"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

martes, 23 de agosto de 2011

BREVE HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA.

Los Inicios
La Conquista
Si bien algunos estudiosos coinciden en señalar como precursores de nuestras letras a Martín del Barco Centenera, Ruy Díaz de Guzmán o Ulrico Schmidl, lo cierto es que se trata de cronistas cuyas obras revisten más un interés histórico que literario.


La Colonia
La crítica rescata especialmente en el siglo XVII los nombres de Luis de Tejeda, el primer poeta nativo, y el de Reginaldo de Lizárraga (llamado en realidad Baltasar de Obando), el primer viajero del Tucumán.


La Revolución de Mayo
El fervor independentista encontró su expresión bajo la estética neoclásica en las composiciones de Vicente López y Planes, Esteban de Luca y Pantaleón Rivarola. Bajo la misma preceptiva pueden considerarse la dramaturgia de Manuel José de Lavardén o las fábulas de Domingo de Azcuénaga. Cabe recordar que por aquellos años comenzaron a circular los primeros periódicos: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata; La Gaceta de Buenos Aires; El Correo de Comercio, que incluían páginas literarias, lo que contribuyó a la creación de un público lector.

Con el mismo impulso revolucionario surgió la gauchesca, poesía popular típicamente rioplatense, que tiene como fundador a Bartolomé Hidalgo. El desarrollo del género continuó con Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo (que no alcanzó la cualidad genuina de su predecesor) hasta su culminación, muchos años después, con el Martín Fierro de José Hernández en 1872.


Los Años Posteriores a la Independencia
La ruptura política con la corona española propició también la ruptura estética y la adhesión a los postulados del romanticismo francés. Dos textos centrales iluminan la literatura de este período: El Matadero de Esteban Echeverría, considerado por la crítica como el primer cuento argentino, y el Facundo de Sarmiento. Ambas obras, producto de la pluma de escritores exiliados (Ricardo Rojas definirá a esta generación como la de “los proscritos”), subordinan sus indudables valores estético–literarios a un fuerte cometido ideológico. A este grupo pertenece también la producción de José Mármol, autor de la primera novela argentina: Amalia, o la de ensayistas como Juan Bautista Alberdi con su Bases y puntos de partida para la organización política de la Nación Argentina.
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La Organización Nacional
Tras la caída de Rosas en la batalla de Caseros, se inició un período de relativa estabilidad política que encontró su formulación más sólida en la denominada Generación del 80. Sus hombres, destacados dirigentes de “la cosa pública” y dedicados también a las letras, acentuaron la admiración por lo europeo y la primacía cultural porteña.

Las figuras más representativas de este período son Eduardo Wilde (Aguas Abajo), Miguel Cané (Juvenilia), Eugenio Cambaceres (Sin Rumbo), Lucio V. López (La Gran Aldea) y el más lúcido y original de todos: Lucio V. Mansilla (Una Excursión a los Indios Ranqueles).



El Fin de Siglo
Con la llegada al país del poeta nicaragüense Rubén Darío, se produjo la revolución modernista y el nacimiento de una nueva estética, signada por el simbolismo y el preciosismo.

Leopoldo Lugones, autor de Los Crepúsculos del Jardín, se convirtió no sólo en la figura más representativa de estos años, sino en un modelo de emulación con una larga descendencia posterior. A este movimiento adscribieron los primeros escritos de Horacio Quiroga o Alfonsina Storni, quienes luego encontrarán su propia voz en obras como Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte y El Dulce Daño, respectivamente.

Otra corriente, de fuerte raigambre realista y costumbrista, se afirmó por esos años. En la narrativa, tras las huellas de Eduardo Gutiérrez (Juan Moreira) o de Fray Mocho –José Sixto Álvarez– (Memorias de un Vigilante) se destacó especialmente Roberto J. Payró (Divertidas Aventuras del Nieto de Juan Moreira), en tanto que en la lírica se consolida una estética de lo popular que alcanzó su consagración en la poética de Baldomero Fernández Moreno (Por el Amor y por Ella) y de Evaristo Carriego (Misas Herejes).
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La Primera Mitad del Siglo XX
La primera gran fractura en el campo de la literatura argentina se produjo en torno a la aparición de la revista Martín Fierro, entre 1924 y 1927. Influenciados por las vanguardias europeas posteriores a la primera guerra mundial, Oliverio Girondo (Espantapájaros), Conrado Nalé Roxlo (El Grillo), Norah Lange (El Rumbo de la Rosa), Leopoldo Marechal (Cántico Espiritual) y Jorge Luis Borges (Fervor de Buenos Aires) –entre otros– arremetieron contra "la impermeabilidad hipopotámica del honorable público" y "la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que todo lo momifican".

