"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

lunes, 1 de noviembre de 2010

MILAGRO. Por Manuel Mujica Laínez.



El hermano portero abre los ojos, pero esta vez no es la claridad del alba que,
al deslizarse en su celda, pone fin a su corto sueño. Todavía falta una hora para el
amanecer y en la ventana las estrellas no han palidecido aún. El anciano se revuelve
en el lecho duro, inquieto. Aguza el oído y se percata de que lo que lo ha despertado
no es una luz sino una música que viene de la galería conventual.

El hermano se frota los ojos y se llega a la puerta de su habitación. Todo calla,
como si Buenos Aires fuera una ciudad sepultada bajo la arena hace siglos. Lo único
que vive es esa música singular, dulcísima, que ondula dentro del convento
franciscano de las Once Mil Vírgenes.

[ El portero la reconoce o cree reconocerla, mas al punto comprende que se
engaña. ] No, no puede ser el violín del Padre Francisco Solano. El Padre Solano está
ahora en Lima, a más de setecientas leguas del Río de la Plata.
¡Y sin embargo...! El hermano hizo el viaje desde España en su compañía,
veinte años atrás, y no ha olvidado el son de ese violín.

Música de ángeles parecía, cuando el santo varón se sentaba a proa y
acariciaba las cuerdas con el arco. Hubo marineros que aseguraron que los peces
asomaban las fauces y las aletas, para escucharlo mejor.

Pero esta música debe ser otra, porque el Padre Francisco Solano está en
el Perú. ¡Y sin embargo...! ¿Quién toca el violín así en esta ciudad? Ninguno. Ninguno sabe, como Solano, arrancar las notas que hacen suspirar y sonreír, que transportan el alma. Los indios del Tucumán abandonaban las flechas, juntaban las manos y acudían a su reclamo milagroso.

Es una música indefinible, muy simple, muy fácil, y que empero hace pensar
en los instrumentos celestes y los coros alineados alrededor del Trono divino. Va por
el claustro del convento de Buenos Aires, aérea, como una brisa armoniosa, y el
hermano portero la sigue, latiéndole el corazón.

El patio donde se yergue el ciprés que cuida Fray Luis de Bolaños, el
espectáculo de encantamiento detiene al hermano lego que se persigna. Todo el árbol
está colmado de pájaros inmóviles, atentos. Nunca ha habido tantos pájaros en el
convento de las Once Mil Vírgenes. Escuchan el violín invisible, chispeantes los ojos
redondos, quietas las alas. El ciprés semeja un árbol hechizado que diera pájaros por
frutos.

La música gira por la galería y más allá el hermano topa con el perro y el
gato del convento. Sin mover rabo ni oreja, como dos estatuas egipcias, velan a la
entrada de la celda de Fray Luis de Bolaños. Observa e hermano portero que las
bestezuelas que a esa hora circulan por la soledad del claustro han quedado también
como fascinadas, como detenidas en su andar por una orden superior.
El hermano portero se pellizca para verificar si está soñando. Pero no, no
sueña. Y los acordes proceden de la celda de Fray Luis.

El lego empuja la puerta y una nueva maravilla lo pasma. Inunda el
desnudo aposento un extraño calor. Fray Luis de Bolaños se halla en oración,
arrobado, y lo estupendo es que no se apoya en el suelo sino flota sobre él, a varios
palmos de altura. Su cordón de hilo de cháuar pende en el aire.
El hermano portero cae de hinojos la frente hundida entre las palmas. De
repente cesa el escondido concierto. Alza los ojos el hermano y advierte que Fray Luis está de pie a su lado y que le dice:
- El Santo Padre Francisco Solano ha muerto hoy en el convento de Jesús, en
Lima. Recemos por él.
- Pater Noster... –murmura el lego.

El frío de julio se cuela ahora por la ventana de la celda. Al callar el violín, el
silencio que adormecía a Buenos Aires se rompe con el fragor de las carretas que
atruenan la calle, con el tañido de las campanas, con el taconeo de las devotas que
acuden a la primera misa muy rebozadas , con las voces de los esclavos que baldean
los patios en la casa vecina. Los pájaros se han echado a volar. No regresarán al
ciprés de Fray Luis hasta la primavera.

Manuel Mujica Lainez
Misteriosa Buenos Aires.

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