"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

miércoles, 15 de mayo de 2013

MONOGRAFÍA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

“No olvido, o al menos pretende no hacerlo, construyo amalgamas que me intuyen y me justifican”. Desde lejos todo parece raro y difuso. Esa sensación de extrañeza que siempre me han inspirado los viajes ahora parece esfumarse. Este tour ya está en marcha, totalmente decidido y sin posibilidad alguna de volver atrás.

 Empezó en el momento en que salí de la casa corriendo, asustado por el fantasma de la mujer, con la urgencia de los dieciocho años. La luz del día me ayuda a aclarar los recuerdos, no quiero confundirme. Quiero retener todo lo que me parece importante, la memoria primordial, la historia acaecida y los sueños. Las estrellas y un raro designio van ganando espacio en el cielo que empieza a oscurecer, recuerdo que de niño yo tenía esta sensación de crepúsculo. Ahora comprendo las fronteras y las banderas que estudié en los mapas de los manuales escolares, distingo donde empieza un país y donde termina el otro. Esta visión me recuerda los debates acerca de un mundo menos fragmentado y verdades no tan unánimes. Desde aquí la perspectiva tiene una cualidad sustancial, nueva, diferente.

Mis ojos aprenden otra dimensión. Veo mil contornos de azul y blanco, formas y figuras múltiples, es la desarmonía más armónica que jamás imaginé. Sí, este viaje empezó una mañana temprano, con libros y cuadernos entre mis manos. Todavía me parece escuchar la voz de mi madre apurándome por la hora de entrada a la escuela y la mía quejándose de las actividades del día. Siempre sentí que las tareas eran agotadoras, en cada una de ellas se imponía algo que siempre resultaba imprescindible, así todos los obstáculos se volvían excitantes.

 El aire de septiembre acompañaba un viento dudoso, era de noche y un vértigo repentino me impidió ver si la luz se iba o se escondía o me seguía, era zigzagueante. Sentí que mis libros caían al piso, fue inútil intentar rescatarlos, alguien inmovilizó mis brazos. Sólo sentí que estaba desconcertado. Las últimas semanas habían sido de muchas corridas y comentarios, los análisis de la situación eran tan esclarecedores como controvertidos y seguir leyendo era finalmente la opción que me daba seguridad. Me estaba acostumbrando a leer entre líneas y a asociar indicios, frente al libro me sentía libre. Sucedía inevitablemente algún milagro luminoso entre los retazos de la lectura y las historias se cruzaban y daban vueltas hasta volver al principio y recomenzar entonces a bucear en el tiempo que había heredado. Sumergirme en ese tiempo suponía cierta libertad, los protagonistas y las contingencias de la historia que nos precedía eran el andamiaje sobre el cual armaría nuestro propio tiempo. No pude volver a casa esa noche.

El lugar donde me habían llevado era oscuro, extrañaba mis libros. Tenía que terminar el trabajo de historia que comenzaba así: "Un día aparecieron los hombres sobre la tierra, construyeron dólmenes y menhires, y cuando se terminaron las piedras, llegó la edad de los metales; entre los ríos Tigris y Eufrates, nacieron los sumerios y los acadios pero después se fueron y llegaron los egipcios que vivieron muchos años gracias a la fertilidad del Nilo; aparecieron los griegos que inventaron la democracia hasta que los romanos formaron un imperio que luego los bárbaros destruyeron; entonces vino la edad media, Carlomagno y el régimen feudal, los caballeros, las cruzadas, el arte gótico y la guerra de los cien años..." Margarita aumentaba el fervor y aceleraba la enumeración: "Otro día llegó el Renacimiento con Leonardo y Miguel Angel pero Lutero produjo un cisma y Colón se lanzó a los viajes del descubrimiento, Magallanes, Elcano y Cortés, Tenochtitlán, Perú y Atahualpa, los Borbones y los Austrias, las nuevas ideas, la diosa razón y Robespierre; los virreynatos, las invasiones inglesas, el cabildo abierto... y un día, un día ¡nació la Patria!" así concluía.

 Me dolían las piernas y no era por haber caminado. Tenía que terminar el trabajo para la escuela, en mis manos habían aparecido algunas lastimaduras que me impedían escribir. Me quedaban los pensamientos y muchas horas para pensar. En unos días vencía el plazo para la entrega del trabajo de historia y mis libros habían quedado tirados en la calle. Yo tenía el hábito de entregar las tareas a tiempo, creo que de tanto escuchar a mi padre decir que las deudas y los impuestos se pagan antes de su vencimiento, pedir prórroga ya era sentirse en falta, así que se me ocurrió ir armando las ideas mentalmente, de este modo ganaría tiempo para después escribirlas.

