoso de los que llegan antes, me puse en el último lugar de la fila, resignado a soportar la demora con 40 grados a la sombra.
Estaba en estas maniobras, cuando por fin aparece nuestro protagonista en escena. Pantalón corto, comprimido en la cintura (si a eso podía llamársele cintura), que dejaba asomar una buena parte de su ropa interior azul Francia y que contenía, a duras penas, un voluminoso abdomen flotante; torso desnudo y sudoroso, toalla mojada al cuello para mitigar el calor, gorro al estilo “Guilligan” y culminando el conjunto un par de borceguíes, que a juzgar por su tamaño y por la temperatura ambiente, contenían sus pies en un caldo de cultivo, ideal para cualquier especie de musgo, alga, liquen y concretamente hongos. La cosa es que nuestro personaje, que de ahora en más pasará a ser “el gordo”, recorría la larga hilera a los gritos, anticipándose a las preguntas de los conductores con un, “eurodisel”, hermano. ¿Nafta? No, te la debo, no hay. ¿Vos tenès gasolero? Entonces pasá, pasá tranquilo que hoy estás de suerte. Si tenès nafta estás jodido.
En cuanto el malhumorado conductor ponía el cambio para dar la vuelta, acordándose de su madre por lo negro de su destino, y probar mejor suerte en otra estación, el gordo, atento a todo, lo detenía… y no te apurés porque no hay ni en Belgrano, ni en Santa Rosa, ni en Embalse. Cuando el infortunado decidía ubicarse en el orden correspondiente, no vaya a ser cosa que le quitara el lugar a otro, que atizado por el viento del norte reaccionara como leche hervida, el gordo ordenaba, mirá hermano, si te quedás ubicate bien, porque acá te rebanan el trasero y perdés la mitad del coche… Y moviendo los brazos indicando giros…, bien…, bien…, por acá, ¡pará ahí che! dejale lugar a otro, ¿vos las querés todas? ¿no te tocó la sombra? Ya te va a tocar cuando la fila se mueva… ¡Agua y ajo, qué tanto! A aguantarse y a joderse, que no estamos en el primer mundo, este es el último mundo, muchachos. Y el gordo transpiraba y corría, gesticulaba y vociferaba. Che pibe, a vos… a vos te digo, pibe, si te cortás los rulos te vendemos un litro. El aludido se tocaba la cabeza, pero el gordo tranquilizándolo le decía… mirá, aunque te pelés, estamos secos. Y así seguía a los gritos, de auto en auto hasta llegar al último.
Ahora bien, ustedes pueden suponer y con razón que nuestro amigo era un empleado de la estación de servicio, pero no, se equivocan lejos. El gordo era un damnificado más de la falta de inversión del gobierno y de la especulación de los empresarios del petróleo.
Para los argentinos, que nos falte algo cuando lo necesitamos es lo más normal del mundo, por eso soportamos cualquier cosa, nada puede sorprendernos. Ya lo dijo “el gordo”, estamos en el último mundo y acostumbrados a vivir en crisis permanente, porque de tanto pasar de una a otra, ésta se nos quedó instalada para siempre y parece que le gustó, ya somos a prueba de todo, todo terreno podría decirse, así que ya sabemos que en la época de vacaciones nunca hay nafta, que cuando los jubilados tienen que cobrar sus magras pensiones, no hay plata; que la cola en los cajeros automáticos alcanza a más de tres cuadras, que no hay circulante y que cuando uno se decide a aumentar la deuda de la tarjetita plástica, porque si estamos acá es para pasarla bien que para eso vinimos, los pos net no andan, están sobrecargadas la líneas telefónicas o se cayó el sistema o simplemente en muchos comercios no aceptan ni crédito, ni débito, ni nada que termine en “ é-ito”. Por eso lo anormal se nos convirtió en natural, lo ilegal en legal y si te robaron le agradecés al ladrón porque te trato bien y no te mató. Tenemos muy en claro que cuando hace calor nos cortan la luz y el agua para regular el consumo y que cuando pedimos a gritos un calefactor porque la temperatura es más baja de cero, nos cortan el gas. Vivimos en un país a contramano, entonces en por qué va a sorprendernos que un habitante de estas tierras se sienta el dueño de una estación de servicio por más de 12 horas.
Así que ya lo tenemos al gordo en su escenario transitorio. Los playeros, colgadas las mangueras de los expendedores se resignaron a unos mates, resguardados bajo la fresca sombra del aire acondicionado del “servicompras” y le dejaron piedra libre al gordo, que ordenaba la fila con el afán del que no quiere perder ningún cliente, los turnos estaban bien establecidos para evitar reyertas, algo también muy normal en la idiosincrasia que caracteriza a nuestra cultura, por lo tanto, el muchacho del Peugeot es el primero, el gordo con su utilitario el segundo, el señor de la Meriva y su esposa los terceros y así siguiendo.
