"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

jueves, 3 de septiembre de 2009

ANÁLISIS Y RELECTURA DEL MITO DE EDIPO REY

NO ME ESPEREN EN ABRIL DE ALFREDO BRYCE ECHENIQE.





El mito según Vickery es la primera expresión de un proceso espiritual inventado libremente y que presupone una conciencia significante que pueda razonar sobre él independientemente de la materia que lo ha creado (6). En el curso de la historia, el mito se ha apoderado de la conciencia humana ya que este se constituye en mensaje y en sistema de comunicación. De esta forma, y por razones de economía, entre otras, el mito ha sido explorado y explotado en la literatura. Este universo fabuloso le ha permitido al escritor diseñar un mundo narrativo donde se legitima el acto lingüístico literario, mediante la invitación que le hace al lector a cooperar en la construcción de una realidad fictiva concebible al precio de cierta flexibilidad y superficialidad (Eco 228).

En la novelística de Alfredo Bryce Echenique, el elemento que ha dado cohesión y esfericidad a su universo discursivo ha sido el sustrato mitológico.[1] La historia de Sófocles, Edipo rey, es parodiada temática y estructuralmente en sus novelas. Como el oráculo pítico de Febo, en la primera novela de Bryce el padre de Julius, minutos antes de morir, vaticina la mala fortuna que acompañará al protagonista a través de su recorrido por todo el mundo verbal que ha sido creado para él, o por él (10).[2] Como Julius, todos los protagonistas bryceanos están concebidos bajo el mismo sino trágico.[3] Simbólicamente, la figura central camina a ciegas en su laberinto textual y termina por aceptar, como el héroe de Tebas, la oscuridad y el vacío, según es anunciado por el narrador al final de Un mundo para Julius (426). Desde entonces, el protagonista comienza a deambular por Europa y América, reconociéndose así mismo como “un hombre sin final” (La última mudanza de Felipe Carrillo 150). Bryce, en sus primeras cinco novelas desarrolla el mito de Edipo rey siguiendo de cerca la interpretación dada por Freud. Dicha interpretación está expresada en sus teorías de la “horda original” propuesta en Totem and Taboo (1912–13) y la del “trauma del nacimiento” expresada en La interpretación de los sueños (1900), donde el médico austríaco presenta el proceso de desarrollo del aparato mental represivo a nivel ontogénetico y filogético.[4]

Desde el momento en que Freud se apropió del mito, Edipo rey estará ineludiblemente atado al psicoanálisis y al deseo. Por lo tanto, sería imposible estudiar a Edipo en la ficción del siglo XX sin examinar las historias en las cuales el deseo es el componente central de la obra. Sin embargo, las ideas freudianas sobre la dinámica de la psicología de la familia y del individuo, no necesariamente deben conducirnos al triángulo edipiano o al complejo epónimo de la obra sofocliana. Más aún, la interpretación de Freud con sus temas de incesto y parricidio como puntos centrales del psicoanálisis, ha sido reevaluada dentro del pensamiento de la era postfreudiana. Podemos decir entonces, que el mito de Edipo permanecerá en los dominios del psicoanálisis pero no bajo el dominio de Freud (Moddelmog 87).[5]

Según nos dice André Green, “lo importante no es si Freud interpretó bien o mal el drama de Sófocles, sino lo que él nos enseñó a ver detrás del mito: la represión del inconsciente” (mi traducción 190). Edipo es hijo y asesino de Layo, peor aún, él también es el esposo de Yocasta , su madre, y en ella ha concebido a sus hijos. El interés en este mito y en el trágico destino del héroe, ha llevado a escritores y estudiosos a razonar sobre él desde distintas perspectivas.[6] De estas teorías la que sirve de base a este estudio es la que propone que Edipo deliberadamente se ocultó la verdad hasta el punto de comprometerlo, por así decirlo, en un autofraude, autoengaño, fuese éste por omisión o represión. Propongo en este ensayo que en No me esperen en abril, Bryce se sirve del mito de Edipo prefreudiano para desarrollar la historia del individuo que se oculta a sí mismo la verdad en lo concerniente a su propia persona. Manongo Sterne y de Teresa es un héroe trágico cuyo sino fatal lo persigue hasta que se ve abocado a enfrentarse a la verdad y a reconocerla como tal. Sin embargo, para Manongo, este reconocimiento no implica la aceptación de dicha verdad. Por lo tanto, Bryce tratará de destruir el mito que estructura su obra. Conscientemente lo deja vacío de todo significado para reemplazarlo por un nuevo mito: el suyo.

