El tema del tiempo a veces me hace
pensar. Es tan raro. Cuando las cosas que viviste y que parecían abandonadas en
un pasado remoto, vuelven así como si nada, se aparecen ante vos y de repente
sos el mismo de aquella vez, tenés la misma edad, el mismo color de pelo, los
mismos sueños, las mismas incertidumbres. Sin embargo, cuando te tomás el
atrevimiento de mirarte al espejo para confirmar que realmente ese que fuiste
está impreso en el vidrio, como si nunca se hubiera ido, el encantamiento se
esfuma y te deja parado en el medio de la habitación, estupefacto, enredado en
tu propia telaraña de tiempo, esa que te suele conducir a las preguntas que
menos querés hacerte pero que no se van de tu cabeza de ninguna forma.
Creo que el problema es el día. Antes
quizás sí, me dejaba cambiar el humor por una mañana nublada o por un atardecer.
Ahora ya no. Digo que el problema es el
día porque hoy, al igual que todos los años, me toca celebrar. Y en esa
celebración siempre llueven los recuerdos, las imágenes, las sensaciones
impregnadas en la retina, como dije
antes, toda esta cuestión del tiempo.
No es fácil. Cualquiera podría decir
que sí. Y en una de esas tienen razón. Qué sé yo. Pero no me puedo olvidar. Y
si alguien quiere venir a juzgarme que lo haga, no creo que ninguno de esos que
atinen a levantar el dedo sepan con tanta certeza de lo que hablo.
Ellos no estuvieron ahí. No supieron
lo que es sentirse así. Sentir que el mundo se puede estar destruyendo, y vos
sin que te importe nada, sin instinto de supervivencia, absorto frente a lo que
tus ojos ven, aceptando que si ese es el final, si así tiene que ser, pues bien
que lo sea, porque no necesitás otra cosa.
Igual nunca se lo dije a nadie. Ni lo
haría tampoco. Van a pensar que estoy loco.
No.
La gente del barrio, me ve pasar y me
saluda desde sus ventanas y supongo que imaginan cualquier cosa, porque salir
con este frío a recorrer las calles de París es de un corajudo, o de un
aventurero como le gusta decir a José.
Yo prefiero no explicarles, si
después de todo no lo van a entender. No creo que se acuerden. Y si se acuerdan
no le van a dar la importancia que tiene para mí.
Se hace de noche y en el banco de
plaza junto al Sena brindo conmigo mismo. No sería un festejo si no levantara
la copa y tomara aunque sea un sorbito en honor a ese día. Con uno solo
alcanza.
Al principio me pareció medio tirado
de los pelos todo este tema del aniversario. Porque pensándolo bien, no es algo
muy normal, ya lo sé.
Pero bastó con llevarlo a cabo la primera
vez para caer en la cuenta que el resto de los días no importaba. Que esa
jornada, cada año a la misma hora y en el mismo sitio era lo único que valía la
pena.
Y valía la pena porque era como
volver a estar ahí.
Sentado al lado tuyo, viéndote en penumbras
y las estrellas haciéndonos compañía, escuchando lo que decíamos pero sin
contárselo a nadie, porque era algo nuestro, algo que viajaba de un corazón al
otro, sin intermediarios más que las sílabas regaladas por tu boca, y luego el
silencio y tus ojos y la espera ansiosa de mis manos por tomar las tuyas, para
sentirte más cerca aún, creyendo que de esa forma podía retenerte junto a mí e
inmortalizarte en mi memoria, y tu sonrisa, esa sonrisa capaz de hacer a un
costado las ráfagas heladas del invierno y abrazarme con el lazo más cálido y
protector, alejándome de todo resabio de dolor o miedo, ahuyentando los
fantasmas propios y los ajenos, los que se esconden en las sombras y carcomen
el alma por dentro, iluminando todo a tu alrededor acaso sin saberlo,
acaso sin tomar noción del fulgor que rodea tu cuerpo y te hace ser más bella
aún, con el fuego que despiden tus pupilas incandescentes.
Sos todo para mí. Y lo vas a seguir
siendo hasta que las horas se terminen.
Ese fue el día más feliz de mi vida.
Por eso hoy estoy acá sentado.
Por eso hoy, mientras las luces se
van apagando, miro las estrellas y te recuerdo. Vuelvo a esa noche mágica para
seguir respirando, sabiendo que jamás volveré a ser tan feliz.
Es un aniversario con mi felicidad.
Vos y yo somos conscientes que debemos encontrarnos cada año en este lugar.
Quizás les parezca estúpido. No puedo
hacer nada contra eso.
De vos ya nada sé. Solo me queda el
recuerdo de otro tiempo muy lejano.
Tal vez no me recuerdes, o sí.
Tal vez pasaste alguna noche por este
puente y te sentaste despacito en este
banco, sin que nadie se entere, como hago yo, para imaginarme ahí junto a vos
tomados de la mano, en un instante que me prestó la vida para tenerte conmigo y
que como todo en la vida, vino a cobrárselo después.
No lo sé y probablemente nunca lo
sepa.
Sólo me queda seguir tiritando de
frío, pero no pienso moverme de acá. Todavía queda otro sorbo de champagne en
la copa.
Y todavía estamos juntos.
Por favor, quedate un rato más.
Y si no es mucho pedir, dame la mano.
A tu salud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario