"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

sábado, 6 de noviembre de 2010

EL VECINO DE ENFRENTE. POR INÉS CAROZZA


Agua en Buenos Aires. Hace días que llueve y agua es todo lo que ve por la ventana. Una cortina de agua se derrumba desde el cielo y no puede ver lo que pasa enfrente. Si pudiera hacerlo vería al melancólico de su vecino, intentando tocar dos notas en su guitarra. El vecino es un joven alto y delgado, de aspecto tristón. Es músico. Sabe, porque él se lo dijo, que adora el jazz.

Ahora la lluvia se disipa y lo ve. Pero qué hace: ¿está loco? Sale al balcón en musculosa con el frío polar que está haciendo. ¿No leyó los diarios? ¿No escuchó las noticias? ¿No sabe de los casos de gripe con complicaciones que asolan la ciudad? ¿Qué piensa? Así no llega al concierto del sábado y con lo ansioso que estaba… Evidentemente no le importa nada, él se lo dijo, lo único que le importa es la música y su guitarra, por eso hace sacrificios, por eso vino a la ciudad. Vive en ese departamento con su tío, el hermano de su madre, en el que sólo ocupa un catre por todo espacio. Trabaja varias horas en la atención al cliente en una empresa de telefonía celular y el resto del tiempo lo pasa estudiando con un profesor.

Ya no llueve, ahora tiene libre de obstáculos la ventana de enfrente para mirar a su antojo. Él no sabe que ella lo espía, se moriría si él se enterara. Sólo han hablado un par de veces, una vez en la cola del colectivo y otra en la del supermercado, pero las colas habían sido lo suficientemente largas para poder enterarse de varios aspectos de su vida y aunque ella no quería admitirlo, él le gustaba. Le resultaba interesante esa actitud de despreocupación que tenía, que parecía estar más allá de todo. A estas alturas, el vecino ya había vuelto adentro y había cerrado la ventana, pero la cortina descorrida le permitía ver lo que sucedía. Hombre y guitarra eran uno solo. Por los movimientos del cuerpo, ella intuía los sonidos y le parecía que él se perdía en un mar de notas que salían del instrumento y de sus dedos por momentos veloces, en otros, apenas rozaban las cuerdas. Fue entonces cuando a pesar del frío se decidió y abrió la ventana. A esa hora y después de la lluvia la calle estaba tranquila, podría escuhar. Al principio apenas; luego, como si él supiera que tenía público, la melodía se hizo próxima y clara. Entonces comprendió y lo comprendió.

¿Cómo expresar en palabras todo lo que la melodía decía? ¿Los paisajes que describía en notas y arpegios? Hablaba despertando sentimientos que creía ocultos y que no querían volver a esconderse, hablaba de recuerdos y de imágenes… Era casi imposible. El lenguaje no alcanzaba para transmitir lo que sentía su alma. El placer de lo bello, la confusión y la emoción que guarda una persona en su ser. Eso sentía y eso veía reproducido en la ventana de enfrente.

Cómo podía alguien hablar en melodías. Hablar del amor, del dolor… de la vida, sin palabras. Él lo estaba haciendo y ella le estaba agradecida. Tenía ganas de cruzar la calle, tocar el timbre y decírselo, pero no se atrevía. Buscaría otra oportunidad, quizás el sábado compraría una entrada para el concierto, quizás lo esperaría a la salida, le echaría la culpa a la música y, por qué no, a la lluvia, pero lo cierto era que se había enamorado y ella tendría que usar palabras para decirlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario