"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

domingo, 22 de abril de 2012

EL MITO DE ARACNE

Aracne, hija del tintorero Idmón, era una joven famosa por su innegable habilidad para el tejido y el bordado. Tanta era su pericia en tales artes que, según cuenta la leyenda, hasta las ninfas del bosque y de las aguas abandonaban sus florestas para contemplar arrobadas como la joven tejedora remojaba en tinturas sus telas, entrelazaba luego los hilos y, finalmente, con sus primorosas manos componía espléndidos tapices.

Su prestigio era tal, que se sospechaba que era discípula de la propia Atenea, diosa de la sabiduría y maestra de las hiladoras, y así se lo refirió una de las ninfas que acudía a ver su labor:

- Tuvo que ser Atenea quien te concediera tan maravilloso don.

Pero Aracne, además de gran tejedora, era muy orgullosa, y no podía soportar que su arte fuese atribuido a nadie que no fuese ella misma, de modo que, replicando a la ninfa, se atrevió a retar a la propia diosa:

- ¡Atenea no me ha enseñado nada! Todo cuanto sé lo aprendí yo sola.... Y si Atenea quiere competir conmigo, que venga y lo haga, así sabremos quién es la mejor.

Horrorizadas, las ninfas se cubrieron los ojos, no pudiendo entender cómo una simple mortal se atrevía a desafiar a toda una diosa del Olimpo.

Cuando Atenea se enteró del desafío, montó en cólera y se apresuró a visitar a la bordadora, adoptando para ello la forma de una anciana coja y de grises cabellos. Camuflada de esa guisa, acudió al telar de la orgullosa joven y le aconsejó ser más modesta, así como tener más respeto y consideración hacia los dioses:

- Si yo estuviera en tu lugar. -dijo con la voz de la anciana que disimulaba su verdadera apariencia y apuntando a Aracne con su dedo huesudo-, no me mostraría tan engreída con la poderosa Atenea y le pediría humildemente que te perdonase por tu arrogancia.

Pero Aracne no estaba para monsergas y se enfrentó con insolencia a la renqueante anciana, a quien respondió con insultos y menosprecios:

- Ridícula vieja, ¿quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? Si Atenea es la mitad de poderosa de lo que dicen, que venga aquí y lo demuestre tejiendo bordados mejores que los míos.

Atenea se enfadó entonces de veras, descubriéndose ante la soberbia joven, a quien, despojada de su disfraz, mostró su auténtica personalidad divina:

- Aquí estoy. Yo soy Atenea. Veamos ahora quién es la mejor.

Aracne enrojeció por la vergüenza y el temor, pero aun así mantuvo su desafío:

- Está bien. Comprobémoslo.

Atenea le lanzó una mirada de fuego. Tras los árboles, las ninfas contemplaban estupefactas la escena. Diosa y mujer se lanzaron entonces a mostrar sus habilidades con el telar. Los dedos de ambas se movían a toda velocidad, dejando entrever con los hilos verdaderos arcos iris de todos los colores: dorados, carmesíes, violetas....

Finalizada la prueba, ambas mostraron sus respectivas obras. En el tapiz de la diosa, mágicamente bordado, estaban representados los doce dioses principales del Olimpo en toda su grandeza y majestad. Además, para advertir a la muchacha, mostró cuatro episodios ejemplificando las derrotas que sufrían los humanos que desafiaban a los dioses.

Pero el tapiz de Aracne, festoneado por una primorosa franja de flores y yedra, mostraba además de a los dioses y diosas, muchas de sus aventuras lúdicas y amorosas en la Tierra, como, entre otras, el rapto de Europa por Zeus o la aventura de este último con Dánae. La obra era perfecta, tanto que las ninfas se quedaron maravilladas al contemplarlo. Verdaderamente, su tapiz era más magistral que el de Atenea. Incluso la propia Envidia, presente también en la lid, llegó a decir tras observarlo:

- No aprecio ningún defecto en tu obra.

Despechada por su derrota, Atenea sintió cómo la ira la desbordaba, de modo que tomó su lanza y rasgó el tapiz de Aracne, destrozándolo en mil pedazos, y luego continuó golpeando sin compasión a la propia Aracne, quien llena de oprobio y humillación salió de allí y trató de poner fin a su vida ahorcándose.

Sin embargo, Palas Atenea no permitió que muriera, pues la tenía reservado algo peor:

- No morirás, Aracne, sino que permanecerás colgada para siempre.

En ese momento, el cabello, nariz y orejas de la joven desaparecieron, su cabeza quedó reducida al tamaño mínimo y el resto del cuerpo quedó convertido en un vientre gigantesco. La diosa permitió, no obstante, que sus dedos pudieran seguir tejiendo, y de este modo Aracne, la primera araña de la tierra, continuó tejiendo por toda la eternidad.

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