La ironía, el desenfado y la irreverencia fueron las armas con que este grupo intentó sepultar la influencia de Lugones, del modernismo ya decadente y de la producción de la generación anterior, de la que sólo reivindicaron a Macedonio Fernández (Historia de la Novela de la Eterna), talento excepcional de las letras argentinas. Bajo la denominación de Florida (todos ellos son habitués de la confitería Richmond ubicada en esa calle porteña) desarrollaron sus propuestas estéticas también en las páginas de las revistas Proa o Prisma.

En las antípodas en tanto, se consolida el denominado grupo de Boedo (sus integrantes se reúnen en los cafés del populoso barrio homónimo), que nuclea a Leónidas Barletta (El Barco en la Botella), Elías Castelnuovo (Memorias), Álvaro Yunque –Arístides Gandolfi Herrero– (Barcos de Papel), Roberto Mariani (Cuentos de la Oficina), Raúl González Tuñón (La Rosa Blindada) y Roberto Arlt (Los Siete Locos), identificados todos ellos con una concepción de la literatura como herramienta al servicio de la revolución y el cambio social. Los hijos de los inmigrantes de la generación del 80 fueron destinatarios de esta propuesta estético–ideológica que enunció sus postulados desde las revistas Los Pensadores, Dínamo, Extrema Izquierda y la Editorial Claridad de Antonio Zamora.

Al llegar la década del 30 Victoria Ocampo fundó la cosmopolita revista Sur, que dirigirá hasta 1970. Tributaria de una concepción elitista como la que había enorgullecido a los hombres de Florida, Sur consolidó un espacio para la traducción literaria y la difusión de la obra de los argentinos Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares (La Invención de Morel) o Silvina Ocampo (Las Invitadas).

Las décadas del 40 y del 50 estuvieron marcadas por la aparición de Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal (que implica una transformación de la novela). Al mismo tiempo, la revaloración en los ámbitos urbanos de la literatura de las provincias y el paralelo desarrollo de lo nostálgico–descriptivo encontró a sus mejores exponentes en la escritura de Vicente Barbieri (Anillo de Sal), León Benarós (Romances de la Tierra) y muy especialmente en la de Olga Orozco (Los juegos peligrosos).
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El Último Medio Siglo
En los años ´60 la industria cultural produjo en el continente americano una verdadera revolución editorial, conocida como el boom. Dos novelas anteriores pueden considerarse precursoras: Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato y Bomarzo de Manuel Mujica Láinez, que tuvieron una importante repercusión en el público lector. Una relectura de la obra de Roberto Arlt desde la crítica académica, más los importantes cambios político–sociales que caracterizaron a esta década configuraron un campo para la literatura de aquellos años, que tuvo sus mejores expresiones –más allá de las variables de género y estilos– en la producción de Julio Cortázar (Rayuela), Alejandra Pizarnik (Los Trabajos y las Noches), Manuel Puig (La Traición de Rita Hayworth), Juan José Saer (El Limonero Real), Abelardo Castillo (Cuentos Crueles), Tununa Mercado (Celebrar a la Mujer como a una Pascua), Noemí Ulla (Los que Esperan el Alba), Liliana Hecker (Los Bordes de lo Real) y Horacio Salas (La Soledad en Pedazos), entre otros.

La década siguiente se ensombreció con la dictadura militar, que provocó el exilio de notables creadores como el poeta Juan Gelman (Cólera Buey) y los narradores Antonio Di Benedetto (Zama) o Daniel Moyano (El Vuelo del Tigre), y la desaparición forzada de Haroldo Conti (Mascaró), Roberto Santoro (No Negociable) y Rodolfo Walsh (Operación Masacre).

El retorno de la democracia permitió la reedición y relectura de textos y autores, entre ellos: David Viñas (Jauría), Ricardo Piglia (Respiración Artificial), Eduardo Belgrano Rawson (No se Turbe Vuestro Corazón), Miguel Briante (Ley de Juego), conjuntamente con la aparición de una “escritura de la memoria” que intentaba dar cuenta –con dispares resultados– de lo ocurrido en los años de plomo: Pedro Orgambide (Pura Memoria), Osvaldo Soriano (No Habrá Más Penas Ni Olvido), Juan Martini (La Vida Entera), Tomás Eloy Martínez (La Novela de Perón), Javier Torre (Quemar las Naves) o Jorge Manzur (Tinta Roja).

En cuanto a la actualidad, la proximidad temporal impide un análisis equilibrado. Las elecciones de los lectores recaen en la obra de César Aira (La Serpiente), Juan Forn (Nadar de Noche), Alberto Laiseca (Los Soria), Roberto Fontanarrosa (No sé si he sido Claro), Angélica Gorodischer (Menta), Elsa Osorio (Cielo de Tango), Martín Caparrós (El Tercer Cuerpo), Sylvia Iparraguirre (El Parque), Josefina Delgado (Salvadora, la Dueña del Diario Crítica) y Federico Andahazi (El Anatomista) –por citar sólo a algunos–.

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