"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

viernes, 2 de agosto de 2013

MI DÍA DE GLORIA. POR CARLOS RAFAEL LANDI

Gentile tapaba el arco sin dejar un solo agujerito por dónde hacer pasar la pelota. Era un gigantón de brazos largos como una araña, siempre  de buzo azul, pantalón blanco y medias de gimnasia.  Acostumbraba a parar los disparos fulminantes al ángulo con una sola mano tipo tenaza que atrapaba y dejaba sin efecto cualquier tiro de pelota número cinco de cuero, dura como una piedra de aquellos años 60, sin mover el cuerpo que permanecía inmóvil como una pared de concreto. También podía  sacar la pelota con sólo mirar al que pateaba.  Gentile tenía doce años, pero parecía un hombre morrudo de veinte, le decían que era un ropero.
Durante el campeonato escolar de la escuela Antonio Schettino del año 64 estaba invicto en la valla, había atajado más de cien penales y salvó otro tanto de goles hechos en la canchita de papi –fútbol del colegio. Siempre le preguntamos cuál era su secreto y él decía que tenía nervios de acero y un cuerpo gigante que tapaba todo el arquito de papi hecho de caño de gas galvanizado.
Ese día, mi día de gloria cuando mi equipo salió campeón del año 65, yo jugué de delantero en reemplazo de Zucconi, el maestro Alaya había depositado toda su confianza en mí. El primer tiempo terminó 0 a 0, Gentile y su equipo ya se sentían campeones invictos. Pero empezó el segundo tiempo  en la primera jugada, Rollano devoró la cancha por izquierda, se gambeteó a media defensa y tiró un pase a Pintos ; el zaguero Bejerman alcanzó a tocarla de espaldas y estando yo frente al arco  me di cuenta que la pelota  había rebotado en mi pie, la paré con todas mis fuerzas,  y  aunque la pelota titubeó en la goma de la puntera de las zapatillas Pampero alcancé a tocarla de contrapierna  y arremetí con un pelotazo rasante que pegó en el poste izquierdo y se metió como una pelota billar haciendo carambola. 1 a 0 Gentile había sido vencido, no lo podía creer ni aceptar, y yo menos, besé la medallita de la virgen que me habían dado cuando tomé la comunión y siguió el juego. A los quince minutos  el balón me cayó detrás de los centrales,  atropellé,  pero la pelota pero se fue un poco larga, la corrí como un conejo  y mis piernas se estiraron como las de un galgo, la alcancé, la paré, la hice picar  y  ¡Plum!  tiré el zurdazo al ángulo, Gentile parecía obnubilado y asustado, no pudo ni rozarla, la pelota se metió arriba por el ángulo  derecho clavándose en la red con una fuerza inusitada. Mis compañeros y Alaya se rompieron las manos de tanto aplaudir.
En el tercero, Cruz  recibió la pelota de García y se escurrió hasta donde pudo. Encontró a todo el equipo verde de Gentile replegado en el área , Cruz eludió a uno y a otro y otro más y me pasó la pelota, los defensores me ahogaron en el acto, simulé que seguía viaje y los tres rivales se me vinieron al humo, pero apreté el freno, la aseguré con las Pampero de lona y de golpe le dí con todas mis fuerzas , la pelota salió disparada como una bala marrón y atravesó la valla de Gentile a media altura  que ya se sentía por primera vez perdedor .
Fue el gol de la victoria. A paso de fiesta nos fuimos caminando al aula del primer piso que oficiaba de vestuario. Cuando miré por la ventana de hierro del aula la cancha vacía mientras mis compañeros   vociferaban  mi nombre, me pareció que los caños del arco habían sido derretidos por aquella fuerza inusitada que había iluminado mis pies. Ese fue mi día de gloria.


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