Efectivamente, Manongo conoce la verdad pero no quiere saberla. En términos lacanianos es un conocimiento sin reconocimiento.[7] Como Edipo, Manongo se pregunta a sí mismo ¿qué o quién es? cuando a los trece años se convierte en un proscrito de su propio mundo al ser señalado como el “mariconcito del Santa María” (No me esperen 29–35 ).[8] Por primera vez, y en forma traumática, Manongo es consciente de estar solo y de ser una entidad separada de los otros. En adelante su vida será un tormentoso y agonizante proyecto cotidiano para sobrevivir en un mundo donde todos se preguntan: “¿qué hace (Manongo) entre mujeres? ¿qué hace en cosa de hombres?” (58). A partir de entonces, él reprime todo conocimiento que sobre sí mismo tiene y convierte en meta de su existencia el ignorar y evitar la verdad por el mayor tiempo posible. La ceguera voluntaria que se impone a sí mismo el protagonista está marcada por el uso permanente de unos anteojos negros (65). Esta especie de autocastración de sus sentidos hace que Manongo se entregue a la creación de imágenes mentales que se reflejan en un mundo de fantasía y le permiten el autoengaño, hasta que roto el espejo de la ilusión y desaparecidas las imágenes por él multiplicadas, debe enfrentarse a la realidad que ha ignorado por toda su vida.

En la obra de Sófocles, Edipo al comprender su propia verdad se priva de la vista como castigo a su incapacidad. Podemos decir que Edipo rey es la trágica historia de la inaccesibilidad (Eco 226). Bryce, como Sófocles, ha creado un mundo que no le permite a los protagonistas el acceso a otras realidades de la misma creación. Así, su ceguera textual los conduce irremediablemente a la tragedia aunque, como veremos, por razones totalmente opuestas.

Las consideraciones propuestas sobre No me esperen en abril no son tanto respecto al problema del incesto y el parricidio, como a la forma semejante en que trabajan la mente de Edipo y de Manongo. Los elementos que se añaden a la interpretación original del mito serán, por lo tanto, el tema de la ceguera intelectual voluntaria y la autoincriminación de un héroe inocente, elementos que se avienen mejor con el punto de vista de la audiencia prefreudiana que veía la ignorancia de Edipo en términos de su inconsciente, y su anagnórisis como un salir a la superficie del deseo reprimido. Podemos decir entonces, que No me esperen en abril revela que el mito, y no el complejo de Edipo, es el agente que conforma y cristaliza la figura de Manongo y el uso que Bryce hace del mito refleja el paradigma que hemos expresado anteriormente.

La escena clave de donde se desprende la dramática existencia de Manongo es literalmente una niñería. Su falta de atención durante un desfile enfurece al instructor quien, en castigo, sugiere que los compañeros le den una golpiza. El chico chilla de tal forma, que previendo algún daño mayor, las autoridades del colegio llaman a la madre quien completamente histérica defiende a su hijo mientras censura los procedimientos pedagógicos del colegio. Manongo es expulsado de la institución y excluido del círculo familiar y social. Mientras la madre trata de ayudarle, el padre le recrimina y se avergüenza de haber tenido un hijo como él. Se hace evidente así, la necesidad que tiene Manongo de sustituir a su madre por una novia que le permita convencer y convencerse de que todo es normal en su vida.