 El suceso de los bombardeos en la plaza en los días que yo tenía tres años era el tema que había elegido, buscar datos, enterarme, asombrarme, leer y confrontar opiniones, ver fotos, me tenían ocupada la cabeza y revueltas las entrañas. Ruidos de frenadas violentas cada vez más frecuentes se me confundían con los de aquellos aviones que un mediodía frío y nublado decidieron oscurecer aún más el cielo, cuarenta aviones sobre una ciudad abierta en un día habitual. Siento cada frenada como una de aquellas explosiones sobre la gente indefensa que trataba de huir junto con las palomas. Cadáveres esparcidos en una plaza que es como decir la felicidad mutilada. Una conspiración avanzando para sepultar bajo los escombros cualquier rasgo de igualdad , toneladas de odio para exterminar los pasos de quienes trabajaban, la alegría de niños en una excursión y la vida de un tirano que luego será prófugo. En el cielo empezó esta guerra. Fueron testigos las nubes oscuras por el frío pero más por no haber podido retener aquellos aviones. Invierno de junio, despojo y desconsuelo que se empezó a guardar en el silencio de unos frente al brindis y festejo de otros.

 Una frenada más estridente que las anteriores me sobresalta, azotan la puerta, a los tumbos llegan dos más, no los conozco. Con el paso de los días el tiempo se fue tornando flexible, desacostumbrado, era un tiempo que me llevaba casi a no preocuparme por avisar a mi familia la hora de regreso y a olvidar cuándo vencía la entrega del trabajo de historia. Un tiempo que a veces se llenaba de un olor a agua, una sensación en el aire que me regresaba a las horas de infancia en el arroyo Saladillo de Rosario junto a mis padres y mis tíos, cuando era la temporada de verano. Desde niño me fascinó el río, lo miraba sintiendo que me faltaban ojos, alzaba la mirada y me entretenía comprobando que su caudal seguía hacia adelante y hacia arriba. El horizonte del cielo me atraía tanto como el de abajo, ese espacio húmedo me pertenecía y yo a él. Esa realidad de agua y nubes era un universo que yo podía tocar con intensidad y con la certeza de ser parte de sus secretos

. Con los libros y las clases fui revelando algunos de ellos, por el río de mi infancia habían penetrado los conquistadores hacia las entrañas del continente y también llegó mi sangre antigua en las maletas de unos inmigrantes. Todos buscando un tesoro. Unos obsesionados con la mítica Sierra de la Plata, otros silenciando una historia y preparando sus manos y sus corazones para ensayar otra. Este paisaje ha sido tan generoso en su inmensidad, a qué mejor destino los hubiera llevado la corriente... La intemperie nunca impidió encontrar el tesoro del pan y los sueños. Después de atravesar el océano con muchos sueños y algo de pan, la sangre que venía desde el Mediterráneo tocó este río y se hizo de agua, dócil, limpia, imprescindible.

 El lugar donde estábamos seguía siendo oscuro, los pocos movimientos que hacíamos eran dificultosos y dolían, apenas caminábamos por pasillos estrechos hasta una escalera que nos regalaba un poco de luz. Era como andar por los bordes, oliendo una frontera desconocida. La constante eran los sonidos de los vehículos frenando, a veces me parecían ser motores de aviones; seguramente la urgencia y la preocupación por el trabajo de historia regresaban al punto de hacerme escuchar el sonido de los aviones de aquellos bombardeos. No tenía claro si mi memoria se afiebraba o los primeros calores de septiembre me enardecían la imaginación; tal vez no fuera imaginación. En todo caso, yo escuchaba sonido de aviones.

 Hay momentos que sentimos los retazos de la historia incrustarse en la piel, los recuerdos se fragmentan y saltan como trocitos de un rompecabezas que nos persigue; algunos instantes de lucidez nos permiten recomponer un tiempo que no sea puro pasar. Es una magia similar a aquella que me atrapaba cuando jugaba con los mapas de la escuela y descubría con un entusiasmo iniciático cómo se habían formado los continentes, me parecía tan claro que Siberia y Alaska habían sido una antes que las separara el estrecho de Bering, cómo América y África se unían por sus contornos casi con exactitud, todo encajaba. Yo jugaba con los mapas y tenía la ilusión que cuando creciera y estudiara podría conocer qué había producido la fragmentación. Cada vez éramos más, podía reconocer a algunos por las voces, los olores se habían transformado en una identidad que permitía el intercambio de opiniones. Nos hermanaba saber que esa noche ni la siguiente volveríamos a casa, pero sabíamos que mientras tanto estaríamos juntos. El pequeño sueño cotidiano era saber que éramos muchos y estábamos juntos. Saber... ¿podíamos saber qué era soñar o el sueño era creer que sabíamos? Tal vez sabíamos como saben los niños, sin saber... ¿Quiénes son los que se apropiaron de esa palabra y con ella, del saber? Vi acercarse una figura, parecía médico o enfermero, en cualquier caso se acercaría a ayudarme, sentí el ardor del pinchazo de una inyección y una calma repentina, los músculos empezaban a aquietarse, sumisos.

