
Se hundió sin saber como emerger. Karina había llevado un estilo de vida altamente intelectual y dominado por los debería, por los tengo que, como profesora de filosofía.
Pero al llegar a la mitad de la vida, comenzó a molestarle ese sentimiento tortuoso y sombrío. Podía escuchar una voz susurrante que la llevaba a alejarse del mundo predecible de lo académico y dirigirse a una vida desconocida e incierta.
Poco a poco se convirtió en todo lo que no era. Los hilos de su vida se pusieron tirantes, lo que había construido con tanto esfuerzo se deshizo. Abandonó su casa, a los hijos, a su madre, y se alejó.
Puso algunas cosas en una valija, dio media vuelta y se fue sin decir nada. Se distanció de las sonrisas de Catalina, su hija de 6 años, de los zapatos rojos, de los reclamos, de las palabras hirientes… Tomó el primer micro a la costa, las palabras no le salían de la garganta, veía el cielo oscuro y amenazante.
Se convirtió en una extraña para sí misma. Un otro insospechado se apoderó de su vida.
Caminó descalza a orillas del mar, sintió un alivio. Estaba tratando de reconstruir su historia personal.
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