"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

lunes, 30 de agosto de 2010

EL ESTRUCTURALISTA DUCLAUX. ENRIQUE ANDERSON IMBERT.


Llegué a París y lo primero que hice fue llamar por teléfono al gran Jean Duclaux con el fin de rogarle que me concediera una entrevista: le manifesté que era uno de sus admiradores y que quería conocerlo personalmente. Debió de haberme creído un colega, pues, ya en su casa, se sorprendió de verme tan joven. Me vi entonces en la necesidad de explicarle que era un mero estudiante. Al enterarse de que no conocía la ciudad, exclamó:
- ¡Ah! Haré que mi hijo, que tiene más o menos la misma edad que usted, lo pasee por un París que no figura en las guías de turismo.
Y antes de que pudiera agradecerle su atención se asomó a la puerta de su estudio y gritó, escaleras arriba:
- ¡Pataud!
- ¿Quoi? - respondió una voz.
- Descend, je voudrais te presenter un étudiant argentin. Pourrais-tu l'emmener et lui montrer le coins peu connus de Paris?
Dicho lo cual Monsieur Duclaux se volvió hacia mí:
- En seguida viene. Mi hijo es extraordinario. Ya lo verá usted. A él le debo, en realidad, aquel libro sobre el Símbolo que publiqué hace unos quince años. Lo escribí aprovechando las notas que había tomado cuando Pataud era un niño y empezaba a hablar. En su modo de aprender la lengua se cifraba toda la evolución lingüística, desde los orígenes del lenguaje. Vivíamos entonces en una granja, en las fueras de Chitry-les-Mines. Un día Pataud aplicó al pato la palabra "cua"- De allí, por una asociación especial, llamó "cua" a otros animales -pájaros, insectos- y a toda sustancia líquida, incluyendo la leche que veía. Las semejanzas se hicieron cada vez más sutiles. Como viera la efigie de un águila en una moneda, llamó "cua" a la moneda. "Cua" fue esto, aquello y lo de más allá. A medida que se ensanchaba su conocimiento del mundo, Pataud establecía un orden y "cuá" señalaba su común denominador, como si dijéramos: el secreto de la Gran Estructura... Mi hijo es de veras extraordinario. Espérelo aquí. No tardará en bajar. Yo, desgraciadamente, tengo que retirarme.
Y se fue, dejándome solo. Mientras esperaba examiné los libros de su biblioteca. Allí estaban, bien encuadernados, las importantes contribuciones del gran Duclaux al Estructuralismo contemporáneo. Al rato se oyeron pasos en la escalera y apareció un muchacho de mi edad: tenía la boca abierta y los ojos perdidos en el aire. Asombrado por el parecido entre el genio y el idiota, le pregunté tímidamente:
- ¿Pató?
- Cua - me contestó.
Salimos. Por las calles el Pato me iba explicando París:
- Cua, cua, cua...

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