Manongo encuentra una enamorada cuyo nombre es Teresa. Sugestivamente, este nombre es igual al apellido de su madre, Cristina de Teresa, es decir, que de una u otra forma, Manongo siempre será de Teresa. Es más, Manongo se resiste a manchar la pureza de Tere, su novia, aunque ella desea más intimidad en sus relaciones. Ciertamente, es comprensible que los lectores relacionen el incidente escolar y la conducta posterior del protagonista hacia Tere, con un sentimiento de culpabilidad que desea ignorar y que para Manongo aún no tiene nombre. El ama a Tere y la amará toda la vida, pero es incapaz de compartir con ella sus necesidades sexuales. Curiosamente, tampoco el lector puede entrever en ningún momento, los deseos incestuosos de Manongo hacia su madre. De igual forma, y aunque el protagonista se abstiene de toda demostración de pasión, no aparece en la obra ninguna insinuación de tendencias homosexuales en el protagonista, por el contrario, a lo largo de esta extensa novela hay claras evidencias de su hombría (239, 365, 460). Sin embargo, es obvio que la madre mantiene una estrecha relación con su hijo, y a veces parecen excesivas su preocupación e intervención en la vida del muchacho. Lo que sí podría decirse es que estas dos mujeres—Tere y su madre, doña Cristina de Teresa—son las únicas personas que tienen acceso a la intimidad de Manongo. Las demás relaciones que el protagonista sostiene con jóvenes del sexo opuesto, por lo general no se mencionan en la obra, exceptuando su amistad con Tere Atkins en Piura (367–68). Aquí, es pertinente señalar que con esta chica, Manongo mantiene su conducta enfermiza sobre el respeto que le debe a la mujer, como se puede leer en el siguiente pasaje:



Tere Atkins y Manongo Sterne eran inseparablemente amigos y todo el mundo bromeaba con que eran enamorados y cuándo los veremos besándose, pero al final la gente se cansó de no verlos hacer nada más que conversar horas y horas, tarde, mañana y noche y por ahí surgió el apodo de Los intelectuales. (365)



Eventualmente, ella logra que Manongo le haga el amor pero el lector es consciente del rechazo de Manongo hasta que la fuerza del instinto vence toda resistencia. Esta corta aventura amorosa no logra alejar la fijación de Manongo en la madre, aunque él trata de eludirla racionalizando sus sentimientos a través de las figuras juveniles de sus dos Teres—la de Lima y la de Piura.[9] El problema es transferido pero la obsesión continúa a pesar de que Manongo nunca llega a confesarse en alta voz el sentimiento tan especial que guarda hacia su madre. Hay momentos en que Manongo trata de dilucidar el problema con Tere pero al final diluye sus ideas inventando situaciones fantásticas que atemorizan a la chica. El narrador comenta:



En fin, [hay] algún trauma de Manongo con la virginidad de las virgencitas o de las chicas decentes. . . . Y tan trauma que, en su impotencia con erección permanente pero sumamente torturada, el pobrecito la hizo cómplice [a Tere] de un fratricidio que jamás cometió. (461)



Definitivamente, es como si Manongo no pudiera escapársele al destino y por esto dice: “mi dolor no se ve ahí donde normalmente están esos dolores y la gente los busca” (477).

No hay duda, pues, de que hay un problema que Manongo trata, por todos los medios, de ignorar. El huye de esa verdad a la que teme y por esto metafóricamente, cambia de país. En un comienzo va de casa de su padre, Laurence Sterne, a la casa de los Mancini. De Inglaterra va a Italia para regresar de nuevo a Inglaterra, siendo ya un hombre mayor y después de haber vencido los obstáculos que se le interponían. No hay duda de que Bryce ha tratado de seguir el mito mediante el distanciamiento del héroe, de la misma manera en que Edipo es alejado de Tebas, conducido a Corinto para retornar posteriormente al hogar paterno después de haber vencido a La Esfinge. Como al héroe tebano, es el padre quien envía a Manongo lejos de casa. La primera vez al internado cuando casi era un niño, aunque no lo suficientemente pequeño como para que el padre no lo considerase un problema. La segunda, al exterior siendo ya un adulto, consciente de lo que debe hacer para lograr sus deseos. En el extranjero, Manongo organiza los negocios de don Lorenzo y llega a ser, según lo cree él, “un hombre mucho más feliz y completo que su padre y que el mundo entero también, por qué no, si lo llevaba todo dentro como un inmenso germen . . .” (499). Manongo intenta amurallarse. Quiere convencerse que la felicidad le llegará si es capaz de hacer dinero para llegar a poseer lo que hasta ahora le ha sido negado.

