"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

lunes, 31 de enero de 2011

COMO TODAS LAS NOCHES. POR CARLOS LANDI


Esa noche, como todas las noches, me había dormido con la ansiada esperanza de volver a encontrarla en mis sueños, y aunque el esfuerzo por no dejarme arrastrar por paisajes de la infancia y otros recuerdos era considerable, finalmente me alivió escuchar el ruido de las lanchas cruzando el Sena.

Viajaba en un catamarán de Bateaux Mouches completamente iluminado, como el que veía muchas veces en mi camino de regreso al hotel cercano al Pont del Alma. Ella estaba sentada a mi lado, sonriente y radiante como la recordaba en otros sueños.

-¿Cómo soy yo del otro lado de los sueños?- volvió a preguntarme sin esperar respuesta.

- Sos distinta- respondí.

-Ya no habitás los mundos mágicos que alguna vez creamos y siento que cada día que pasa te vas alejando más y más, en una distancia que se hace infinita. Es por eso que sigo buscándote en cada sueño, porque sé que aunque todo esto es pasajero, es hermoso vivirlo mientras dure, porque no hay distancias de años ni de kilómetros entre tu sueño y el mío.

Sylvie se acercó a la ventanilla y dejó que su aliento tibio empañara un pedazo del cristal. Entonces con un dedo dibujó en él una taza de café.

-¿Te acordás? - preguntó sonriente.

Mi mente se extravió en ese domingo frío de Diciembre en el café cercano al teatro Chetelet de París, donde la ví cantar por primera vez, al tiempo que también ella sonreía moviendo afirmativamente su cabeza.

El desembarcadero estaba desierto cuando bajanos de la nave y la luz del faro de la torre Eiffel apenas se divisaba en medio de la niebla.

Una dulce canción persistente se escuchó de pronto.

-No quiero despertar - supliqué mientras caminaba presuroso hasta el puente, pero ella se detuvo para sentarse en un banco frente al río. Miró sus manos y tocó mi rostro.

-Creo que ya estoy despertando - le dije sin dejar de sonreír- y yo empiezo a desvanecerme al igual que los puentes y todo lo que aquí hay.

Traté de retener ese lugar, tomarla de la mano y evitar que se confundiera con la niebla, pero finalmente el sonido del reloj terminó por borrar todos los caminos y apagar la luz del Faro, como ocurría inevitablemente todas las mañanas.

Yo tendría que pasar por mi rutina cotidiana, rápido, muy rápido hasta que nuevamente una barca iluminada irrumpiera en mis sueños, como todas las noches...

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