” Circe, en cada
mujer parecida a vos se agolpa en mí un
silencio ensordecedor, una pausa esperanzadora y sublime que termina por derrumbarse
tristemente, como un castillo de arena ante el avance de la marea”.
¿Encontraría a
Circe otra vez? Tantas veces me había bastado llegar, viniendo por la Concorde,
al puente Alexander III, y apenas la bruma que flota sobre el río me dejaba
distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el embarcadero , a
veces andando de un lado a otro, a veces detenida en las estatuas de hierro,
inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños
del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a ella que sonreía con
gracia sutil, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual
en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas, es muy
insegura, y es la misma que necesita planear toda su vida de antemano para no
sufrir sobresaltos desagradables.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su dulce cara de blanca piel y rizos dorados, tal vez se asomaría a viejos portales en el barrio latino, quizá estuviera charlando con un vendedor de papas fritas o comiendo un sandwich caliente en el boulevard de Saint Germain. De todas maneras subí hasta el puente, y Circe no estaba. Ahora no estaba en mi camino, y aunque preferíamos encontrarnos en el puente o en el Brioche Doreé de Champs Elisées, ahora andábamos sin buscarnos pero sabiendo que estábamos por encontrarnos.”
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su dulce cara de blanca piel y rizos dorados, tal vez se asomaría a viejos portales en el barrio latino, quizá estuviera charlando con un vendedor de papas fritas o comiendo un sandwich caliente en el boulevard de Saint Germain. De todas maneras subí hasta el puente, y Circe no estaba. Ahora no estaba en mi camino, y aunque preferíamos encontrarnos en el puente o en el Brioche Doreé de Champs Elisées, ahora andábamos sin buscarnos pero sabiendo que estábamos por encontrarnos.”
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