La nafta no llegaba, el camión podía estar retrasado o llegar a cualquier hora, todo era incierto, los empleados no tenían ninguna información precisa y de no creer en la era de las comunicaciones, en la que hasta los perros usan celular, para sacar fotos, escuchar música, chatear por Facebook y en última instancia hablar como normalmente se hace por teléfono, los del camión de YPF o no tenían señal en la ruta, o el chofer cambió el número y se olvidó de avisar, vaya a saber uno, la cosa es que nadie sabía nada. Mientras tanto el gordo seguía, empeñosamente, la tarea de comunicador social, de abnegado servidor de la comunidad, avisando a uno y a otro que podían pasar más de 24 horas sin que llegara el agua bendita que pusiera en funcionamiento los motores, para dar fe, pudo verse como un Falcon de la década del 70 era empujado por sus dueños para poder acomodarse en la fila, después de haber absorbido su tanque de nafta hasta la última gota de combustible.
Pasaban las horas y de la nafta ni me acuerdo. Empezaron a hacer ruido los estómagos, se acercaba el mediodía, así que el gordo ni lerdo ni perezoso y haciéndose eco de las voces de los niños que berreaban, ¡maaaaa… tengo hambre!, ¿cuándo nos vamos? Papi tengo sed ¿me comprás otra coca?, fue otra vez recorriendo las ventanillas, para organizar una “vaquita”, porque muchachos los pibes tienen que comer y esto va para largo.
El pueblo argentino adepto a la carne, inclinó a sus representantes –en esta histórica estación de servicio- por el consabido asadito criollo. Inmediatamente los dueños de los autos se reunieron en gloriosa sesión en la que se estableció: que Meriva y Falcon se encargaban de la carne, “no se olviden los chorizo y la morcilla che, advirtió el gordo, que mientras dirigía el abastecimiento de la comida se tocaba la panza y cantaba una nueva versión del famoso bolero…
“Pasarán más de mil años,
Muchos más,
A lo mejor la nafta llega,
Quién sabrá.
Mientras tanto la esperamos,
Resignados, todos juntos,
Con birra y choripán…”

El pibe del Peugeot y los de la Honda buscarían las bebidas, la señora del C3 y la esposa de Meriva comprarían el pan y la ensalada y los muchachos de la YPF ponían el carbón y encendían el fuego. La chica del servicompras trajo todas las papas fritas, palitos, chizitos y maníes de los expendedores del negocio y el gordo ¿qué hacía el gordo? cortaba en una tabla – que nunca falta en la canasta de una turista – el salamín, el queso y la longaniza calabresa que bajó el de la Fiorino, que tenía un reparto de fiambre. Así que una vez dispuesta la mesa con los enseres que se disponía, grandes y chicos se abalanzaron como una jauría famélica, que descargaba su bronca triturando asado y demás, con la misma furia con la que hubieran atacado al responsable del desabastecimiento del petróleo.
Pasaban las horas y la nafta no venía, la hilera de coches se prolongaba varios metros más, algunos que llegaron antes de que se terminara la carne, mordisquearon alguna costillita regada con vino y soda que alcanzó el almacenero de la esquina, conmovido “por el infortunio de esta pobre gente”.
Para la hora del mate éramos tantos que los últimos, haciéndose cargo de las facturas, juntaron para veinte docenas que apenas se vieron, porque entre los chicos que peleaban por las de dulce de leche y el gordo que, como organizador del evento lo merecía y como su cuerpo exigía, se mandó una docena y media al hilo.
Cuando ya se disponían, con las últimas horas de luz, a considerar la preparación de la cena, asomó por la curva la trompa del camión, entonces el gordo dio la voz de alto, ¡Cada uno a su vehículo que después de cargar la nafta nos ocupamos de la raviolada! ¿Estamos todos de acuerdo? Y ante el asentimiento de los otros, el gordo parapetado en el costado de su vehículo, levantó los brazos como si estuviera en el famoso balcón y entonó: ¡Compañeros, somos la mayoría! y estamos en democracia ¡qué joder! Si se quedan, armamos un piquete y tomamos la estación, como protesta por el abuso y falta de consideración hacia nosotros, los consumidores, y ¡ciudadanos! Convertimos el lugar en un parador de comida rápida para camioneros y cuando los dueños de la YPF nos denuncien por apropiarnos del lugar, viene la tele y hacemos negocio. Si no nos dan dos palitos a cada uno, de acá no nos movemos, y no se preocupen por nada. ¿Qué pasa con la policía, decís? Nada, no interviene, nos defienden los progre, por ser víctimas de la especulación y del capitalismo y además, muchachos, nos apañan los “derechos humanos”.

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