Es después de la muerte del padre que el drama de Manongo puede acabar de hilvanarse. Hecho un magnate regresa al Perú. Como Edipo ha pasado la prueba. La Esfinge está vencida, el padre ha muerto, Tere se ha divorciado y el poder es suyo. Ahora, también sus dos Teresas están al alcance de su mano (512). Desafortunadamente, ambos héroes han sido engañados por sus sentidos; cuando creían ver perfectamente, era cuando realmente estaban ciegos. Cuando pensaban que se habían liberado de su destino es cuando realmente van en su busca. A la vuelta, “Manongo observa, escucha, conoce, consulta y resuelve, sonríe y abraza y siente tanto cariño. Pero se niega a retener por temor a ser retenido y se niega a entender demasiado y no deduce, no capta, no computa” (522).

A pesar de esto, pronto será conocido, no por sus logros sino como “the bloody bastard” (516) y los periódicos de Lima lo acusarán por su conducta deshonesta. Ha llegado a ocupar el lugar de don Lorenzo Sterne en los negocios poco limpios y en su vida afectiva tiende a parecerse cada vez más a él. Tere Mancini hace notar las grandes incoherencias que coexisten en Manongo cuando señala que: “El hombre bueno, bárbaro para querer, el hombre fiel por antonomasia . . . , cohabitaba con otro hombre: el duro, el observador, el calculador . . .” (583). Manongo fue creado en la misma horma de Edipo, y antes que él, lo fue su padre.

Como Sófocles, Bryce ha esculpido un personaje altamente individualizado. Como sabemos, tradicionalmente Edipo se ha distinguido por la noble serenidad con la que se había dedicado a solucionar el misterio de la plaga que afligía a sus súbditos. Sin embargo, el menor obstáculo o provocación era suficiente para hacerle perder su equilibrada compostura. Edipo estaba inclinado a dejarse llevar por la cólera. Esta única, pero fatal deficiencia del rey es de crucial importancia, porque sin ella el héroe no podría alcanzar su estatura trágica, según nos dice Girard (68). De la misma forma, Manongo Sterne se distingue por su generosidad y su impulsividad. Su vida entera es un tributo a la amistad y a Tere Mancini. Desafortunadamente, su exacerbada rebeldía que le impide ser como son los demás, lo convertirá en un trágico héroe moderno, porque desde la marginalia Manongo, como su padre, tenía la especialidad de ser otro hombre, según nos dice su madre (583). Estas ideas de doña Cristina resultan menos peregrinas si recordamos que Girard nos dice que en la tragedia todo se alterna. Por lo tanto debemos estar alertas para no llegar a un falso determinismo del héroe:



In tragedy everything alternates. But we must also reckon with the irresistible tendency of human spirit to suspend this oscillation, to fix attention on one extreme or the other. This tendency is, strictly speaking, mythological in nature. It is responsible for the pseudo determination of the protagonists, which in turn transforms revolving oppositions into stable differences. (149)



Manongo ha luchado por obtener todo lo necesario para lograr su felicidad, felicidad que mirada desde su punto de vista ex-céntrico, es decir, desde su perspectiva fuera de centro, que él cree encontrará al lado de Tere y de Cristina de Teresa. Eventualmente, y a sugerencia de la madre, Manongo también llega a ocupar el lecho matrimonial de sus padres y a poseer por primera vez a Tere, ahora una mujer de 42 años. Ya nada falta para que el mito vuelva a repetirse. Sin embargo, en su momento de anagnórisis Manongo se da cuenta que ha luchado toda la vida en el salón de los vacuos espejos sociales. De improviso, todo ha terminado y las predicciones del oráculo han sido rotas. Se ha probado a sí mismo que nunca hubo un problema. El amor que siempre les profesó a Tere y a su madre, fue siempre puro, fruto de los pristinos sentimientos de un niño adolescente, sacrificado sin razón como víctima de una sociedad inconsciente y condicionada por las absurdas ideas del machismo.

