"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

domingo, 29 de mayo de 2011

DÍA DE GLORIA. POR INÉS CAROZZA


Para Carlos…, para su niñez.

Esa noche no pudo dormir, su cabeza era una cancha de fútbol. Las jugadas se sucedían en su mente una y otra, las estrategias, los pases, los posibles aciertos… Es que había campeonato en el Schettino, su colegio y Alaya, el maestro de sexto dirigía, organizaba y seleccionaba a los pibes. Él estaba en la primera. Sí, porque Alaya no se venía con chiquitas y cuando organizaba lo hacía a lo grande, así que había primera, reserva, tercera, todo a imagen y semejanza del fútbol profesional.
Por eso, esa noche no durmió, pensaba en Gentile, en su estructura de ropero enorme que llenaba el arco…, entonces ¿cómo meterle un gol? La preocupación le quitaba el sueño, lo hacía revolverse entre las sábanas y se devanaba los sesos ¿cómo iba a entrar la pelota con semejante grandulón?

Pero todo pasa y pasó la noche. Esa mañana mientras caminaba para la escuela los nervios lo consumían y es que de pronto otro obstáculo se interponía entre él y el arco. Sólo lo notó cuando preparaba el bolso con la ropa del equipo. Algo que en sus devaneos nocturnos no había tenido en cuenta y era la falta de botines. Todos tenían botines y él jugaba en zapatillas, unas Pampero de lona que le quitaban potencia al tiro, que lo hacían parecer un jugador de cuarta que pateaba sin fuerza, como acariciando la pelota en vez de enfrentarla con bronca.

Alaya además de dirigir oficiaba de árbitro, sonó el silbato y comenzó el encuentro. Los rivales se movían en el campo con la destreza de profesionales, ellos en cambio en el primer tiempo no se ponían de acuerdo, se perdían en persecuciones absurdas del balón, algunos se querían lucir y hacían jueguitos inútiles dejando que los otros dominaran en el medio campo. El partido se jugaba en una sola parte de la cancha y García que no tenía el tamaño de Gentile hacía lo que podía en el arco. Él se movía en la defensa, se la pasaba a Aguirre, había que evitar que llegaran los tantos del adversario. Así entre jugadas frustradas, insultos de la hinchada y manotazos, terminó ese tramo del partido. No habían jugado bien pero todavía estaban cero a cero.

En el entretiempo, fueron al baño, tomaron agua y se reunieron en el silencio del aula vacía. Fue cuando una película con los acontecimientos de los últimos días pasó ante sus ojos. Alaya lo había llamado para decirle que estaba en la primera, que a Zucconi lo habían tenido que operar de urgencia de apendicitis y que el partido ahora dependía de él, de su actuación. Alaya le había depositado su confianza y no podía defraudarlo, le había dado la oportunidad de demostrar que él estaba para más, aunque muchas veces su timidez le causara malas pasadas.
Ese fue su día de gloria. Salió a la cancha con una fuerza inusitada, esa que se siente cuando uno se juega la vida por algo que se ansía mucho. Cuando terminó, los pibes vivaban de alegría, estaban felices y él era un héroe, el autor de los tres goles que los habían convertido en ganadores del campeonato. Cada uno de los tantos había hecho temblar el arco, el primero pegó en el poste y cuando entró Gentile quedó anonadado. El segundo fue gracias a un pase de Rollano en el área chica, él recibió la pelota, la paró, dudó y cuando se dio cuenta no lo podía creer. El gol gracias a un remate cruzado y a media altura hizo rugir de rabia a la hinchada rival. Antes del tercero, tocaba el cielo y cuando Cruz se la pasó a Pintos, él ya sabía que era suya. Gentile estaba aturdido, desconcertado, toda su enormidad no había podido parar ese bombazo, pateado al ángulo con la furia del que se sabe vencedor.

Cuando dejaron la cancha y se internaron en los baños para refrescarse, se sacó las “Pampero” de lona y las besó, tenía los pies hinchados y doloridos, se escapaban de las zapatillas pero no le importaba, sólo tenía fuerzas para escuchar el galope de su corazón, que veloz y feliz volaba en el arco de su pecho.

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