"LA FELICIDAD ABSOLUTA NO EXISTE, Y UNO ESCRIBE JUSTAMENTE POR ESO"

domingo, 11 de diciembre de 2011

24 pinturitas de colores. Por Carlos Rafael Landi

“Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedo sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos”.

María Elena Walsh

Corría el 52 cuando, “el amor y el dolor que eran de veras gemían en el cordón de la vereda entre lágrimas enjuagadas con harapos, había muerto Eva”. Y así naciste, bajo la influencia de Mercurio y nunca conociste su significado: inteligencia concreta y práctica, afectividad cálida, expansiva y racional. Pero ahí termina tu conocimiento, no llegás a la altura de tu ídolo, de ese ícono que fue una chica ye-ye de los años sesenta. Su expresión era en aquellos lejanos tiempos cuando cantaba la canción: "Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…", la de una jovencita rubia y hermosa que se presentaba al baile de sociedad por primera vez, con cierta timidez y causaba la admiración de todos cuantos la contemplaban.

Solo te queda el recuerdo vago de aquella vez, cuando tenías 12 años y un frío día de junio de 1965 Sylvie llegó a Buenos Aires y actúo en el teatro Opera, pero vos no pudiste ir, “sos muy chico” te dijeron tus padres, que no sabían que estabas enamorado de Sylvie, "escuchála por la radio" te dijeron.

Después de muchos años te enteraste que el 5 de Diciembre va a cantar en el Chatelet de París, y en cuestión de minutos preparaste las valijas sin pensar, y ahora te encontrás como por arte de magia frente al Cinema Rex.
Son las doce del mediodía de un domingo gélido en París y hay tiempo de sobra.
El concierto de Sylvie en el Chatelet empieza a las cuatro y ya averiguaste como ir en el metro, lo sabés de memoria. Caminás dos cuadras hasta la estación Grand Boulevards, te bajás en Strasbourg y luego tomàs el metro que va a Chatelet y ahí estás, no son más de quince minutos. Aunque quieras llegar antes, hay tiempo de sobra.
Sacás el CD de la mochila, tomás el discman y buscas “La plus Belle”, sos capaz de cantarla de memoria y sí, lo hacés. Las letras emergen difusas en francés, a veces incoherentes, desde ese submundo idealizado que descansa plácido en el rincón desesperado de tus recuerdos. Son voces de fantasmas, gritos insatisfechos, éxtasis espirituales que a través de fotos y videos se materializaron en imágenes en tu compu.
"Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…" había nacido precisamente cuando Mercurio alumbraba tus doce años y aunque no lo creas ese fue el tiempo en que Sylvie subió los primeros escalones de la cúspide en la que ahora se balancea triunfante para siempre: París, Nueva York, Montreal, Tokio, Barcelona, Sofía, y aunque a veces mirás con desdén a ese chico enamorado de su ídolo, que se encerraba en el baño para escuchar tranquilo "Una ventana al éxito" de Antonio Barros en la radio portátil roja que te había comprado tu papá, la niña rubia, la colegiala del twist, que cantaba tan lindo y te fascinaba nunca se fue de tu vida.
¿Te acordás cuando un sábado a la tarde compraste tu primer simple de vinilo en el Centro Cultural del Disco en la calle Florida y estrenaste el Wincofón a válvulas que tu papá había comprado a crédito? ¿Y cuándo pusiste un parlante debajo del agua para escucharla cuando sumergías la cabeza en la pileta del fondo de tu casa agobiado por el calor de esos veranos terribles en Buenos Aires?
Sentías, la vibración de la canción que se extendía por las entrañas de tu frágil cuerpo y la música frenética moviendo tus piernas, pero Sylvie no estaba, estabas solo con su voz y tu Winco cantando “La plus Belle”.
Ni que decir que fueron Los Beatles, “A hard day's night”, los que sirvieron para dar un salto sobre la niña “ye-ye”, y te volviste músico desenfrenado por un tiempo.
¿Y los versos que pariste en el traspatio de la casa de Dobles 424?, “Soñaba” era el tema preferido como caballito de batalla del grupo Leyenda que vos integrabas y hasta te convertiste en el ídolo de algunas chicas que iban a verte tocar.
Me acuerdo del día que cantaste hasta el paroxismo “Pretty Woman”, la vibración del bajo tipo violín en el equipo de música Ecton de 150 wats te hizo sentir transportado al cielo, y ahí Sylvie te arrebató todo, menos la esperanza de encontrar una parecida en la realidad y casi le rogaste a Venus como hizo Pigmalión con Galatea, y el último día de Julio del 72 sin querer la encontraste, tan rubia, tan parecida y tan hermosa...
Sylvie vuelve al Chatelet rezan los carteles. La gente se agolpa en el salón principal del teatro son las 15,30 y ya estás ahí con tu amor de verdad que te acompañó desde Buenos Aires y que lo hace casi desde toda tu vida. La amás con una pasión que viene de otro mundo y ella lo sabe desde siempre…
Son las 15,45 y ya querés ubicarte en la butaca del palco Corbeille, pero la chica acomodadora rubia y hermosa te dice: "attendez une minute “¿Cómo?” “¿Wait?” “Oui Monsieur”.
En tres minutos ya estás sentado y los nervios te aferran la garganta, las lágrimas contenidas afloran en torrentes, han pasado casi 50 años y te acordás del “éxtasis interruptus” que te hicieron sentir tus viejos cuando eras un pibe y se aproximaba el invierno del 65.
Estás fascinado ahora y ya no te acordás ni de tu nombre, eso no te impide gritar como un desaforado, la pronunciación no te sale igual, los otros son parisinos, pero no importa, poco a poco aprendés y tus sonidos casi guturales entran en armonía con el resto. Se te doblan las piernas y se meten en tu estómago unas cosquillas que no te dan risa sino vértigo, pero igual estás fascinado con el poema en la mano, para entregárselo a ella:
Sylvie
Imagino tu hermosura,
En el devenir de los días pasados.
Mi sueño es tu sueño,
El sueño de una tarde de verano.
Nacimos en un lugar y un tiempo distinto,
Y hablamos un idioma diferente.
No importa, el amor existe en mí.

