Gentile tapaba el arco sin dejar un solo agujerito por dónde
hacer pasar la pelota. Era un gigantón de brazos largos como una araña,
siempre de buzo azul, pantalón blanco y
medias de gimnasia. Acostumbraba a parar
los disparos fulminantes al ángulo con una sola mano tipo tenaza que atrapaba y
dejaba sin efecto cualquier tiro de pelota número cinco de cuero, dura como una
piedra de aquellos años 60, sin mover el cuerpo que permanecía inmóvil como una
pared de concreto. También podía sacar
la pelota con sólo mirar al que pateaba. Gentile tenía doce años, pero parecía un
hombre morrudo de veinte, le decían que era un ropero.
Durante el campeonato escolar de la escuela Antonio
Schettino del año 64 estaba invicto en la valla, había atajado más de cien
penales y salvó otro tanto de goles hechos en la canchita de papi –fútbol del
colegio. Siempre le preguntamos cuál era su secreto y él decía que tenía
nervios de acero y un cuerpo gigante que tapaba todo el arquito de papi hecho
de caño de gas galvanizado.
Ese día, mi día de gloria cuando mi equipo salió campeón del
año 65, yo jugué de delantero en reemplazo de Zucconi, el maestro Alaya había
depositado toda su confianza en mí. El primer tiempo terminó 0 a 0, Gentile y
su equipo ya se sentían campeones invictos. Pero empezó el segundo tiempo en la primera jugada, Rollano devoró la
cancha por izquierda, se gambeteó a media defensa y tiró un pase a Pintos ; el
zaguero Bejerman alcanzó a tocarla de espaldas y estando yo frente al arco me di cuenta que la pelota había rebotado en mi pie, la paré con todas
mis fuerzas, y aunque la pelota titubeó en la goma de la
puntera de las zapatillas Pampero alcancé a tocarla de contrapierna y arremetí con un pelotazo rasante que pegó
en el poste izquierdo y se metió como una pelota billar haciendo carambola. 1 a
0 Gentile había sido vencido, no lo podía creer ni aceptar, y yo menos, besé la
medallita de la virgen que me habían dado cuando tomé la comunión y siguió el
juego. A los quince minutos el balón me
cayó detrás de los centrales, atropellé, pero la pelota pero se fue un poco larga, la
corrí como un conejo y mis piernas se
estiraron como las de un galgo, la alcancé, la paré, la hice picar y
¡Plum! tiré el zurdazo al ángulo,
Gentile parecía obnubilado y asustado, no pudo ni rozarla, la pelota se metió
arriba por el ángulo derecho clavándose
en la red con una fuerza inusitada. Mis compañeros y Alaya se rompieron las manos
de tanto aplaudir.
En el tercero, Cruz
recibió la pelota de García y se escurrió hasta donde pudo. Encontró a
todo el equipo verde de Gentile replegado en el área , Cruz eludió a uno y a
otro y otro más y me pasó la pelota, los defensores me ahogaron en el acto,
simulé que seguía viaje y los tres rivales se me vinieron al humo, pero apreté
el freno, la aseguré con las Pampero de lona y de golpe le dí con todas mis
fuerzas , la pelota salió disparada como una bala marrón y atravesó la valla de
Gentile a media altura que ya se sentía
por primera vez perdedor .
Fue el gol de la victoria. A paso de fiesta nos fuimos
caminando al aula del primer piso que oficiaba de vestuario. Cuando miré por la
ventana de hierro del aula la cancha vacía mientras mis compañeros vociferaban mi nombre, me pareció que los caños del arco
habían sido derretidos por aquella fuerza inusitada que había iluminado mis
pies. Ese fue mi día de gloria.
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