"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

sábado, 20 de abril de 2013

EL MITO DE EDIPO.

Por regla general los temas de las obras trágicas no enfrentaban al espectador con una historia nueva; por el contrario, salvo raras excepciones, los personajes y las situaciones que se ponían en escena estaban tomados del repertorio mitológico y formaban parte por tanto de una tradición heredada de los antepasados, que conocían y compartían todos aquellos que asistían a la representación. El interés de la obra no dependía tanto de la novedad del relato como del modo en que se presentaba y se interpretaba un material que, en líneas generales, era ya familiar para el público. El ciclo legendario de los Labdácidas de Tebas, es, junto al de los Atridas de Micenas, una de las fuentes de inspiración más utilizada por los trágicos atenienses. Parece evidente que la formación del mito atravesó distintas fases a lo largo de la historia literaria griega pero a partir de los textos que han llegado hasta nosotros podemos reconstruir a grandes rasgos el siguiente relato: El fundador de la dinastía fue Lábdaco, que murió dejando como heredero a su hijo Layo, que contaba sólo un año de edad. Aprovechando la indefensión del niño, un noble espartano, Lico, se hizo con el poder. Layo, desterrado, halló refugio en la corte de Pélope, pero pronto demostró ser un ingrato porque raptó al hijo de éste, Crisipo, cuya belleza le fascinaba. Se convirtió de este modo en el introductor de la pederastia en Grecia y, en castigo a su pecado, Apolo le anunció que estaba destinado a morir a manos de su propio hijo. Muerto Lico y sus descendientes, Layo recuperó el trono y se casó con Yocasta. Cuando nació Edipo, temiendo que se cumpliera el oráculo, Layo le traspasó los pies con un clavo largo y lo entregó a un pastor para que lo abandonase en el monte. El criado, compadecido de la criatura, se la entregó a uno de los pastores del rey Pólibo de Corinto. El pastor, a su vez, entregó el niño a su señor, el cual carecía de descendencia y le crió como a un hijo. Siendo ya Edipo un joven, oyó decir en un banquete que no era el verdadero hijo de sus padres y, angustiado, se dirigió a Delfos para averiguar su origen. Pero el oráculo, en lugar de responder a su pregunta, le anunció que daría muerte a su padre y se casaría con su madre. Para escapar de este horrible destino y, no conociendo a mas padres que a Pólibo y su esposa, decidió no volver a poner los pies en Corinto. Emprendió, pues, viaje hacia Beocia y en una encrucijada tropezó con Layo. Cuando los acompañantes de éste le increparon para que se apartara del camino se produjo una violenta disputa, a consecuencia de la cual Edipo mató a Layo, aunque, naturalmente, sin saber que era su padre. Edipo siguió su camino y llegó a la ciudad de Tebas, que se encontraba llena de turbulencias y desolación. El rey no había vuelto y la ciudad se hallaba sometida por la esfinge, un monstruo alado con cabeza de mujer y cuerpo de león, que aniquilaba a todos los que no sabían responder al enigma que proponía: «¿Cuál es el ser que tiene una sola voz, anda con cuatro patas, luego con dos y luego con tres?» [Apolodoro, Biblioteca 3.5.7] Edipo resolvió el acertijo y, o bien mató a la esfinge, o bien ésta, despechada, se dio muerte a sí misma. Con esta hazaña el forastero recién llegado se ganó la mano de la reina Yocasta, con la que, según la tradición más extendida, tuvo cuatro hijos: dos varones, Eteocles y Polinices, y dos hembras, Antígona e Ismena. Con el paso del tiempo, la verdad llegó a ser conocida. Yocasta entonces se suicidó y Edipo se arrancó los ojos, fue apartado del trono y marchó al exilio. Sobre su muerte circulan varias versiones aunque, según la tradición ática que recoge el propio Sófocles, se encaminó a Atenas acompañado de sus hijas, y fue acogido como huésped por Teseo en la localidad de Colono, donde murió dejando su tumba como protección para la región. Tebas, entre tanto, había sido gobernada por Creonte, que actuó como regente de la ciudad hasta que los hijos de Edipo, destinados a sucederle, alcanzaron la edad adulta. Cuando llegó el momento, y dado que no conseguían decidir quién de los dos debía ser nombrado rey, éstos acordaron ejercer el poder un año cada uno. El primero que ocupó el trono fue Eteocles; pero cuando finalizó su año de mandato se negó a ser relevado por su hermano Polinices, quien se presentó entonces ante la ciudad acompañado de un gran ejército comandado por siete jefes, entre los que se contaba él mismo, dispuestos a atacar cada una de las siete puertas tebanas. La ciudad se salvó del ataque, pero los dos hermanos murieron en combate, uno a manos del otro, prolongando de este modo el destino fatal de su familia. Creonte fue entonces coronado rey y prohibió dar sepultura al cuerpo de Polinices, acusándole de haber traicionado a su ciudad. Pero Antígona, horrorizada ante una orden que ignoraba los ritos sagrados que se deben a los muertos, se negó a obedecer y procuró en secreto esparcir un poco de tierra sobre el cadáver de su hermano. Mientras realizaba lo que su conciencia le dictaba, fue detenida y llevada ante Creonte, que la condenó a ser sepultada en vida.

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