Y estás ahí, a metros de Sylvie pensando en lo que ella pensará al encontrarse
con tu mirada, soñando que cuando le entregues los versos con un movimiento de sus brazos te dirá que subas al escenario para compartir su fama con vos, y te va a abrazar y a besar, y por fin vas a conjurar tus ganas de estar con ella aunque sea solo un segundo.
Las luces del Chatelet se apagan, se encienden los reflectores y aparece Sylvie radiante como siempre, y al son de la música advertís que al igual que vos hay miles de hombres y mujeres que escuchan con delirio a su idolatrada cantante. Esos fanáticos franceses te rodean, te envuelven y ya sos uno más, y permanecerás entre ellos cuando los reflectores se apaguen y termine el Show.
No está el beso y el abrazo, pero tu rostro se llena de orgullo cuando empiezan a sonar los primeros compases de la canción, y ella se mueve, elegantemente, al suave ritmo de esa música como de baile clásico, refinada, dulce, y comienza a desgranar las frases de la canción, ahora con seguridad, con el orgullo de haber vivido esos cincuenta años desde que la cantó por vez primera: "Ce soir je serè la plus belle pour aller dancer…". Y así se sucede una y otra canción, ya no te acordás ni cómo te llamás, cantás, gritás, gritás y vociferás hasta el paroxismo ¡Bravo Sylviiiiiiiiiiiiiii!
Te perdés entre esa multitud, te difuminás, te esfumás fascinado, extasiado, en tu inmenso delirio de juventud...
Es posible que tu problema de adolescente, no haya sido más que un problema de soledad, y especialmente el de no haber encontrado un punto de contacto entre tu soledad y la de los otros. Si supieras qué esta emoción que ahora te contiene se ha quedado pequeña, sumida en la esperanza de que aparezca el dato de otro show de Sylvie, o el momento feliz que justifique otro intento de escapada. Si supieras qué tu soledad te hace ver alucinaciones; cómo cuando pensás en el amor y lo imaginás como un bello desnudo de mujer rubia, de boca tentadora y ojos fascinantes, llena de lujuria al retirar su rubia cabellera cuando pronuncia tu nombre, cuando te muestra sus dulces pechos arrebatados con dos pezones de dolor sobre el vientre melancólico de tu vida, y te sonríe, y te mira con la profundidad de las estrellas con sus dos ojos empañados de amor, y luego vuelve y besa el rincón más solitario de tu cuerpo, y con todas las fuerzas de tu voluntad recorres su piel y sus cabellos de oro sin que nadie te empuje de entre la multitud de fanáticos, como si fueras libre de estar entre sus brazos, de acariciar su espalda, de volver la mirada hacia sus ojos y de hundirte sin resistencia entre sus piernas succionándole la vida, mientras te escapas por sus ingles en dirección a la nada y ella sonríe y ya no te mira, pero dice tu nombre con una dulzura irrepetible en otra boca, y sos libre de comenzar otra vez tu éxtasis con la promesa entera de su cuerpo desnudo acurrucado en tu cuerpo, y su dulce voz susurrando canciones en tu oído. Y así comprendés que lo que nunca fuiste en tu juventud se rindió una noche gélida de invierno en el Chatelet de París, y te convertís por un rato en el joven que quisiste ser en la época del mayo del 68, en la que el dictador cruel de “La noche de los bastones largos” alteró las costumbres y no lo permitió. Entonces evitás la voz de tu conciencia que ya no te perdona nada, tratando de deshacer cada minuto de tu vida, como si de esa forma pudieras impedir ser un loco dando palos al aire para que no se agote el tiempo de tu infancia, y cumplir de una vez y para siempre todo lo que quisiste ser y no se dio. Entonces los recuerdos surgen como una sombra mala, un poco más grande que el cuerpo y el poder del dictador argentino de grandes bigotes. Y ahora, a volar, claro que sí, para estar en París y hacer justicia, para poder decirle a todo el mundo que no estás loco, estás entero, estás sanito, eran mentiras cuando le decías a la maestra que te llevaran al médico porque no atendías en clase, y lo único que hacías era dibujar estrellas y angelitos al final del cuaderno, y ver en el pupitre esas grandes batallas de gente y gente que se reía y avanzaba, llena de armas que disparaban risas contra todos los que decían que los militares habían venido para hacer un país mejor. Seguro te estará mirando desde alguna estrella tu abuelo Rafael que vino a esta Argentina con el sueño de poder vivir en paz, “laburando”, y en cambio se encontró con peores mentiras que en su patria, viendo como crecían los enanos y se enriquecían los tontos y ladrones. ¡Pero no! ¡Esto se termina! ¡Sí se termina! ¡Por fin se ha hecho justicia! El niño triste y melancólico de “Los sesenta” se ríe agazapado entre las sombras escondido en la calesita del parque Rivadavia, feliz, montando un caballito de madera manchado igualito al que usaba el General cuando desfilaba cada 9 de Julio. Al dictador lo mataste tirándole veinticuatro pinturitas de colores, esas que llevabas a la escuela para dibujar las estrellas y los angelitos al final del cuaderno de tapa dura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario