"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

domingo, 11 de diciembre de 2011

Volando sobre París. Por Inés Carozza

Lo soñaba, me soñaba. Volábamos por encima de la ciudad, volábamos por encima de París, yo entre sus brazos. Cruzamos el Sena por el puente soñado, era su sueño pero a fuerza de escucharlo se convirtió también en el mío.
París siempre fue su meta, no sabía por qué lo atraía tanto, era una obsesión que me arrastró por el aire en su compañía y aunque íbamos juntos, yo sabía que al final del sueño otra mujer lo esperaba, sin embargo no me importó y su sueño se me metió adentro.
Podía ver claramente que sucedería el día que llegáramos al puente, una y mil veces lo había escuchado de su boca. Un árbol, un banco frente al río, alguno que otro transeúnte y ella sentada esperándolo, mirando la nada sobre un cielo radiante de luz.
Era hermosa, siempre la soñó así y nunca tuve celos, ella existía solo en su mente, en cambio yo era real, yo estaba siempre para escucharlo, porque no podía hablar con nadie, no lo entenderían, lo creerían un loco y él solo es un soñador.
La soñaba y me soñaba, la llevaba en brazos por París, era tan liviana que el vuelo se hacía liviano también. Era como andar por la blandura, como hundirse y volverse a elevar sin ningún esfuerzo y ella era hermosa, pero estaba seguro que cuando el sueño terminara otra me esperaba, la que era real, la de carne y hueso, la que escuchaba mis desvelos y mis sueños. Cuando atravesáramos el puente, tendría que elegir entre ella y la otra, pero estaba tan bien con la mujer soñada, que no sé si seré capaz de abandonarla, me hundiría con ella en el sueño para siempre.
Todavía era de noche y había tiempo para despertar. Se confesaron amor, se besaron hasta cansarse y siguieron soñando uno con el otro. Cuando salió el sol ya se veía el puente, las embarcaciones de color salpicaban el Sena y allá, bajo aquel árbol, la otra estaba esperando su despertar.

En el sueño yo era ella y ella era la otra y él tendría que elegir. Me preparé para despertar y para la despedida, había sido un hermoso sueño, no siempre se vuela sobre París sin avión y en los brazos del amante, con el aire del amanecer refrescando la cara.
Pronto tendría que dejarla, abandonarla en la otra orilla para volver a cruzar el puente del sueño. Sentía como se escurría de mis brazos, que su liviandad era cada vez más etérea, podía ver claramente como se deshacía en la claridad que despertaba la mañana.
La dama lo esperaba bajo el árbol, un pequeño sombrero daba gracia a su rostro. Él se aproximaba, ya no volaba venía caminando por la vereda, estaba triste por la mujer soñada y su paso se hizo más lento, entonces volvió a cerrar los ojos y quiso soñar otra vez y la encontró, venía ligera en el espacio y le tendió los brazos…
Mientras esperaba mi mirada se perdía sobre la serenidad del agua, el celeste que cubría el día era brillante y no quería levantar la vista por miedo a verlo con ella entre sus brazos, no podría soportarlo…
Pero un impulso que le llegaba desde adentro la obligó a elevar sus ojos, entonces se vio cruzando el Sena llevándolo a él en sus brazos, sonrío, extendió su mano para saludarlos y los vio perderse por uno de los caminos que llevan al sol.

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