"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

sábado, 2 de marzo de 2013

CONSULTORIO DE BELLEZA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

En medio de la lluvia de arroz, los flashes, la emoción de los testigos, la alegría de familiares, amigos, y con la libreta roja en sus manos, reciben una única advertencia que casi no se escucha: "Los esposos se deben mutuamente fidelidad, asistencia y alimentos". Se firman las actas y empieza la fiesta. Tenía una mujer bella y esbelta, con una enorme obsesión por el método "Pilates", un patológico sentido estético la llevó a parecer hermosa y a conseguir una fuerte seducción entre los hombres: cada vez que caminaban juntos por la calle, muchos giraban siempre la cabeza para mirarla. Ya era un espectáculo desagradable e invariable. Y aunque él no se sentía celoso y tenía ciertos atractivos, en su interior albergaba la horrible sensación de estar ubicado un peldaño más abajo de su fulgurante esposa. Un atardecer de primavera, mientras él preparaba con esmero un asado a la parrilla, ella bromeó al pasar sobre su pequeña "pancita". Él se observó varias veces en los distintos espejos de la casa y durmió con mucha pesadez. Se trataba de unas pequeñas adiposidades que sólo quedaban de manifiesto con una remera muy ajustada. pero dentro de su mente fueron metamorfoseándose en ampulosos depósitos de grasa acumulada. Esa misma semana buscó en internet un lugar especializado en adelgazamiento y así concurrió lleno de esperanzas de verse mejor para agradar a su hermosa mujer. Era un consultorio de primera línea y muy serio: le hicieron análisis generales y le dieron una dieta baja en calorías y un especial cronograma de ejercicios a cargo de un personal trainer . Después lo convencieron de que era necesario un tratamiento "full". Empezaron con una lipoaspiración, el primer diagnóstico tenía como conclusión que ni siquiera con "Pilates" sudor y constancia lograría quitarse esa horrible grasa localizada. El éxito de la operación lo llevó a sesiones de botox para eliminar diminutas arrugas en su rostro, y a otro ,y a otro procedimiento en una compulsión obsesiva contra las imperfecciones faciales, y más tarde a compras extenuantes de productos antiage en cada perfumería que pasaba. Fue un verano triste y conmovedor: un hombre simple, no mal parecido decidido a transmutarse a sí mismo ante los ojos azules y camaleónicos de su deslumbrante mujer, aunque en verdad se vieron muy poco durante ese estío, dado que las exigencias de los médicos y esteticistas que lo atendían eran muy estrictas. Desde que se levantaba y la noche, después del trabajo asistía a diferentes consultorios y luego corría tres horas por plazas y avenidas, pasaba una cantidad asombrosa de tiempo dedicado a su gran cambio. El sistema de embellecimiento, cuando llegó el otoño, incluyó tratamientos capilares para darle más cuerpo a su pelo, y consiguió una depiladora de torso, espalda y piernas. Ya en este tiempo, parecía un actor de televisión de alto vuelo. Había adelgazado diez kilos y contraído desprecio por determinadas comidas. La parrilla de su casa que con tanto esmero había hecho construir era un conjunto de hierros oxidados y fuera de circulación. En los días de la semana santa, su mujer lo dejó por un taxista entrado en años, gordo y de abundante calvicie que la había fascinado con sus consejos y su escucha cuando ella concurría al gimnasio a practicar “Pilates”.

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