Para su sorpresa y la sorpresa de todos los lectores, es en este momento que el universo textual de Manongo se derrumba. Temáticamente todo ha terminado. Las vidas de todos los personajes corren paralelas a la del protagonista, por lo tanto, nunca podrán ser alcanzadas por éste y mucho menos controladas por él. Edipo rey y No me esperen en abril son dos obras acerca de la grandeza y la fragilidad del individuo cuando este es enfrentado con su limitada capacidad para el conocimiento. El momento final de comprensión es la culminación de una mirada trágica a los orígenes, el crecimiento y limitaciones de todo conocimiento humano. Según Marcelino Peñuelas, “el mito es ‘creación’ y la creación literaria conserva siempre contacto con lo mítico” (117). Sin embargo, el escritor puede reservarse el poder de agotarlo de un solo golpe (Barthes). En este punto es pertinente anotar que Manongo, igual que los demás protagonistas masculinos de Bryce, no han tenido descendencia propia. Comparando la saga original del mito edípico, como es interpretada por Rank, encontramos tres etapas: la heroica, la poética y la psicológica. En la etapa heroica, individuos excepcionales han logrado inmortalizarse por su heroicidad y a ellos se les concede el privilegio del incesto. Este, como originalmente era concebido, implicaba la intención del héroe de asegurar su propia inmortalidad, siendo padre de sí mismo, al ser padre del hijo de su propia madre. En la etapa poética, acepta perpetuarse en el hijo y en la tercera con la caída de la sociedad reglada por el padre y la organización familiar, triunfa el individualismo. Tal hecho fue interpretado por Freud como la tendencia del hijo a ocupar el papel del padre y el subsecuente parricidio que horroriza a Bryce, según podemos colegir por su reiteración en la temática de Edipo, como leítmotif de toda su novelística.

Bryce ha querido castrar el mito de Edipo al negarle a todos sus protagonistas el derecho a la paternidad, y al hacerlo, ha creado su propio mito. Ha creado una escritura subversiva, capturando un mito, a la par que lo ha transformado en un significante vacío que servirá, a su vez, para significar su propia novelística como metáfora del vacío al que se enfrenta el hombre moderno. Su universo mítico-ficcional, es un mundo que entra al lenguaje como una relación dialéctica de actividades, de actos humanos, y sale del mito como un cuadro sobrecogedor sobre la esencia misma del ser, su capacidad para conocer, deliberar y decidir, a la par que cuestiona el poder del individuo para controlar su propia existencia. Entonces, sólo le queda regresar al origen de su ser, según leemos en la última página de esta obra: “no podía encontrar más que la muerte en la fuente que le había dado la vida”: la fantasía (611).





Obras Citadas

Barthe, Roland. Mitologías. Trad. Héctor Schumucler. México: Siglo Veintiuno, 1989.

Bryce Echenique, Alfredo. La vida exagerada de Martín Romaña. Bogotá: Oveja Negra, 1985.

–––. La última mudanza de Felipe Carrillo. Bogotá: Oveja Negra, 1988.

–––. Un mundo para Julius. Barcelona: Plaza y Janés, 1992.

–––. No me esperen en abril. Barcelona: Anagrama, 1995.

Eco, Umberto. Los límites de la interpretación. Trad. Elena Lozano. Barcelona: Lumen, 1992.

Freud, Sigmund. La interpretación de los sueños. Trad. López Ballesteros y de Torres. Madrid: Alianza, 1985.

–––. Tótem y tabú. Trad. López Ballesteros y de Torres. Madrid: Alianza, 1985.

Fromm, Erich. Man for Himself. New York: Rinehart, 1947.

Girard, Rene. Violence and the Sacred. Trad. Patrick Gregory. Baltimore: The Johns Hopkins UP, 1977.

Green, André. The Tragic Effect: The Oedipus Complex in Tragedy. Trad. Alan Sheridan. Cambridge: Cambridge UP, 1979.

Hamilton, Victoria. Narcissus and Oedipus: The Children of Psychoanalysis. London: Karnac Books, 1982.

Krakusin, Margarita. La novelística de Alfredo Bryce Echenique y la narrativa sentimental. Madrid: Pliegos, 1996.

