"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

viernes, 2 de agosto de 2013

PÁNICO. POR CARLOS RAFAEL LANDI

A la hora de escribir este relato, hay  una temperatura de - 4 grados en las calles de París, son las doce de la noche y está nevando, un viento brutalmente helado  te escama la piel y te congela la sangre.  Hace mucho frío afuera y lo peor es que todos intuyen  que  la nieve puede durar varios meses. Ese terror a que la intemperie se convierta en un paisaje helado circula y se expande en la ciudad, en la tele, en las escuelas, en los bares. Miedo, sí, angustia creciente a que llegue el fin del fin del mundo.
Ante la idea de una soledad despiadada, muchos comienzan a buscar un lugar en donde guarecerse. Vida hay una sola y encima es fugaz, se escucha, así que carpe diem, por cuatro-días-locos-que-vamos-a-vivir, no nos privemos de nada. La ansiedad ante  un frío que elimine el amor crece  a cada minuto.
Cuando no se quiere ver, no hay ojos ni miradas que vean, una negación que proviene de lo profundo del alma puede ser indestructible. Nada ni nadie la puede perforar.
No se quiere ver nada de esto. Vale la pena no darse  vuelta. En la penumbra de la noche los desaprensivos parecen una fantasmagoría medieval.
En los medios, no faltan quienes se esfuerzan por diferenciarse. Un mutismo que huele a agua estancada, una fuerte apuesta a callarse la boca ante la amenaza de ese temido invierno, unas ganas de abrigarse.
Un artista en su aislamiento, como no soportaba la completa soledad, esculpió una estatua de marfil tan bella y perfecta como ninguna mujer verdadera podría serlo. La llamó Miranda  y de tanto admirar su propia obra, terminó enamorándose de ella. Le llegó a fabricar las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos más caros. Todos los días pasa horas y horas contemplándola, y de cuando en cuando besa con ternura los labios fríos e inmóviles.
La incomunicación en las familias aparece reflejada en la manera en que se utiliza la palabra, todos hablan y hablan todo el tiempo, casi sin parar, pero sus palabras sólo sirven para ocultar que no tienen nada que decirse y que no tienen capacidad para entenderse. El frío congeló la vida, los sentimientos, la sensibilidad. La palabra pierde su contenido, su significado, para transformarse simplemente en un significante vacío que nada transmite.
Ahora no se pueden tener ambiciones ni metas trascendentales, llegar a Dios, ganar el paraíso o hacer una revolución.
Estamos solos, no podemos compartir nuestros deseos, nuestros miedos, nuestras alegrías y nuestros sueños, que futuro pretendemos construir si el hielo nos heló el alma.


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