 Mi mente volvió a afiebrarse y otra vez el sonido de los aviones me envolvía, seguramente el plazo para entregar el trabajo de historia ya había vencido, era inútil seguir pensando en eso. Mi carne cada vez más quieta y mi percepción que se abría con la última claridad de la tarde. Alguien me quita la ropa y me siento desnudo por primera vez. Ya no era que el sonido de motores me llegaba desde afuera, ahora ese sonido era parte de mi desnudez. A medida que el vuelo ascendía las piezas del rompecabezas se multiplicaban y trataban de encontrar la correspondencia. En eso estaban mis pensamientos cuando me arrastraron hasta un breve hueco por el cual unas manos me soltaron. Lo sé porque un viento de todas las estaciones y todos los mares me golpeó en cada hueso. En la tristeza de la tarde el río me mira con asombro como yo lo miraba de niño, mientras las nubes bajan alivianándome el viaje

. El mundo que percibo desde la altura me parece una parte de mí mismo, todo impregnado de agua y de misterio. Ahora veo al río de mi infancia mezclarse con el mar donde todas las máscaras se borran, me pregunto qué deidades son las que habitan en tanto horizonte y si habrán logrado conservar sus máscaras. Ahora comprendo por qué nací a la orilla de un río que los guaraníes llamaron “Padre de las aguas” , para moverme en el límite como espacio vital, para preguntarme todo el tiempo y después qué... Veo marcas del pasado y del futuro flotando en el agua. Naves llegando al continente cargadas de inquisidores para intentar purificar con sus castigos los rituales de amor a la tierra. A Colón escribiendo en su diario las maravillas de la naturaleza que desconocía y mi emoción al recordar mi lectura de esas páginas cuando comenzaba el secundario, a Bartolomé de las Casas escribiendo sobre el holocausto indígena, al Chac Mool rebelándose contra el Dios único de la cruz, la resistencia de Moctezuma, a Tupac Amaru en el interrogatorio negándose a decir a sus captores a quién iba dirigido el tafetán con las frases escritas con su propia sangre, la misma sangre de los mancebos y sus mujeres en los siglos siguientes, los ecos de victorias y rebeliones, el humo de las derrotas, tierra devastada por invasores y pueblos quebrados, las tropas de Belgrano hacia el norte, las conversaciones de San Martín y Bolívar armando la patria fragmentada, el enemigo exponiendo para el terror las cabezas putrefactas de los vencidos que seguían murmurando, Artigas masticando las traiciones que lastimaban más que las derrotas, la justicia rota en pedazos desiguales, tirados en un basural los cuerpos fusilados de unos hombres leales, obispos levantando su dedo perfumado para bendecir a los asesinos..

. Veo rostros desde abajo y desde arriba, esas dimensiones ahora me resultan superfluas. En este espacio sin espejos por donde voy todo se abre mágicamente, vuelvo a verme desde el principio, cuando era niño y escuchaba los estruendos de las bombas cayendo sobre Plaza de Mayo, a mis padres escuchando los pormenores de las luchas de azules y colorados en radio Colonia, con el pasado y el ahora como únicas posesiones. Es mediodía, y el sol muestra su máximo esplendor, tanta belleza me atraviesa y a la vez me tranquiliza, siento la frescura del agua en todo mi cuerpo. Desde la altura todo se ve diminuto, hasta el horror parece más pequeño; lo que no logro saber es el tiempo que durará este viaje que comenzó la mañana que salí de casa corriendo, minutos, días, años... mi tiempo ahora es el horizonte. Estoy en un espacio donde no hay centro ni periferia, eso que según los libros perdidos se disputaban los poderes desde siempre, aquí es invisible, cualquier punto podría ser el puerto, cualquiera la metrópoli.

 Me veo desafiando el aire con los brazos abiertos, el cielo me mira, estoy seguro me hubiera querido retener. La luz se despedaza y acompaña mi caída. El mar tendrá en unos segundos una gota más, diminuta, insignificante... este océano ya no será el mismo después de que mi lágrima lo toque. Mientras caigo comprendo un tiempo desconocido para mí, veo mis huesos suaves, pulidos por la corriente, libres al fin; mis huesos desnudos para dejar la verdad al descubierto. Huesos despojados de todo, de dolores y de caricias, mi humanidad ya no hará sombra. ¿Cómo fue que la vida cruzó la línea? Recuerdo los días en que habíamos decidido que otro horizonte era posible, el miedo era ajeno y la culpa un pecado, el tiempo nos pertenecía y la felicidad no necesitaba proyecto porque éramos felices, tanto que no cabía en nosotros y salimos a decirlo con la urgencia de quien ha encontrado un tesoro. Caigo, extenuado. El agua se quiebra en mil esquirlas, la nube que vio las manos que me soltaron quedó hecha grietas y se perdió en el abismo. Alcanzo a ver una plaza por donde marchan hombres y mujeres en silencio. Es la misma de los bombardeos sobre los que estoy haciendo la monografía de historia…

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