Moddelmog, Debra. The Oedipus Myth in Twentieth-Century Fiction. Carbondale: Southern Illinois UP, 1993.

Marcuse, Herbert. Eros y civilización. Trad. Juan García Ponce. Barcelona: Ariel, 1989.

Peñuelas, Marcelino. Mito, literatura y realidad. Madrid: Gredos, 1965.

Sófocles. Edipo rey / Antígona. Bogotá: MED, 1992.

Rank, Otto. Modern Education. Trad. Mabel E. Moxon. New York: Alfred A. Knopf, 1932.

–––. The Trauma of Birth. New York: Harcourt, Brace & Company, 1929.

Vargas Llosa, Mario. Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio. Barcelona: Barral Editores, 1970.

Vickery, John B. Myth and Literature. Lincoln, Nebraska: U of Nebraska P, 1966.





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[1]En Historia de un deicidio Mario Vargas Llosa afirma que un logrado escritor debe: “construir un mundo verbal esférico, autosuficiente, no sólo formalmente—como lo es toda ficción lograda—sino temáticamente, un mundo en el que cada nueva ficción viene a incorporarse, o, mejor, a disolverse, como miembro de una unidad, en la que todas las partes se implican y modifican, un mundo que se va configurado mediante ampliaciones y revelaciones no sólo prospectivas sino retrospectivas” (140)

[2]Se hace esta distinción atendiendo a la estructura del conjunto novelístico bryceano, donde la tercera, cuarta y quinta novelas son ficciones autobiográficas, en tanto que la primera, la segunda y la sexta no lo son. Un mundo para Julius (1970), su primera novela, comienza la noche en que muere el padre cuando Julius sólo tiene año y medio y, a partir de entonces, su novelística registra, tautológicamente, elementos del mito edipiano que en La vida exagerada de Martín Romaña (1981) cobran indiscutible obviedad.

[3]Según lo demuestro en mi libro, La novelística de Alfredo Bryce Echenique y la narrativa sentimental, todos los protagonistas de la novelística de este autor están diseñados con características semejantes. Todos son antihéroes cuyo destino es el fracaso dada su exagerada sensibilidad y el exacerbado individualismo que les impide la revaluación de su conducta y el posterior cambio para orientar y redirigir sus propias vidas.

[4]Por ontogenético debe entenderse el crecimiento del individuo reprimido desde la primera infancia hasta su existencia social consciente. Por filogenético, el crecimiento de la sociedad represiva desde la horda original hasta el estado civilizado totalmente constituido (Marcuse, 32).

[5]La visión de Freud ha sido revaluada no solamente desde el punto de vista del psicoanálisis por sus discípulos Carl Jung y Alfred Adler sino por muchos otros de diferentes campos y credos—marxistas como Gilles Deleuze y Felix Guattari y feministas como Nancy Chodorow y Simone de Beauvoir entre otros.

[6]Este punto de vista se revela entre algunos psicoanalistas como Jacques Lacan. Entre investigadores de los clásicos como Philip Vellacott y entre críticos de literatura, Morton Kaplan.

[7]Para una mejor discusión sobre la terminología de Lacan puede ser de utilidad Jacques Lacan and the Philosophy of Psycoanalysis de Ellie Ragland-Sullivan.

[8]El témino “mariconcito” según el contexto de la obra no implica homosexualidad. Se refiere más a la dependencia de la madre del hijo varón y su deseo de mantener un exagerado contacto con ella, hasta el punto de presentar conductas que desde el punto de vista de una sociedad machista resultan ambiguas. En otras palabras, el adolecente no desea su crecimiento en sentido ontogenético o filogenético.

[9]Ante todo, la emasculinidad de los protagonistas masculinos se hace evidente a pesar de las numerosas relaciones amorosas que estos sostienen—su incapacidad para mantener relaciones estables, la inicial atracción de las mujeres hacia ellos y su posterior abandono y su gran sensibilidad. Esta última caraterística, relaciona su novelística total con el movimiento sentimental que surgió en Europa en el siglo XVIII, según es presentado en La novelística de Alfredo Bryce Echenique y la narrativa sentimental (1996).

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